Todo turbio
Novela. Benjamin Black nos ofrece un nuevo caso en el que el forense Quirke comparte protagonismo con el inspector Strafford
Todo estaba empañado, caviloso, teñido de melancolía», se dice más o menos a la mitad de esta última entrega de John Banville (o Benjamin Black, como sigue firmando ya solo para el público en español cuando sus tramas derivan hacia lo que conocemos como novela negra). Yo no sé si a ustedes les pasará también, pero hay veces que cuando uno empieza a leer algo que le engancha inmediatamente le transmite una impresión que a veces no somos capaces de definir a nuestro gusto. Desde que había comenzado la lectura de esta Los ahogados me rodeaba la impresión que ahora tan perfectamente se plasma en este momento de la narración que transcribo.
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Yo no sé si eso que ya comúnmente llamamos 'novela negra' es más un estado sentimental que otra cosa, pero lo cierto es que todas las novelas protagonizadas por, o en las que interviene, el forense Quirke están teñidas de esa melancolía, de ese aire casi de tristeza o 'saudade' que tan bien definen los portugueses -si es que ese estado puede llegar a definirse- y que asociamos muchas veces a esas películas en luminoso blanco y negro, con una lluvia pertinaz, de los años cincuenta, tan habituales en la cinematografía del Reino Unido. Por encima de esa llegada estrepitosa del color los tonos grises recrean una atmósfera, tanto para los momentos luminosos como para, sobre todo, los momentos más oscuros, que inunda y se apropia del corazón cuando vamos leyendo lo que se nos va relatando en este texto. Los ahogados, como prácticamente todas las novelas de Banville, es una narración morosa, algo que todavía llama más la atención en un relato policial donde la resolución del delito, en el caso de que lo hubiera, se monta siempre en un brioso corcel que hace avanzar la acción a trancos a veces desaforados. No es el caso aquí; antes al contrario: casi podríamos decir –como ocurre en otras novelas de Black/Banville– que lo que menos importa es la resolución del crimen (en esta novela llegamos al extremo de no saber casi prácticamente nada de la presunta víctima), que es preferible el desarrollo del interior o de las peripecias íntimas y externas de los personajes principales -que ya se nos han ido haciendo tan familiares a lo largo del tiempo- con sus tristezas, dudas y alegrías; y atravesados todos por una inmarcesible soledad, a veces no solo en el fondo, también en la apariencia. De forma casi imperceptible, la acción avanza (por cierto, Quirke -como haciendo un homenaje al Cupido de nuestro Eugenio Fuentes- no aparece de facto hasta pasado un centenar de páginas) y cuando lleguemos a su resolución lo que menos nos habrá importado es qué había ocurrido con esa mujer que había desaparecido en las primeras páginas de la novela.
Benjamin Black
Los ahogados
Madrid, Alfaguara, 2025
Como se trata de un nuevo volumen en que Quirke comparte protagonismo con el inspector Strafford, tal vez los profanos tengan que hacer un ejercicio de paciencia o, en su defecto -que de defecto no tiene nada- acercarse a títulos anteriores, pues muchos de los personajes y referencias que aquí aparecen provienen de esas entregas y arrastran con ellos algunas de las vicisitudes que allí se desarrollaron (algunas concluyen y se resuelven, sin embargo, en esta, para consuelo de los que quedan insatisfechos con los crímenes sin resolver, pero ¡ojo!, siempre al modo Banville/Black). Cierto es también que la mencionada resolución del conflicto se produce al final de una manera que se escapa de los cánones del género.
Y, bueno, que me enrollo, ¿de qué va esta novela? Pues tiene también un calmoso comienzo en el que un extraño personaje, misántropo y alejado de la sociedad, Wymes, tiene un inquietante encuentro con un tal Armitage que le pide ayuda ya que, según dice, su esposa se ha arrojado al mar y no la encuentra. Intranquilo, Wymes lo acompaña a buscar auxilio en una casa cercana donde pasa sus vacaciones un matrimonio también de extraño comportamiento. Pronto el caso pasa a manos del inspector Strafford, quien arrastra, como hemos dicho, sus propias y agitadas cuestiones personales y que, con el panorama con el que se encuentra, van a agitarse todavía más y se mezclan con la aparición de su mujer, que le pide el divorcio.
Cuanto más avanzamos en el caso (pero, de forma muy demorada y lenta) percibimos que todo se va volviendo más turbio al ir descubriendo las circunstancias particulares de cada uno de los personajes que han ido apareciendo… y de los que desaparecen. Como ya intuyen los acostumbrados, la desaparición de la mujer queda en un segundo plano al irse revelando las particulares vicisitudes del elenco aquí concitado. Los seguidores acérrimos del género se verán decepcionados ante el rápido y casi inusitado desenlace de la trama, como si tal no importara; pero quien goce de más amplitud de miras valorará la comedia humana que aportan los personajes, conocidos y nuevos; estos en particular, que se nos han ido presentando, dotados de esquinadas aristas, inmersos en tensiones insoportables, que abren la mera resolución de un caso a situarnos en un mundo donde nada es lo que parece y nadie parece ser feliz.
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No es novela negra; es novela a secas, sin necesidad de adjetivos contemporizadores.
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