¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
Rosa posa junto a su hija Beatriz y a varios de los invitados a la fiesta rosada. José Vicente Arnelas

«Todo lo que se hace por los hijos merece la pena»

Rosa Pineda le organizó ayer a su hija pequeña una fiesta rosada, típica de Ecuador, tras 20 años de esfuerzos y trabajo en Badajoz

Rocío Romero

Badajoz

Sábado, 22 de junio 2019, 08:43

Para Rosa Pineda (Loja, Ecuador, 42 años) ayer fue un día especial. Tras 20 años de trabajo y esfuerzo en Badajoz, le organizó a su hija pequeña la fiesta rosada. No es cualquier cosa para los latinoamericanos, que celebran así los 15 años de las niñas. Y de esta manera la entrada de las adolescentes en la madurez.

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Reunió a 55 personas entre amigos y familiares, algunos ecuatorianos y muchos extremeños. Lo hizo en una nave del polígono industrial El Nevero, una de las que usan las comparsas carnavaleras para sus reuniones. A las 20.00 horas ponía la invitación.

Para su hija fue la mejor noche de fiesta. Entró el local del brazo de un amigo, precedida por un cortejo formado por sus amigas antes de sentarse en un trono bajo un arco de globos. Allí le hicieron el tradicional cambio de zapatos planos a altos. Beatriz, que es como se llama, se calzó unos tacones como símbolo de la feminidad en la que entra. Las mayores le maquillaron. Ahí empezó una noche de bailes. El primer vals fue con su padre, y todos los que siguieron, con sus amigos.

Para Rosa Pineda fue mucho más. Es celebrar la tradición de su tierra en una ciudad que la acogió hace dos décadas y donde ha criado a sus tres hijas. Joseline, de 23 años, estudia Historia por la Uned; Diana, de 21 años, se graduará en Educación Infantil en la UEx y Beatriz, la pequeña, estudia en el Instituto de Alburquerque, donde reside con su padre.

La infancia de Rosa pasó entre distintas ciudades ecuatorianas. Su padre se trasladaba obligado por su trabajo, construyendo casas de madera. Le seguían su esposa y sus seis hijos. Rosa estudió hasta que cumplió 14 años, entonces comenzó a trabajar cuidando a un niño. Después llegarían otros empleos en la hostelería.

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En el año 2000 la crisis estalló en su país y una de sus hermanas la convenció. España era su sitio. Allí dejó a sus dos hijas mayores y se trajo una maleta llena de sueños. Llegó a Madrid, donde la esperaba una prima. Rosa bajó del avión y no entendía a los españoles. «Todos habláis demasiado deprisa». Su prima le había dicho que se alejara rápidamente y lo más posible del aeropuerto. Así lo hizo con la ayuda de un chico al que pagó el billete y que la acompañó en aquel viaje de tren. Cuando se despidió de él contactó con su familiar.

Estuvo un mes buscando trabajo en Madrid y le salió uno en Badajoz. Se vino a cuidar a una mujer mayor, que la llevó a la Policía para regularizar su situación y hacerle un contrato. Y no ha parado de trabajar desde entonces. Dos años y medio después del primer empleo se trajo a sus hijas, y posteriormente llegaron un hermano y una hermana.

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Reconoce que antes del pinchazo inmobiliario ganaba más dinero, pero siempre con mucho esfuerzo, con jornadas que comenzaban a las siete de la mañana y terminaban a las diez de la noche. Ahora ya no se ofrecen tantos trabajos en el hogar por horas, pero aún así ella tiene tres. Cuidaba de unos niños todas las mañanas y algunas tardes, acude todas las noches a acostar a una mujer mayor y limpia en otra casa.

Rosa Pineda llegó a Badajoz hace veinte años. CASIMIRO MORENO

«Mis hijas me dicen que soy adicta al trabajo, pero dentro de mis posibilidades a mis hijas no les ha faltado de nada. Siempre hemos vivido en una casita solas, apenas hemos tenido que compartir casa y no les ha faltado ni de comer ni de vestir», dice con orgullo.

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Ella mira atrás y afirma sin dudar que hizo bien viniéndose a España y haciendo su vida en Extremadura. Aquí, dice, en el empleo doméstico «te tratan como a una persona», de una manera muy distinta a como lo hacen en Ecuador. En la capital pacense siempre ha trabajado «con personas muy buenas a las que guarda cariño».

Ella se está construyendo una casa en su tierra, pero sus hijas se resisten a volver. Por eso no quiere perder sus raíces y la pequeña tuvo anoche su fiesta rosada. Los mayores también la tuvieron. «Algo de mis costumbres me quedan, como esta fiesta para la que ahorrado y he contado con la ayuda de mi pareja y de mi hermano.Todo lo que se hace por los hijos merece la pena. Todo lo he hecho por ellas, hasta venirme a España».

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