«Viajo por el mundo para hacer fotos a personas, no a paisajes»
55 países ·
El fotógrafo cacereño reúne en un volumen 550 fotografías hechas durante más de 40 años de viajes por cuatro continentesHay quien viaja para tachar un lugar del mundo de su lista, otros en busca de evasión o de exotismo, por diversión, por probar nuevos ... sabores o por matar el tiempo, sin más. A Juan José Camisón, Juan Kam (Torre de Don Miguel, Cáceres, 1949), le ha llevado por el mundo el afán de fotografiar rostros, personas. «Fotografiar personas empezó a significar para mí una forma de describir los sitios que visitaba, pues ya no había quien pudiera sacarme de la cabeza que no había mejor paisaje que un rostro humano o mejor perspectiva que un cuerpo humano», detalló Kam en la presentación de su libro el pasado otoño.
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'Faces of the world' es, más que un libro, un ingente resumen la vida viajera de este filólogo, catedrático jubilado de la UEx y escritor, que resume 40 años de viajes. El volumen, autoeditado con mimo, recoge 550 instantáneas hechas en cuatro continentes (Europa, América, Asia y África) en el que, según indica, no se fija tanto en los paisajes o en los momentos como en las personas. La galería de rostros que recoge es hipnotizante: desde un niño vendiendo postales en Jordania a un vendedor de dentaduras postizas marroquí, de un guerrero de una tribu de Zambia a una espectadora de un museo de Berlín. Y todo ello salpicado con lo cercano: desde una estatua humana en la Puerta del Sol de Madrid a una despedida de solteras en Sevilla, pasando por el carnaval pacense o un sinfín de fiestas populares de infinidad de pueblos de Extremadura.
«Puedo hablar en cinco idiomas, y con esa facilidad al principio empecé a viajar como cualquier turista con la intención de ver paisajes y monumentos y disfrutar de la gastronomía, pero poco a poco a mí empezó a envenenarme algo, y empecé a darme cuenta de que el mejor paisaje era la figura humana, la cara de la gente».
Dignidad
Pronto empezó a darse cuenta de que «desviaba la cámara de una cúpula románica o de lo que fuera por sacar a la chica o al chico que pasaba al lado y que era siempre mucho más atractivo». De esa forma empezó a buscar «algo que se ha perdido en Occidente y en el retrato, que es la dignidad, personas que no se ríen, que no hacen una mueca o un mohín al fotógrafo». Kam fotografía sin que los protagonistas posen, en toda su naturalidad. La belleza – «la he encontrado tanto en unos bailarines de Camboya como en las carantoñas de Acehúche», apunta– y la autenticidad van también unidas a esas instantáneas. «Intento retratar la vida, Balzac decía siempre que el escritor debe ser un secretario de su época y debe contar lo que hay en su época, esas ideas de la literatura yo las he llevado a la fotografía».
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Kam cuenta con un archivo de casi 100.000 fotografías. «De todo tipo, digitales, diapositivas, tengo un armario lleno, clichés en blanco y negro, fotografías en papel». La pandemia, igual que les sucedió a otros muchos creadores, le impulsó a reunir sus fotos. «Mis amigos me preguntaban que cuándo iba a sacar esas fotos, porque me he pasado la vida por las fiestas de Cáceres y viajando, pero yo no sabía cómo quería publicarlo». Se embarcó en la tarea. «Gané una dioptría y media, he roto cinco proyectores de diapositivas de las sesiones que me he pegado, y al final ha salido esto», proclama mientras muestra lo que podría ser un verdadero catálogo de miradas humanas de aquí y de allá.
Aunque su admiración le acompaña en todos los países, la India es su espacio predilecto. «La India es un espectáculo teatral y vital, nada más que te asomes a la puerta del hotel en el que te alojes, yo no dormía en la India, era incapaz de estar más de dos o tres horas, estaba deseando salir».
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Le rodean las anécdotas. «Fui en Senegal a la tribu diola, yo era el interlocutor del grupo y me dijeron que hasta que si me ponían un niño en los brazos todo iba bien, pero que si no me lo ponían teníamos que dar media vuelta e irnos, me lo pusieron» rememora. «Pregunté que si eran antopófagos y me dijeron que sí, pero que no se comían a los blancos, que se comían a sus familiares». Explica Kam que hacían un ritual por el que mezclaban un líquido que salía de los cadáveres con un licor y con eso asimilaban su espíritu. Pese a todo, indica que nunca ha tenido miedo de meterse en tribus. Le han aterrorizado más las serpientes, las pitones.
Critica en cierta manera que la forma de viajar actual está un poco adulterada. Internet permite cerrarlo todo, ver las cosas por anticipado, no enfrentarse a lo desconocido, lo cual da seguridad pero «quita magia» asegura.
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Viajar permite vivir muchas vidas y Juan José Camisón no repara en decir que ha gastado una buena parte de su dinero en viajar y en editar este libro, un volumen rico en vivencias que puede conseguirse en librerías cacereñas por 60 euros. El libro está terminado y en la calle, pero las fotos no cesan. Su próximo viaje internacional tendrá lugar en breve y será a Egipto, en el que ya ha estado en otras ocasiones. Está claro que, más allá de las pirámides, las esfinges o la fecundidad del Nilo hay algo que llamará la atención de su cámara: las personas.
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