Esperanza Mateos Donaire. HOY

Literatura y vida

Recuerdos. En 'El viento sobre las jícaras', Esperanza Mateos mezcla elementos autobiográficos con capas de imaginación novelesca

Enrique garcía Fuentes

Viernes, 18 de julio 2025, 20:00

Esperanza Mateos Donaire nació y vivió en Zafra durante su adolescencia, alternando con veranos y festividades que pasaba en Trujillo. Marchó a Cáceres a estudiar ... y allí se licenció en Filología; luego sacó la oposición y lleva ejerciendo muchos años en Puerto de Santa María. Desde hace siete años es directora del IES 'Pintor Juan Lara', y ha colaborado, además, en la confección de libros de texto muy utilizados (por su calidad) en los institutos de enseñanza secundaria y bachillerato de toda España. Tiene dos novelas escritas (y casi galardonadas) que, sin embargo, no han conocido todavía las mieles de la publicación..

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Ahora llega a nosotros 'El viento sobre las jícaras', que tuvo su germen, según confesión propia, en una publicación anterior, Wind, esta sí editada, y que quien firma tuvo la suerte de conocer en su momento y saludar como promesa de algo mejor que estaba por llegar. Aquellos días larguísimos de los veranos de la infancia en los que se concedían recorridos más amplios para lo fantástico se cimentan ahora en un tono más realista que mucho, mucho tiene que ver con la peripecia personal y particular de la autora, como ella misma ha manifestado, haciendo hincapié en que su confección fue un intento de gestionar la ausencia de su padre, seguramente convencida de ese poder salvífico que es connatural a la literatura.

El viento sobre las jícaras

Esperanza Mateos Donaire | Mérida, De La Luna Libros, 2025

Los avatares por los que transcurre la novela, el cúmulo de experiencias que se suceden, tan cercano a las de cualquiera de nosotros, solo transciende gracias al sabio destilar de las mismas en bien medida aleación con la necesaria dosis de plasticidad literaria, lo que se consigue aquí con un uso somero y nunca excesivo de los recursos poéticos. Conviene insistir en ello; y en que esos elementos autobiográficos vienen tintados de atractivas capas de imaginación novelesca que nos los devuelven mucho más originales y atrayentes. Sofía, la protagonista de la novela, se nos antoja un claro trasunto de nuestra autora; y un suceso infantil, poéticamente logrado a la hora de explicarse, sitúa las jícaras a las que alude el título como un elemento alegórico central, pero solo en su acepción de aquellos antiguos aisladores que veíamos en los postes de la luz. En su casa (el padre trabaja como ser Jefe de Telégrafos) las guardan como soportes para fotografías y, en un halo de realismo mágico bien ponderado, les atribuyen la capacidad de retener en su interior los mensajes que por ellas pasaban; arrimándoles el oído, como una suerte de caracolas aéreas, podrían recuperarse esos contenidos cada vez, según se nos fabula. Del mismo modo, los lugares por donde ha ido transcurriendo su vida: en la novela nos son revelados con nombres claramente poetizados, pero también resultan fácilmente reconocibles, como si la propia narradora no tuviera en ningún momento la intención de enmascararlos para evitar su identificación.

Con todo, hay algo más allá que una mera evocación familiar y vivencial; por encima de evocar una serie de peripecias, lo que más claramente quiere manifestarse en la novela es, precisamente, el deseo de su plasmación escrita, lo que concede a la obra una clara deriva metaliteraria, en la que se pone de evidencia la incoercible voluntad de ser escritora por encima de todo: «Yo era escritora, pero aparentaba deliberadamente que no ejercía ese oficio (…) y no hablaba sobre una vocación literaria que, en mi fuero interno, quería alimentar». Por cierto, esa vocación surge del aliento que ofrece en su momento un personaje de ficción, su profesor de literatura en COU, que tiene una contrastada figura real: el gran poeta extremeño Luciano Feria, no sé si mejor poeta que enseñante o al revés. La exhaustividad de detalles en la descripción de objetos, personajes y, sobre todo, emociones, esquiva con sabiduría el, para mí, cansino campo de eso que hemos dado en denominar 'autoficción'. Y me encanta el brioso empeño de la protagonista / narradora / autora de llevar al papel la peripecia como función principal del mismo relato que tan encantadoramente nos ha contado. Desde aquel avión de papel donde se leía «Si lees este mensaje, escribe nuestra historia» al wasap final que repite exactamente tal aserto nuestro relato se perla con variadas reflexiones que competen al hecho mismo de narrar: elaborar tramas, diseñar personajes, expresar dudas sobre la capacidad de lograrlo, cavilaciones acerca de la voluntad literaria, etc. Presentar la novela como una especie de 'carta-narración' de una madre a su hija nos afianza más en el indudable sustrato literario que contiene.

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Pese a una estructura nada lineal –a la que contribuyen los continuos 'flashbacks' que la ornan-, el lector no se pierde gracias a la clara y evidente cronología que propone y la presencia de elementos y objetos que garantizan la continuidad (¡cuánto puede dar de sí un buen abrigo!). Con personajes cercanos y asumibles que la desarrollan y un lenguaje ajustado y bien tejido habitamos cómodos una novela en absoluto pretenciosa en la que nos sentimos cálidamente acogidos.

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