Hace ya cuarenta años, aparecía el III volumen de mi Literatura en Extremadura (Universitas), que generosamente preludiaba Juan Manuel Rozas. Dediqué un capítulo (pp. 197- ... 208) a Víctor Chamorro. Desde este lunes, el admirado hombre y escritor comparte nuevas latitudes con otros queridos personajes allí incluidos, como el sabio prologuista, Jesús D. Valhondo, Manuel Pacheco, Luis Álvarez Lencero, Pedro de Lorenzo, Félix Grande, Bernardo V. Carande, Antonio Carlos González, José A. García Blázquez, José A. Gabriel y Galán, Jesús Alviz o J. M. Santiago Castelo. En esa espléndida pléyade, ya desaparecida, supo ganarse un lugar propio el autor que hoy lloramos.
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Natural de Monroy (1939) y hondamente vinculado a Hervás, Chamorro se mantuvo siempre comprometido con la Extremadura más dolorida, cuya Historia labró de forma personalísima en ocho volúmenes y plasmó en prácticamente todas las novelas, dramas, biografías o ensayos. Baste recordar su solicitud por que el Día de la Comunidad fuese el 25 de marzo, homenaje a aquella épica jornada de 1936, cuando miles de campesinos extremeños se lanzaron a ocupar latifundios en demanda de terrenos cultivables. Porque de algún modo, a toda Extremadura le cuadraba el título de una de sus obras más reivindicativas, Las Hurdes, tierra sin tierra.
Víctor me trabucaba a menudo el primer apellido, alterándome el orden silábico, lo que siempre tomé como símbolo de que en su recia escritura prevalecía la intención sobre el efecto y nos reíamos comentándolo.
«Escribir supone siempre una opción moral, porque toda obra de pensamiento conlleva una ética que condiciona la elección del tema, y una estética que lo desarrolla dentro de los cánones de la particular concepción de en cada época». Así se manifestaba Víctor Chamorro en aquel inolvidable I Encuentro de Escritores Extremeños (Cáceres, 1980). Se mantuvo fiel a su lema hasta el final.
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