El Molino: Un restaurante inesperado en La Vera

Atención gourmands y gourmets de Extremadura porque hoy traemos a las páginas de En Salsa otro restaurante sorpresa y rural. Se llama El Molino, está en Madrigal de la Vera y se encuentra a un paso de la famosa garganta de Alardos, en un paraje fluvial de postal, ocupando un antiguo molino, con una terraza con mesas de piedra de ruedas de molino y un comedor interior sencillo y acogedor. Este tradicional chiringuito de río cerró en 2016. Dos años después, Nacho Tirado en los fogones y Sergio Ramos en la barra y la sala lo reabrieron tras remodelarlo, aunque este último ha emprendido su propio proyecto en solitario y ya no trabaja en El Molino.

En El Molino, se pueden tomar raciones o disfrutar de un menú degustación de siete platos y precio muy ajustado (35 euros este otoño). La carta varía cada día (abren todo el año, pero solo de viernes a domingo), dependiendo de la compra de esa semana. La filosofía culinaria que preside la casa se basa en los productos de estación y, si es posible, de kilómetro cero. Toques originales y sencillez.

Esa sencillez se demuestra en la pizarra con el menú degustación. A saber: guisante, endivia, merluza, lentejas, lengua, queso y chocolate. Es decir, sirven una endivia asada con mantequilla sobre crema de maíz y limón y carpaccio de panceta ibérica, pero en la carta solo se llama endivia. En cuanto a las raciones, el día que comimos allí tenían ventresca de corvina, garbanzos con butifarra, burrata con berenjena o curry de cerdo.

Los vinos merecen mención aparte. Unas 20 referencias con vinos naturales de pequeños productores. Tomaremos un Trasantier de la Hacienda Nava del Rey de Villamiel, un gran blanco verdejo con un golpe olfativo que evoca la memoria pitarrera. Recuerden que esa hacienda de premiados aceites la lleva el tataranieto de Daniel Berjano, aquel caballero que ganó con su aceite manzanilla cacereña la medalla de oro en la Expo de París de 1900.

Detalles: frasca de agua gratis, cervezas bien tiradas, rico pincho de ensaladilla de cortesía delicadamente emplatado, buen pan de masa madre de Villanueva de la Vera, mantelitos de rafia, servilletas de papel y un práctico cubilete con cubiertos que colocan en la mesa y te vas sirviendo a tu gusto de cucharas, tenedores y cuchillos.

El menú se sirve en una vajilla de variadas formas y colores, bien presentado y siempre jugando con un sutil equilibrio entre la informalidad y la profesionalidad. Deliciosa apertura con una crema de guisantes con jengibre de un colorido que se devora con los ojos. Seguimos con la magistral endivia, que aporta sabores diferentes que sorprenden. A continuación, llega a la mesa una merluza a la plancha con calabaza y jugo de tomate asado. Merluza algo sosa, pero tersa y con todo su sabor, muy buen producto y redondas la guarnición y la salsa.

El menú se sirve con cadencia exacta, sin prisa, pero sin pausas desalentadoras. Las lentejas con butifarra y jamón ibérico aderezadas con hierbabuena y amontillados nos convencen definitivamente de que estamos participando de un emocionante ritual gastronómico. Lentejas aromáticas, sabores contrapuestos que se complementan y siempre la incertidumbre de no saber qué te sorprenderá plato tras plato.

Turno de la lengua cocinada con su jugo muy reducido y pimiento. Aquí resbalan: algo dura, tajadas demasiado gruesas, exótico sabor orientalizante que resulta curioso, pero acabas añorando la lengua estofada tradicional. Pero enfilamos la parte final y retorna la felicidad con quesos formidables y poco conocidos de la quesera de Villanueva de la Vera. Acabamos con mousse de chocolate con almendra y jalapeños y café arábica 100% de tueste natural, que se acercan al notable. Conclusión: una experiencia que justifica el viaje hasta el pueblo más esquinado del noreste extremeño.

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