Vida de muchos
Novela de aprendizaje. Pisón refiere una vida «normal», parecida a la de cualquiera, y más que ante un texto autobiográfico, estamos ante una memoria particular de una vida, un tiempo, una época
Enrique García Fuentes
Viernes, 10 de enero 2025, 23:23
Uno de los privilegios que teníamos los becarios de investigación que por entonces realizábamos la tesis doctoral era entrar libremente en el depósito de la ... sacrosanta biblioteca de la antigua Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres y disponer del contenido de la misma sin solicitarlo previamente a los encargados. Los fines de semana, al sacar algún material que necesitaba para la confección de mi trabajo, aprovechaba para llevarme alguna novela o un texto más ligero (lo más reciente posible) para relajarme. Una de esas veces salí con 'La ternura del dragón', la primera novela que había publicado Ignacio Martínez de Pisón y el siempre agudo Diego Doncel, compañero a la sazón, me vio con ella y me dijo «¿Pero qué haces tú leyendo a Martínez de Pisón?», como si tal obra y autor solamente fuera patrimonio exclusivo de los más modernos, entre los que él militaba con toda la razón, y a mí no se me incluyera en eso.
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En fin, si refiero todo esto, ante la eventualidad de que cualquier lector pueda plantearse a qué viene lo que estoy contando, debo aclarar que cuando me he enfrentado a estas memorias del autor zaragozano me he encontrado en disposición de poder relatar hechos de mi propia vida, porque muchas de las referencias a las que él alude –y algunos de los episodios que cuenta– me han emocionado particularmente, dado que muchos de ellos me son especialmente cercanos. Lo diré ya: la impresión que saca cualquiera al leer 'Ropa de casa' es la de haber conocido una vida más o menos cómoda, sin sobresaltos y sin pretensiones: justo como la vida que la mayoría de los de esta generación que ahora nuestros hijos y nietos llaman «boomers» hemos tenido, gracias a Dios o a quien fuere. El que firma es tres años menor que Martínez de Pisón, así que podemos incluirnos en la misma generación y es inevitable que muchas de las cosas que cuenta, aunque no nos parecemos absolutamente en nada, me toquen de lleno y por lo mismo cuestionen la imparcialidad de estas líneas.
Antes de lanzarme, no dejo de darle la razón a Diego Doncel cuando aquello (que, naturalmente, dijo en broma), porque el mismo Pisón lo relata de manera incontrovertible: «Éramos muchos, éramos jóvenes, representábamos un tiempo más libre y más hermoso, y junto a nosotros se abría paso una generación de lectores que también eran muchos y querían ver representado ese tiempo más libre y más hermoso». Y ¡ojo!: que él mismo es el primero en reconocer que luego derivó a la novela realista que es la que le ha dado la justa y merecida fama que ahora tiene, pero así estaban las cosas en aquellos ilusionantes años 80. Por lo que se refiere al texto que nos ocupa hago míos los muchos comentarios que insisten en que, si no se trata de una novela, está narrada y contada como si lo fuera porque la maestría de Pisón a estas alturas para contar cosas es ya innegable. Eso sí: nadie espere aventuras delirantes, ni palos a diestro y siniestro, ni siquiera ajustes de cuentas inevitables porque estamos, más que ante un texto autobiográfico, ante una memoria particular de una vida, un tiempo, una época. Pisón refiere una vida «normal», ya lo he dicho, sin alharacas, parecida a la de cualquiera, que solo nos engancha por lo bien contada que está. Narra la historia de su propia familia, bien situada, heredera de un cierto abolengo, que pronto sufre la pérdida del padre (un tema que ha gravitado siempre en la narrativa de nuestro autor, directa o indirectamente) y que obliga a la madre a coger las riendas de sus cinco hijos. Nuestro protagonista enseguida nos devela su condición de lector y algo que nos llama mucho la atención: su incoercible vocación de convertirse en escritor.
A qué negar que las páginas más interesantes (para las ratas de biblioteca como un servidor) son aquellas en las que habla de sus primeras amistades literarias y contacto con el mundo editorial; especial relevancia tiene su desencuentro con Javier Marías tras años de amistad que Pisón refiere con honestidad y con el equilibro que usa para las pocas veces que ha de referir algo desagradable. Del mismo modo me atrae su paso por la universidad: del encomio que hace de José Carlos Mainer (uno de mis investigadores de cabecera) solo puedo decir que reproduce lo que a mí me hubiera gustado ser como profesor todos estos años –y no he conseguido, claro–. Tampoco faltan, sin embargo, cariñosas semblanzas de otros autores, como Bernardo Atxaga, Félix Romeo, Enrique Vila-Matas, Cristina Fernández-Cubas, Javier Tomeo, José Antonio Labordeta… Pero tal vez calen más cuestiones referidas a su propia vivencia familiar y personal, como el hecho de adquirir un piso o tener hijos, casos que le obligan a tomar ya en serio la de escritor como una profesión que ha de servirle como sustento para sí y los suyos, lo que en cierta medida cierra este ejercicio que podría perfectamente pasar como una novela de aprendizaje en la que, una vez más, narrador y protagonista terminan gloriosamente por confluir. Como el mismo autor dice, se trata del «retrato de un joven más bien corriente, ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni bueno ni malo, pero dotado, eso sí, del don de saber contar historias. Mi idea era aprovechar ese don para contarme. Para contarme y, sobre todo, para contar una época». Lo dicho: la vida si no todos, de muchos. Por eso nos interesa.
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