Dibujo realizado en la Plaza de Toros de Cáceres el 8 de octubre de 1881. Comba
Desde la Moto de Papel

Frascuelo y el toro que resucitó en la Plaza de Cáceres

El 8 de octubre de 1881, en la Plaza de Toros de Cáceres, ocurrió algo sorprendente cuando se fueron Alfonso XII, el rey Luis I de Portugal y los 6.000 espectadores

Sergio Lorenzo

Cáceres

Domingo, 19 de febrero 2023, 07:44

Me gusta ir a casa de Manuel Caridad, al lado del Monumento al Trabajo, la torre de la Plaza de Antonio Canales, que es como ... una diminuta y humilde Torre Eiffel. El compañero y amigo te deja andar buceando en su biblioteca mientras él toca el saxo en una habitación, ante la mira fija de su fiel perro Jack. Él no bebe alcohol, porque dice que ya ha bebido todo lo que tenía que beber en esta vida, pero siempre tiene en el frigorífico unas estrellas de Galicia y unas banderillas que los amigos podemos coger sin andar preguntando.

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El sábado por la mañana, después de las doce, fui a su casa para ver cómo andaba de salud, porque hacía algunos días que estaba de baja. Él se puso a tocar lánguidos temas de blues, mientras, cerveza en mano, yo andaba mirando viejas revistas del 'Cáceres sindical', una revista que en su día me enseñó Germán Sellers de Paz porque él era su director. Cuando se cansó de tocar vino a su biblioteca y me dijo:

–Tú sabes, porque lo hemos hablado, que cuando los reyes Alfonso XII y Luis I de Portugal, vinieron el 8 de octubre de 1881 a Cáceres, para inaugurar el tren directo Madrid-Lisboa y, de paso, la estación de tren que estaba en Los Fratres, llovía a mares en Cáceres.

–Sí. Hubo una corrida de toros que se tuvo que suspender. Hay una ilustración de Comba de la gente en la Plaza de Toros con los paraguas.

–¡Ahí te voy! El gran Publio Hurtado fue nombrado cronista de la visita de los Reyes, publicando un librito de 60 páginas, en el que describe todos los detalles, y también escribió lo que ocurrió en el libro 'Recuerdos cacereños del siglo XIX'. Don Publio tenía de aquella 31 años, y hay que reconocer que sabía contar las cosas de una manera amena.

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El matador Frascuelo. S.E.

–¿Y qué dijo de la corrida de toros?

–Entonces no se entendía un hecho importante sin una corrida de toros. La hubo por ejemplo en Madrid cuando Alfonso XII se casó con María de las Mercedes en 1878, que, por cierto, un toro dejó malparados a varios guardias alabarderos que estaban vigilando el palco real. Bueno, que me enrollo igual que el difunto Sanjosé. A lo que vamos: a las tres y media de la tarde empezó la corrida en una plaza de toros con 6.000 personas. Los dos matadores eran los entonces famosos Frascuelo y Ángel Pastor. Llovía tanto que los toreros y banderilleros se quitaron el calzado para evitar resbalar en el barro. El coso se había convertido en un inmenso charco en donde se jugaban la vida.

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–Sería un espectáculo de agua y también de sangre, porque de aquella los pobres caballos de los picadores no tenían peto y morían uno tras otro corneados.

–Sí. Mira – dijo cogiendo el libro de Publio Hurtado–. El primer toro se llamaba Relojero y mató a tres caballos en varas, antes de que Frascuelo lo despachara de dos estocadas. El segundo, Ramito de nombre, de la ganadería Trespalacios de Trujillo, mató a otros dos caballos antes de que Ángel Pastor terminará con él de una sola estocada. Llovía como nunca en Cáceres y Frascuelo, agobiado, temiendo por su vida, subió al palco real para suplicarle a Alfonso XII que suspendiera el festejo. El Rey le dijo que de eso nada y salió el tercer toro, que despanzurró a los dos caballos de los picadores. Cuando Frascuelo iba a intentar matarle, Alfonso XII vio que no se podía hacer nada con tanta lluvia que caía y decidió suspender el espectáculo. Haz el favor de leer en voz alta lo qué ocurrió...

Corrida de toros en Cáceres en 1906, con los caballos de los picadores sin peto. Archivo Municipal de Cáceres

Me paso el libro indicando un párrafo y leí:

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«El público se marchó, dejando el toro en medio del ruedo y, cuando la plaza estuvo vacía, la Guardia Civil que había asistido al festejo puso fin a la vida del astado disparándole con sus fusiles y dejando su cadáver sobre la encharcada arena, aplazándose para el día siguiente el arrastre pues el aguacero que caía hacía difícil la retirada del animal.

Aquella noche, cuando después de cenar amainó la lluvia, el conserje de la Plaza, Pedro Alcántara, portando un farol para alumbrarse, salió al ruedo -que era una auténtica laguna- para abrir los desaguaderos. Dejó la luz en el suelo y, cuando se disponía a destapar el primero de ellos, sintió un tremendo bufido y vio como el farol saltaba por el aire y se hacia añicos al caer, dejándole en la más completa oscuridad.

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Era que el cornúpeta, al que se creía muerto, solo estaba malherido y, refrescado con el agua de la lluvia, estaba tan vivo como antes de dispararle la Benemérita, acometiendo furioso a aquella inoportuna luz que se había movido entre las tinieblas en que se encontraba.

El señor Pedro, a oscuras y con la rapidez del rayo, saltó la barrera, y al despuntar el nuevo día su primera ocupación fue comparecer en el cuartel de la Guardia Civil para comunicar la chapuza que habían hecho la tarde anterior. Enviados a la Plaza de Toros unos números con mejor puntería que sus compañeros, remataron la faena enviando definitivamente al otro mundo al toro de Colmenar, que se llamaba Portero».

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–Sí que escribía bien Don Publio –dije sonriendo–. Por cierto... ¿Qué fue de los toreros?

Ángel Pastor. S.E.

–Lo he estado mirando. Los dos se murieron ya retirados del ruedo. Ángel Pastor se murió en 1900 con 49 años y Frascuelo dos años antes, cuando tenía 56. Frascuelo fue uno de los mejores toreros del siglo XIX con Lagartijo y Guerrita. Hay una cosa curiosa, que le llamó la atención a los periodistas de Madrid que estuvieron en la corrida de Cáceres.

–¿Cuál?

–Que la gente no protestó cuando se decidió suspender la corrida. Mira, esto es lo que publicó uno de los periódicos –cogió una fotocopia de El Imparcial–. 'Un rasgo de la fisonomía de Cáceres. Los billetes habían costado caros. Al tercer toro se suspendió la corrida, sin dar al público explicación alguna respecto a lo que se haría con los demás toros. Pues, sin embargo, no hubo entre aquellos 6.000 espectadores una sola protesta, un solo grito. Tanta paciencia y tanta sensatez son dignas de ejemplo».

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Salimos a pasear a la plaza para que Jack hiciera sus necesidades. Caridad miró nuestra humilde torre Eiffel y dijo: «Es una pena como tenemos el Monumento al Trabajo; pero... ¿Qué vamos a hacer? Hay poco trabajo en esta Extremadura en la que hay demasiada paciencia».

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