Pogacar cierra la puerta del Tour
El esloveno gana la cronoescalada de Peyragudes y aumenta la distancia con Vingegaard, que otra vez acabó en la segunda posición
Jon Rivas
Viernes, 18 de julio 2025, 19:57
El mañana nunca muere suena a título de película y lo es, claro, de la saga de James Bond, con Pierce Brosnan como protagonista, héroe ... en el cine, que despega para escapar de los malos con su Aero L-39 Albatros de la cortísima pista del altipuerto de Peyresourde-Balestas, 332 metros, construida en pendiente a más de 1.500 metros de altitud, donde también despega Tadej Pogacar, puño derecho al aire, camino de su cuarto Tour de Francia. Imparable, imbatible, el maillot amarillo no encuentra oposición, por mucho que Vingegaard también sea muy superior al resto. Otra exhibición del esloveno y otro nivel para estar ya más de cuatro minutos por encima del danés, y con siete minutos de diferencia sobre el tercero, Evenepoel, que se tambalea sobre el inestable tercer escalón del podio.
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Nada más se puede decir del coloso que sale el último y llega el primero; que rechaza la bicicleta de contrarreloj o la rueda lenticular para acometer el llano primero y la subida después con una máquina convencional, sin cinta en el manillar, con los cuernos de la carretera. «Corremos en bicis de carretera casi el 99 % del tiempo. Así que, al final, hicimos los cálculos», apunta con lógica aplastante, como siempre. «Si no puedes forzar tanto con la bici de contrarreloj como con la de carretera, y el tiempo es prácticamente el mismo, decidí ir más cómodo, como hice las últimas doce etapas con la misma bici», y claro, «al final, me salió bien». En el llano, antes de los ocho kilómetros de ascensión a Peyragudes, sus tiempos con la bicicleta clásica ya eran mejores que los de sus rivales con la cabra de contrarreloj y sus cascos extraterrestres, como el platillo volante que se enfunda Vingegaard, más llamativo todavía con los colores rojiblancos de Dinamarca.
«A toda máquina»
Pogacar ni siquiera lleva radio para escuchar a sus directores, un peso menos, la petaca, el pinganillo, dos estorbos descartados desde la salida. «Decidí ir sin ella porque la táctica era a toda máquina desde el principio hasta el final. Así que dependía únicamente de los controles de tiempo. Vi el primero; ya estaba a cinco segundos en verde, y eso me motivó. Luego, el segundo fue un poco más fuerte, y entonces supe que iba a buen ritmo y que iba en buen tiempo». Autodidacta. Como confiesan sus compañeros, escucha a sus jefes, asiente en las reuniones, pero luego hace lo que cree conveniente. Y nadie le chista. Como para hacerlo. Para qué, entonces, llevar la radio.
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Pogacar se conoce como nadie, se radiografía a sí mismo en la carrera, y es trasparente. «Pensaba no estallar en la primera parte, y casi lo hago al final», dice. «Quizás en los últimos tres kilómetros, del tres al dos», pero no se dejó llevar por el pánico. «Respiré hondo, reinicié un poco, simplemente solté un poco de fuerza, porque sabía que la última parte es muy empinada y quería llegar a la última parte empinada con las piernas todavía en buen estado».
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Vingegaard no se rinde
Lo consiguió, y despegó como el agente 007 para el que el mañana nunca muere. Con rostro de sufrimiento, apretando los dientes, pero con la suficiente claridad metal como para levantar la cabeza y mirar al tablero luminoso sobre la meta, ver que no estaba en números rojos sino verdes, 36 segundos a favor, levantar el puño derecho y celebrar con moderación su victoria, otra vez con Vingegaard segundo, aunque desencajado en la llegada, con un rictus al borde del colapso después de doblar a Evenepoel, que sigue en el podio sujeto con hilvanes ante el acoso de Lipowitz.
«No tuve las piernas que esperaba. Me sentía vacío», confiesa el belga. Pero Jonas, pese a las apariencias, se siente bien, poderoso. Los cuatro minutos de retraso no le arredran y promete pelea. «El Tour está lejos de estar acabado, tenemos que seguir intentándolo, de seguir creyendo que podemos hacer algo en esta carrera». Desafía con las palabras al líder indiscutible. «El equipo entero es increíblemente fuerte y tenemos que mostrarlo en los próximos días».
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Sus tiempos fueron mejores que los del resto de los mortales. El calor de la víspera, que deshidrataba a los ciclistas, se transformó en una temperatura agradable, con viento de cola. Vingegaard reconoce que, «en Hautacam fue muy decepcionante, pero sé que no fue mi nivel normal», así que sí, «no es que dejara de creer en mí, sigo creyendo en mí, en el nivel que tengo, creo que hoy he vuelto a la normalidad y voy a seguir intentándolo».
Detrás, los otros, peleando por las migajas. Primoz Roglic reaparece y acaba tercero, pese a las burlas de la víspera por sus calcetines tobilleros que le relegaban casi a la categoría de cicloturista. Es un corredor de largo aliento, todavía se puede esperar más de él, como de su compañero Florian Lipowitz, cuarto, arañando segundos a Evenepoel. Y hasta de Carlos Rodríguez y Enric Mas se puede hablar, o de Vauquelin, undécimo en la meta, intentando en mantenerse ante los grandes.Pero entre todos, es solo Pogacar el que brilla de amarillo y que cierra la puerta a los otros. Único, indestructible, con su cuarta victoria de etapa de las trece que se han disputado, salvando a dentelladas la distancia con el monstruo Merckx.
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