Jorge Márquez con su nueva novela. J. V. ARNELAS

Los gozos de la lectura

Novela. Jorge Márquez consigue que el lector enseguida entre en el juego cuando ve que 'La amistad aplazada' responde a su más ferviente deseo de distracción y enganche

Enrique García Fuentes

Viernes, 2 de mayo 2025, 23:00

Si empiezo diciendo aquello de «después de tantos años leyendo, uno ya…», yo mismo soy el primero en arrugar el ceño y pensar en la ... cara que se le pone a quien lo lee mientras se imagina a quien está redactando (servidor) con cara de abuelo Cebolleta o con unas ganas irreprimibles de soltarse el moco haciendo ostentación de su cultura. Vale; me tiro piedras a mi tejado, pero es que no tendría más remedio que recurrir a ello si asumo que, efectivamente, después de haber leído y de haberme rodeado de tanta gente amiga que también lee, toca irse planteando –si no lo hemos hecho más de cien veces cada uno– la cuestión candente de qué es lo que buscamos cuando entramos en un texto, sobre todo especialmente cuando se trata de una novela; ¿qué es lo que ocurre cuando volvemos a enfrentarnos a un autor reverenciado como para mí ha sido y sigue siendo –no lo voy a ocultar– Jorge Márquez? ¿Hasta qué punto imprimimos sobre la obra que disfrutamos (o esperamos disfrutar) nuestras veleidades y nuestras expectativas y las saciamos en y con ella o nos sentimos, si no defraudados, por lo menos, incompletos, si percibimos que aquello que hemos leído no se ajustaba a cuanto esperábamos? Llegados aquí no sé por qué pienso en todo esto porque en ningún momento esta última opción se me ha presentado mientras leía, devanaba y deglutía esta estupenda 'La amistad aplazada', la sexta novela en la muy (pero que muy) espaciada producción novelística de nuestro autor.

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La amistad aplazada

Jorge Márquez.

Editorial: De la luna libros.

320 páginas.

24 euros.

Es cierto que después de 'El claro de los trece perros' (¡qué hartos están oírme decir mis fieles que esta y 'Las bailarinas muertas', de Antonio Soler, pusieron el broche de oro a la novela española de siglo XX!, –Marías aparte, claro–) y de la excelente (y no sé por qué poco tenida en cuenta) 'Los agachados', Jorge Márquez no ocupa el lugar que mereciera en el ámbito de la narrativa española actual. Solo puedo atribuir esta sinrazón al tiempo que ha dejado transcurrir entre, ya digo, sus muy distanciadas publicaciones (hecho que inmediatamente le saca de la «pomada»). También contribuyó, creo, la manera enormemente injusta con que recibimos la «tibia» 'Trienios' cuando todos afilábamos los cuchillos y esperábamos un ajuste de cuentas sangrante y casi tarantiniano con la profesión administrativa que durante muchos años el mismo autor ejerció. Sin embargo, creo que nada de esto tiene que preocuparnos ahora porque insisto que, sin poner excesivamente a prueba la paciencia del lector, Márquez, en esta última entrega, ha construido un territorio flexible que, aparte de ir dictando una especie de curso magistral sobre los diferentes ámbitos por donde transcurre la novela contemporánea, va llevando de la mano al lector entregado, al que sitúa frente a un panorama que va ampliándose y enriqueciéndose como la tierra seca (el ámbito de nuestra expectativa constante de que nos cuenten cosas) se empapa de la bendita lluvia de su imparable sucesión de personajes e historias incorporadas que saben cerrar la trama originaria que la suscita pero, a la vez, dejan expeditos los caminos y túneles que pudieran hacer concebir nuevos territorios y peripecias por explorar.

Solo cabe el disfrute a la hora de transitar por una novela que hubiera podido convertirse (y no ha querido hacerlo) en «novela de novelas», sino que ha atendido a la eterna reivindicación del lector: recuperar el placer de la lectura. Aquí no hay militancia, ni reivindicación, ni profesiones de fe, ni ajustes de cuentas con pasados traumáticos. Críticas las justas y bien entreveradas; y ficción: pura y gozosa ficción. Cuatro personajes mueren en un extraño accidente de avioneta y el desnortado hijo y único heredero del piloto que la conducía recibe la noticia en medio del caos personal en el que lleva mucho tiempo viviendo asentado, absorbido en cuerpo y alma por su venenoso amante (tal vez el personaje más repulsivo y perfectamente perfilado de la obra, muy al gusto de la tradición que el propio Márquez ha ido creando en su teatro y narrativa anteriores) con lo que su perenne abulia y depresión se complica de manera escandalosa. En esta estructura claramente de policial canónico, se van, sin embargo, insertando personajes e historias que abren, como si de un poliedro bien acoplado se tratase, la trama original y dramas, amores, venganzas, excursos sobre mitología céltica, personajes inolvidables, melodramas risibles, puyazos a la cultura rosa televisiva ávida de remover en la basura, van acumulándose sin apelotonarse y van conformando un mosaico que no hace sino agrandar la perspectiva de un lector que enseguida entra en el juego cuando ve que la novela responde a su más ferviente deseo de distracción y enganche. Cada sendero que se abre (culmine o no) concita la atención de un lector incapaz de abandonar cada vericueto al que se le conduce. La solución se aplaza, claro, pero de verdad creo que el lector (que ve que cada vez van quedando menos páginas) no cede y confía en el final esperado. El narrador, convertido en asumido demiurgo, juega con nosotros y, al final, consiente en darnos el gusto que llevábamos tanto esperando.

Pero, no sé; el lector voraz se queda con la impresión de que aquí todavía quedaba tela por cortar. Mucho me temo que el espíritu burlón que late constantemente en su narrativa podría salir absuelto de la posible acusación con solo invocar que lo hace por el bien de quien lee, por no fatigarlo. Y todavía tendríamos que agradecérselo. Coñas aparte, es evidente que Márquez mantiene intactas sus capacidades narrativas y cuando le vuelva a venir la gana retornará a tenernos pendientes y enganchados de su incuestionable capacidad fabuladora. Hay que quererle como es.

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