Duermevela siniestra
Temática gótica. Belleza, inquietud, onirismo y sobrecogimiento es lo que encontramos en la docena de relatos que componen 'Un lugar soleado para gente sombría'
Enrique García Fuentes
Sábado, 30 de noviembre 2024, 11:21
Permítanme volver al ya manoseado tema de las portadas, porque me parece que en este caso el asunto llama la atención. Independientemente del interés que ... una autora como Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) suscite, pues se trata de una de las autores –no es error de concordancia– más interesantes que han salido en la literatura en castellano de los últimos tiempos, convendrán conmigo en que esta ilustración que orna su último título se las trae. El tipo de imagen que conjuga a la perfección belleza, inquietud, onirismo y sobrecogimiento, ¿verdad? Pues eso es lo que nos vamos a encontrar, traducido a literario, en la docena de relatos que componen este 'Un lugar soleado para gente sombría', un texto que continúa una saga ya iniciada por la autora con títulos anteriores como 'Los peligros de fumar en la cama' y 'Las cosas que perdimos en el fuego' y sin olvidar su excelente novela (que la dio a conocer entre nosotros) 'Nuestra parte de la noche'.
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Lo primero que se me ocurre es pensar que, por la temática gótica que impregna la totalidad de los relatos incluidos (como se le llama ahora a todo cuanto tiene que ver con el terror cediendo una vez más al anglicismo) al libro se le vuelve a abrir la posibilidad de una amplia caterva de lectores –juveniles especialmente y no lo digo con desdoro, antes al contrario–. Y me apresuro a advertir de que, aunque no esté exento de concesiones evidentes al terror de índole escatológica, por lo menos en cuanto tiene que ver con la aparición de monstruos y degeneraciones físicas muy gráficamente descritas, el verdadero espasmo de miedo que nos sacude en casi todos ellos viene más claramente de una normalidad que sin embargo, se nos va volviendo más amenazadora a medida que avanzamos en el transcurso de los relatos. Todos los miedos se resumen, no es necesario que lo recuerde, en el temor fundamental a la muerte, pero aquí el mal no procede de ella sino de la vida misma, de lo que está cerca, en la propia realidad. Y es que a nadie le inquieta nada más que la alteración de lo cotidiano; y cuando lo consuetudinario se empapa de estas alucinantes transmutaciones a las que se ve sometido, sin que se omitan repulsivos fragmentos que, como se dice ya tópicamente, pueden alterar o herir la sensibilidad del lector por las elevadas dosis de asco y repugnancia que transmiten, el efecto obtenido claramente se amplifica. Ni que decir tiene que a la conclusión a la que se llega (lo adelanto ya) es que nuestra realidad es muchas veces más perniciosa que las mismas alteraciones que puedan transmutarla, pues nuestra fantasía no deja de ser tampoco la proyección de nuestros propios miedos y –si se me apura– una buena forma de ahuyentarlos o, hasta, donde se pueda, preterirlos.
La fórmula, sin embargo, se repite en la práctica totalidad de los relatos aquí contenidos y no oculto que, en determinados casos, puede hasta prevenir al lector y lograr, precisamente el efecto contrario. Dentro de nuestros avatares cotidianos (sean de la índole que sean, generalmente más tirando a desagradables, todo hay que decirlo) irrumpe una serie de circunstancias paranormales, o bien fantasmas, o, cuando menos, entidades poco definidas, pero confusas y casi siempre terribles, que sobrecargan los límites del miedo que ya, como seres humanos, nos es propio y el efecto puede dispararse hasta límites auténticamente sobrecogedores (como ocurre con el tremendo relato 'Ojos negros' que cierra el libro, donde se cuenta la historia de una mujer que trabaja para una ONG atendiendo a gente sin recursos y sufre una experiencia estremecedora). No es baladí la mención que hago a este cuento porque, sin ser el mejor, sí contiene un elemento que también es esencial en el resto del volumen, las referencias más o menos veladas a la realidad sociopolítica de la Argentina contemporánea. Si las alusiones a la dictadura militar sostenían buena parte de su mencionada novela, es ahora una realidad cercana en el tiempo, como la sempiterna crisis económica que el país vive, la que condiciona buena parte de las historias aquí reunidas. La deriva terrorífica que acaban sufriendo las tramas de las historias resulta ser la corriente lógica de lo que esa misma realidad social y política comporta. Ocurre claramente en el relato que abre la serie, 'Mis muertos tristes', donde una doctora que vive en un barrio de clase media se encarga de contemporizar con fantasmas de muertos que tienen que ver con él y que el resto de los vecinos encuentra y teme. No hay que rascar mucho, sin embargo, para entender que el verdadero miedo colectivo que sacude a sus habitantes va más alá de lo paranormal, sino que reside, fundamentalmente (dada la deriva del relato) en el terror a ser invadidos por los pobres y marginados que viven cerca.
En otros casos lo extraño y lo siniestro reside dentro de nuestros propios cuerpos; sobre todo el temor a la descomposición del mismo, cómo el ser humano pierde su belleza y juventud para convertirse en un ser que produce espanto o repulsión. O puede aparecer en un feliz viaje en pareja ('Un artista local'), anidar en nuestro interior porque no hemos podido superar el daño que hicimos (el tenebroso 'Cementerio de heladeras'), o habitar desde hace tiempo latente en las casas familiares ('La desgracia en la cara'), surgir de los avances tecnológicos de nuestro día a día ('La mujer que sufre'), y hasta sobrevenir de probarse vestidos lujosos (el tremendo 'Diferentes colores hechos de lágrimas'). En ellos convive también una lacerante conciencia política y fuertemente feminista (el estupendo 'Las pájaros de la noche', por ejemplo) que se hace eco del denigrante papel al que se ha sometido y somete a la mujer en la sociedad en sus muchas variantes: el machismo, la belleza canónica como imperativo y condena ('Julie') o la constante batalla que mantienen con nuestros propios cuerpos y los cuerpos de los otros, reflejados en este ámbito en procesos de mutación a veces exagerados hasta lo delirante ('Metamorfosis').
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En fin, un acabado conjunto de historias que nos sumen en una desubicación espacial y temporal que nos remite a esa duermevela donde confundir realidad, sueño y pesadilla, el territorio donde Mariana Enríquez ha encontrado una fórmula exitosa de aunar denuncia y militancia manteniendo unas altísimas dosis de calidad literaria.
Un lugar soleado para gente sombría
Mariana Enríquez. Editorial Anagrama. 232 páginas. 19,90 euros
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