Por buen camino
Novela. Un lenguaje sencillo y comprensible ayuda también a avanzar por este voluminoso título de Marga Guiberteau que pone de relieve que las vocaciones incoercibles, cuando se trabaja con dedicación y esmero, pueden llegar a buen puerto
Enrique García Fuentes
Viernes, 6 de junio 2025, 23:25
Marga Guiberteau (Badajoz, 1961) inició su trayectoria profesional como escritora en 1998. Tras publicar varios relatos en medios locales y regionales, en 2013 vio la ... luz su primera novela, 'Los sueños pródigos', con ella había sido finalista, además, en premios prestigiosos de nuestra región como el 'Felipe Trigo' o el 'Ciudad de Badajoz' y en su momento mencionamos en estas mismas páginas. Con posterioridad nuestra autora obtuvo el galardón del XXX Concurso de Cuentos Villa de Mazarrón-Antonio Segado del Olmo y ahora, avalada por la consecución del premio 'Onuba' en su vigésima edición, y con una soberbia e inconfundible ilustración de José Paulette decorando su portada, nos llega esta voluminosa 'Del mismo barro,' que puede suponer, tal vez, su consolidación definitiva como escritora.
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La historia que se nos cuenta viene bifurcada en dos líneas paralelas que, rápidamente sospechamos, terminarán confluyendo. Camila es una chica un tanto desnortada que, pese a poseer una licenciatura en Historia del Arte, se dedica a trabajos ocasionales, no muy bien pagados, y, a ratos, a pergeñar su tesis doctoral; sigue viviendo con sus padres y está al límite muchas veces de dejarse mecer por una abulia de la que no termina de desposeerse. En esas recibe el encargo de transcribir a su ordenador la historia que le dictará una anciana a la que acaban de diagnosticar Alzhéimer. Cecilia, que así se llama la señora, trata denodadamente de transmitir su peripecia antes de que la enfermedad la devaste y termine por olvidarla. Pese a algunos leves rifirrafes al comienzo, Camila (de la que en seguida descubriremos un secreto inconfesable) acaba por cogerle el gusto a presentarse todas las tardes en la oscura y un tanto desvencijada casa de la señora, siempre a oscuras, que la anciana habita con la única compañía de Rosa, una criada silenciosa y distante, de edad parecida a la de la dueña. El motivo de la atracción es doble: por un lado el misterioso panorama que parece envolver a las dos ancianas y por otro, que constituye la segunda línea a la que me refería arriba, el interés que suscita en ella la historia que Cecilia va narrándole a trancas y barrancas.
En esa historia volvemos (una vez más) a la tan manoseada posguerra, a lo largo de la cual transcurren los acaecimientos, separados por un salto de ocho años que divide la novela en dos partes, y en la que nos vamos a encontrar –pintados con rasgos a veces extremadamente exagerados– por un lado, la tajante división (en el mundo rural, al urbano se alude escasamente) entre amos y siervos, que moran juntos en un territorio hostil (nunca explicitado) donde las secuelas de la guerra están dolorosamente presentes en todos los ámbitos, y por otro, las escabrosas relaciones, y multitud de historias concatenadas, que se establecen entre ellos. Ese espacio, de imprecisas coordenadas geográficas, termina por convertirse, pese a su extensión, en un claro «huis clos» del que es prácticamente imposible salir: para los siervos porque carecen de posibilidades económicas para huir la mayoría, y otros por vivir sojuzgados, constreñidos por sucesos ocurridos en la guerra que, de alguna manera, los mantienen secuestrados y sin posibilidad de escapatoria; en el ámbito de los señores porque parece claro que el omnímodo poder del que disponen en su territorio se desleiría de alguna forma lejos de él.
Del mismo barro
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Autora Marga Guiberteau
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Editorial Onuba. Huelva. 2024
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Precio 22 eueros
Pese al buen pulso con que está la narrada la historia –sobre todo la que se centra en el relato que va efectuando Cecilia, con muy vibrantes descripciones y bien compactadas dosis de emotividad y suspense–, y que muy bien demuestra el cualitativo salto que ha experimentado la prosa de Marga Guiberteau, la novela todavía se ve lastrada por un exceso de morosidad en la narración de algunos episodios –sobre todo los que tienen que ver con la trama del día a día de Camila– y la excesiva truculencia –en algunos casos verdaderamente desaforada– con la que pinta comportamientos y actitudes de algunos personajes. No está mal en absoluto (ahí están Benito Pérez Galdós, Pío Baroja y otros grandes de la narrativa española) que un narrador haga evidente su predilección por algún personaje determinado; y hasta que, justo lo contrario, evidencie una incontestable tirria por otros, pero tal vez en esta novela –el lector se dará cuenta enseguida– esas tintas estén excesivamente sobrecargadas en algunos ejemplos puntuales. En el «debe» no hay más remedio que anotar también la excesiva precipitación, al final, sobre todo, a la hora de hacer desaparecer a algunos de los personajes participantes, lo que contrasta con la pormenorizada deriva con que refiere otros acontecimientos. La correcta expresión sintáctica –con desarrollados períodos en algunos casos– es también un punto a su favor. Un lenguaje sencillo y comprensible (ojo a algún descuido ortográfico que se ha escapado) ayuda también a avanzar por este voluminoso título que, como digo, pone de relieve que las vocaciones incoercibles, cuando se trabaja con dedicación y esmero, pueden llegar a buen puerto.
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