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Los esposos de alabastro de 1442 que la Junta unió tras estar siglos separados
El poeta Fernando Bravo, asiduo a los homenajes a Gabriel y Galán en Cáceres, escribió un poema dedicado a la condesa de Nieva, casada con Diego López de Zúñiga. El hijo de ambos los eternizó en un hermoso sepulcro de alabastro que se colocó en la iglesia de Valverde de la Vera
Al compañero Manuel Caridad le gusta la poesía, incluso le he visto más de una vez hacer versos esperando una noticia; por eso no me ... extrañó que el otro día apareciera en la Redacción con un libro con poemas de Fernando Bravo, el poeta de la pajarita que en pleno franquismo se enfrentó al alcalde de Cáceres y al gobernador civil de la provincia. El libro era una recopilación realizada por Víctor-Gerardo García Camino, profesor de Lengua y Literatura de varias generaciones de extremeños, que fue director de la Biblioteca Pública de Cáceres. Por cierto, el fotógrafo Salvador Guinea había encontrado una curiosa foto de 1966, de un homenaje a Gabriel y Galán en Cáceres, en donde se veía a Fernando Bravo, con su capa y su pajarita, escuchando declamar a Juan García, el cartero poeta. En la instantánea aparecen Juan Ramón Marchena, Maruja Collado, Valeriano Gutiérrez, el cura Manuel Vidal, el poeta José Canal con un sombrero en las manos, y el periodista Fernando García Morales sujetando unas cuartillas.
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Cuando por la noche fuimos a tomar algo a Eustaquio Blanco, aproveché para preguntarle a Caridad por el poeta que se murió en 1998 con 91 años.
–¿Qué te parecen las poesías de Fernando Bravo?
–Tiene cosas muy interesantes. A partir de 1975, con 69 años, este hombre culto empezó a escribir en ortografía fonética, que es escribir como se pronuncia. Mirad esto...
Nos enseñó en el libro una poesía que comenzaba:
«Fui lo qe no tenía qe aber sido/ i no fui lo qe pude i debi ser;/ fui... ¡qe sé yo!... queriendo i sin qerer,/ ni ufano triunfador ni rruin bencido...»
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Luego nos recitó el que más le gusta, un poema creacionista titulado 'Una fábrica':
«¡¡Pfbfbfbfbfbfbfiiipfpf!!
Suena en alto la sirena
–para empezar el trabajo–
sin alegría ni pena.
Una fila inacabable
de vidas –si esto es la vida–
traga el monstruo insaciable.
¡¡Pfpfpfiiipfpfpf!!
Tan-trar
ten-tan-trar
ten-tan-trar
tan-trar
Cables, bielas y tornillos.
Idéntico, isócrono andar
de émbolos, ejes, rodillos.
ten-tan-trar
ten-tan-trar
Máquinas que son grillos
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de galeotes sin mar
entre metálicos brillos.
Ten-tan-trar
ten-tan-trar
Así un día y otro día.
Eslabones en cadena
porfía que te porfía.
Ten-tan-trar
ten-tan-trar
Sin pena y sin alegría
siempre en igual cantinela
nace el día y muere el día.
Tan-trar
ten-tan-trar
ten-tan-trar
tan-trar.
¡¡Pfpfpfiiipfpfpf!!
Un vómito miserable
de vidas –si esto es la vida–
hecho fila inacabable.
Sin alegría ni pena
al terminar el trabajo,
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suena en alto la sirena
¡¡Pfpfpfiiipfpfpf!!»
También nos leyó un soneto titulado 'Estatua yacente presa del pensamiento':
«¡–Mírala, reclinada, que no muerta,/ en fingidos cojines mármol-lana;/ sobre el regazo el libro –letra arcana–,/ cavila, ni dormida ni despierta./ ¿Es tal vez, 'Flos Sanctorum' que la puerta/ abre para la dicha sobrehumana?/ ¿O quizá texto de aventura insana/ que la entretiene al par que desconcierta?/ Ceñida toca el bello rostro enmarca/ y amplio descote luce henchido seno;/ la mirada perdida, todo abarca.../ Medita, confiada más que alerta./ Presa del pensamiento –fiel veneno–,/ mírala, eternizada, que no muerta.»
–Está dedicado a una tal 'Dama de Valverde de la Vera' –dijo Caridad– No sé quién será esa mujer 'eternizada'...
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–Pues no lo sabes porque eres un poco zoquetín –le riñó en tono cariñoso el difunto Sanjosé, que estaba sentado en un taburete mirándonos beber y comer–. El soneto se lo dedica a la condesa de Nieva, que está representada leyendo un libro en un sepulcro de alabastro en la iglesia de Nuestra Señora de Fuentes Claras, en Valverde de la Vera. La condesa y su marido tienen una curiosa historia que os voy a contar, mientras termináis con ese carpaccio de pulpo, esos bocaditos de anchoas y esa rica ensalada de perdiz escabechada...
–¿Qué, te lleva la vida no poder probar bocado? –le dijo en broma el fotógrafo Guinea.
–¡Bah! –le respondió Sanjosé, que está desde el 2008 en eterno ayuno... desde que se murió–. Bueno, pues resulta que los primeros Condes de Nieva fueron Diego López de Zúñiga y Leonor Niño de Portugal, que se casaron en 1442. Eran los señores de Valverde, convirtiendo la Vera Alta en una de las zonas más ricas y pobladas de Extremadura. Ella murió el 9 de enero de 1469, indicando en su testamento que quería ser enterrada junto a su marido, donde él quisiera. El conde tardó más en morir, lo hizo alrededor de 1480 con unos 75 años.
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–Muchos años para esa época –comenté.
–Sí. En su testamento indicó que quería ser sepultado en la iglesia de Valverde de la Vera, según escribió «junto con mi mui cara e amada muger doña Leonor Niño, que aya santa gloria». La familia tenía dinero y el hijo de ambos, su primogénito y sucesor en el condado de Nieva, el mariscal Pedro de Zúñiga, les hizo, al poco de morir el padre, un sepulcro de alabastro de una belleza enorme, que según un brillante estudio de Florencio-Javier García Mogollón realizó el escultor flamenco Egas Cueman, uno de los mejores en tiempo de los Reyes Católicos. El monumento es sorprendente porque aparece el matrimonio en su cama, con una fiel perrita a sus pies, cada uno tiene la edad con la que se murieron: ella sobre 45 años, él ya un anciano demacrado, con un turbante en la cabeza. Y cada uno con un libro... ¡Leyendo libros en la cama en el siglo XV! Bueno, pues debió de ser cuando se puso un retablo en la iglesia en 1704, cuando algún iluminado decidió que el retablo quedaba mejor si a cada lado se ponía una hornacina, y en cada una a un esposo. Así se cometió el crimen artístico de separarlos. Y así han estado hasta 2019, cuando la Junta de Extremadura tuvo el acierto de restaurar el sepulcro.
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–Bien hecho por los eternos enamorados. ¡Viva el amor!– Gritó Guinea levantando una cerveza antes de bebérsela.
–Bueno –siguió Sanjosé–, el enamorado de alabastro, cuando enviudo, se amancebó con una tal María de Vega a la que dejó una fortuna en su testamento, al igual que al hijo que tuvo con ella, un tal Yñigo, de unos 10 años, al que dio varias casas en Villanueva de La Vera.
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–Vaya... ¿De verdad no quieres comer algo? –dijo Guinea con la boca llena a Sanjosé, instantes antes de recibir una sonora colleja del difunto, que es verdad que lleva bastante mal el no poder comer ni beber.
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