Ser feliz. No me cabe la menor duda de que existen múltiples y muy diferentes formas de ser feliz. Tampoco pretendo definir el concepto de ... felicidad, para eso ya están lo que filosofan con mejor criterio y conocimiento. Aristóteles, Kant, Freud y un largo etcétera de pensadores ya debatieron en su día sobre este concepto y todo lo que significa.
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Lo que sí tengo claro es que la felicidad no está ligada, necesariamente, a un cierto estatus o condición social, y hay muchísimas y muy diferentes cosas que pueden hacernos felices. Evidentemente, tampoco creo que sea un estado permanente que defina nuestra vida, pero sí momentos determinados de la misma. Entre sofocón y sofocón todos queremos ser felices.
Vivir bien. Independientemente del tiempo que nos pasemos levitando en esa especie de sueño fugaz y aterciopelado de supuesta felicidad, hasta en los malos momentos de oscuridad, drama y frustración que se nos presentan en nuestra vida, está claro que queremos 'vivir bien'. Una enfermedad, una desgracia familiar, o perder tu trabajo, por ejemplo, se llevan mucho mejor cuando tienes perspectiva de futuro, una casa donde llorar las penas, una ayuda hasta que encuentres un nuevo trabajo, un servicio de salud pública solvente y con garantías y unas poquitas 'perras' para pagar la hipoteca y algún día tomar unos vinos con los amigos.
Tengo claro que todos queremos vivir bien y encima ser felices, ya veis con qué poco nos conformamos.
Los que somos hijos de la democracia hemos crecido entre algodones, viendo un país que crecía, que se desarrollaba y posicionaba en el panorama internacional, con políticos y políticas con mayúsculas. Los primeros eran los y las que nos gobernaban primando, en la mayoría de los casos, el interés general frente al particular. Lo segundo, las políticas, eran las herramientas legislativas que se aplicaban para alcanzar ese estado del bienestar que todo gobernante pretendía alcanzar. Creo, o al menos me lo parecía, que lo importante no era gobernar por encima de todo, sino hacerlo para poder construir una región o un país mucho mejor, por eso hemos vivido el mayor periodo de paz y prosperidad de Europa.
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Ahora, sin embargo, hay quien pone esto duda, buscando constantemente la confrontación. Parece bastante rentable, rápido y eficaz romper con todo lo anterior abriéndose hueco a base de codazos y empujones en un panorama político que aburría a los niños y niñas pihippies (hippies pijos) de ciudad. Y de paso nos dicen a 'los de provincias' lo que tenemos que hacer con el campo, nuestros pueblos, la caza, la agricultura, la ganadería y nuestras tradiciones.
Me entristece enormemente cuando veo que en el recientemente publicado índice de países con mayor polarización de la firma Edelman, es decir, enfrentamiento entre compatriotas, aparece España en el cuarto lugar, por delante de países que históricamente han tenido conflictos internos como Sudáfrica o Reino Unido. De ese maravilloso país de hace 20, 30 o 40 años al que hoy tenemos solo ha cambiado una cosa políticamente, el clima de confrontación partidista y totalitaria que ha sembrado Podemos y los partidos independentistas. Y ha sido por su interés, exclusivamente por su interés. El resto les importamos un carajo. Lo quiso decir Rajoy, aunque no le saliera muy bien, cuanto peor para todos, mejor para ellos.
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Este número que dedicamos a las elecciones del 28 de mayo, debe hacernos reflexionar sobre nuestro voto. Nos merecemos partidos y políticos que trabajen, que se partan la cara para que vivamos bien y seamos felices, cosa a lo que todos aspiramos. No necesitamos partidos morados que nos enfrenten, que generen odio entre nosotros, que polaricen la sociedad y la política. Necesitamos paz y estabilidad. A ver si se enteran de que en Extremadura hay más de 70.000 cazadores, más de 63.000 agricultores y ganaderos, más de 150.000 pescadores, felices con lo que somos y lo que hacemos.
Lo he escrito muchas veces, hoy por penúltima vez antes de las elecciones, votemos por la paz, el respeto y la libertad.
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