Representación de 'Rinconete y Cortadillo' este jueves en el Festival de Teatro Clásico. Jorge Rey
Crítica teatral

'Rinconete y Cortadillo', el valor de la amistad y el poder de contar historias

Reseña ·

La creatividad cervantina cierra el Festival de Teatro Clásico de Cáceres

Luis Javier Conejero Magro

Universidad de Extremadura

Viernes, 27 de junio 2025, 13:32

La piedra dorada de la Plaza de Santa María acogió anoche el último latido de la 36ª edición del Festival de Teatro Clásico ... de Cáceres con el estreno de 'Rinconete y Cortadillo', versión de Alberto Iglesias para la compañía extremeña De Amarillo Producciones, de la novela corta de Miguel de Cervantes (compuesta seguramente alrededor de 1604 y publicada en 1613). Bajo el aire templado de la víspera veraniega, el corrillo de espectadores se convirtió en corrala, dispuesto a escuchar cómo los dos pícaros cervantinos –tan sevillanos como universales– volvían a saltar a la calle cuatro siglos después. Con este montaje, el certamen cerraba casi un mes de celebraciones clásicas y sellaba su apuesta por la dramaturgia regional de nueva planta.

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Elegida en la convocatoria de estrenos del festival, la propuesta que nos hace De Amarillo despliega la energía lúdica que late en la novela ejemplar: guiñoles, música en directo y una gestualidad próxima al entremés, que se entrelazan para que la imaginación haga de sevillano arrabal sobre el empedrado cacereño. En palabras de su director, Pedro Antonio Penco, se trata de un «viaje del presente al pasado» que rinde homenaje simultáneo a la amistad y al propio Cervantes, y ello se percibe en cada guiño al público y en la frescura del verso troceado como moneda falsa de la picaresca.

Los actores Francis Lucas (Rinconete) y Juan Carlos Castillejo (Cortadillo), que no abandonaron el escenario durante la hora y cuarto que duró la obra, sostienen el tinglado con complicidad circense: cambian de máscara y acento sin perder el pulso rítmico de la farsa, convierten el hampa sevillana del siglo XVI en una fiesta casi carnavalesca y, cuando es preciso, punzan la carcajada con la sombra de la pobreza y la violencia que acecha tras la risa. Sus duelos verbales funcionan como una partitura de jácara bien afinada, y la aparición de marionetas añade un matiz metateatral que recuerda la querencia cervantina por la trama dentro de la trama.

Asimismo, 'Rinconete y Cortadillo' palpita en torno a la creación misma: Cervantes otorga a sus pícaros un poder casi soberano para inventarse –nombre, jerga, oficio y hasta una diminuta república del hampa– mientras él, discretamente, mueve los hilos tras bambalinas. Esa autonomía de los personajes, sostenida por la amistad que los une y convertida en juego entre actor y espectador, hace que el relato funcione como un tapiz donde identidad, lenguaje, oficio y sociedad se entretejen y, al ampliarse, terminan dominándolo todo. De ahí que la novela fusione teatro y prosa en un organismo único: los muchachos 'actúan' para los demás y, a la vez, se miran mutuamente como público privilegiado, de modo que la trama entera se vuelve un escenario sobre el que se ensaya la libertad creativa.

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La aportación musical se convirtió anoche en el auténtico hilo conductor que cose las diferentes máscaras cálidas de las diferentes historias que los dos pícaros entretejían y nos presentaban a través de un aparente juego de intertextualidad. Entre la aventura del soldado pendenciero, la del clérigo trapacero, la de la alcahueta ladina o la del hidalgo de la 'mano larga' contra las mujeres, Lucas y Castillejo empuñan la guitarra –a ratos rasgueada, a ratos punteada– para regalar breves interludios cantados que funcionan como pasajes-puente: pequeños entremeses dentro del entremés. Estas piezas, compuestas ad hoc con ecos de romance viejo, jácara y bulería ligera, no sólo airean la escena y dosifican el ritmo de la acción, sino que subrayan el carácter oral y popular del texto cervantino, evocando la tradición de los ciegos y los juglares que recitaban hazañas picarescas de plaza en plaza. Pedro Antonio Penco, director de la obra, aprovecha así la musicalidad inherente al relato para materializar ese viaje, que él mismo proclama; ya que, con cada copla, los pícaros parecen saltar cuatro siglos y aterrizar justo a los pies del público, que responde al compás con palmas o chasquidos espontáneos. ¡El público de anoche estuvo verdaderamente entregado! El resultado es un tejido escénico donde palabra, canto y juego corporal se confabulan para recordar que la picaresca, antes que literatura, fue siempre música callejera y celebración de la astucia (¡y del humor!) frente a la adversidad.

Más allá del efectismo festivo, la adaptación subraya la vigencia ética del relato: la duda crematística, la jerarquía de la cofradía y la picaresca como mecanismo de supervivencia resuenan en un presente de desigualdades no menos crudas. Iglesias condensa y actualiza el original sin traicionarlo, respetando su humor agridulce y aligerando digresiones que en escena podrían lastrar el ritmo; el resultado preserva la mordacidad cervantina al tiempo que la acerca a espectadores que quizá nunca se asomaron a las novelas ejemplares. En efecto, con este montaje, el Festival de Teatro Clásico de Cáceres se despide reafirmando una idea sencilla: el canon cobra nueva vida cuando dialoga con las voces del territorio y se atreve a salir a la plaza. 'Rinconete y Cortadillo' ha sido, así, un brindis callejero a la astucia, al ingenio y, sobre todo, a la posibilidad de que la literatura de ayer siga iluminando, con sonrisa traviesa, las noches de hoy.

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En resumen, la representación cacereña supo hacer visible esa veta teatral al convertir la Plaza de Santa María en un patio que evocaba, sin necesidad de decorado fijo, el corro sevillano de Monipodio: los balcones y la piedra iluminada funcionaron como paredes porosas a través de las cuales los espectadores –nosotros– espiábamos las travesuras de los protagonistas, igual que la ventera o el sacristán del cuento. Dicho de otro modo, el espacio histórico dialogó con el tejido narrativo y subrayó la 'invención compartida' como 'motor de civilización'. Al despedirse el Festival con esta fiesta picaresca –a excepción del Baile Máscaras inspirado en Romeo y Julieta, que tendrá lugar el sábado, 28 de junio, en la cena de gala–, quedó claro que Cervantes, bien leído, cantado y presentado como un juego, sigue ofreciéndonos un espejo en el que imaginar, desde la complicidad y el ingenio, nuevas formas para reflexionar sobre el pasado y reírnos del presente.

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