Adiós a 15 años de telas y charlas
La Mercería Satén, negocio ubicado en la avenida Colón de Badajoz, baja la persiana definitivamente a causa de la caída de las ventas que ha notado tras la pandemia
Sin parar en su último día con la tienda abierta. Ni un instante ha pasado el local de Mercería Satén vacío en la mañana ... del viernes. «Esto es cosa de los dos últimos días, porque cierro, si estuviera así siempre no cerraba», afirma Isabel María Cayero, la propietaria de otro negocio que baja la persiana en la zona de la avenida Colón.
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Lo hace tras quince años y con pena. «Me lo he pasado estupendamente durante todo este tiempo y he intentado aguantar, pero no puedo estar perdiendo dinero todos los meses», expone Isabel. Ese trato personal es lo que más va a echar de menos y por eso le ha costado mucho más tomar la decisión de cerrar de lo que en su momento le costó dar el paso para iniciar su aventura empresarial. «Vine un día a comprar botones y me quedé con el negocio», sonríe apoyada en una de las estanterías que en pocos días tendrá que sacar del local.
En la pandemia sitúa el punto de inflexión de su tienda. Para peor. Más allá del obligado cierre en los meses de confinamiento, sintió un fuerte bajón en las ventas cuando se fue recuperando la normalidad. «Se compra mucho por internet», comenta.
«Se compra mucho por internet y hay tiendas con prendas de ropa muy barata»
Isabel María Cayero
Propietaria de Mercería Satén
Las prendas tan baratas que se encuentran en algunas franquicias de ropa también es uno de los motivos que cita Isabel para el descenso del interés de los ciudadanos en las mercerías. «Las personas que no han cosido es complicado que valoren el trabajo que hay detrás de un vestido y lo mal hecho que está lo que compran en algunos sitios», aporta.
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Gastos e impuestos
No se olvida de los elevados gastos que tiene una autónoma como ella. Impuestos, cuotas y alquiler, entre otros. «Al final empiezas todos los meses en negativo y tienes que vender mucho para poder sacar algo», lamenta.
Lo que no significa que se arrepienta de esta etapa de su vida. Reconoce que siempre le gustaron las mercerías. Quizá por eso a Isabel, enfermera de formación, no dudó en dar el paso de pedir una excedencia en la plaza en propiedad que tenía en el Sepad (Servicio de Atención a la Dependencia) y lanzarse a emprender. Siempre vio su apuesta por el comercio como un viaje familiar y lo inició junto a su hermana. Aunque fue ella la que se puso día a día detrás del mostrador. Durante más de diez años estuvo acompañada por su hija Cristina en el trabajo en la tienda. «Hace ya un par de años que buscó otro empleo, cuando empezamos a ver que esto no daba», remarca.
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Aun así, ha tratado de prolongar al máximo el tiempo con la mercería abierta. En parte, porque tiene 61 años y todavía le faltan unos años para jubilarse y, también, por el cariño a su negocio. «Al principio me resultaba difícil la relación con la gente...», deja a medias la frase para saludar a una clienta con un desparpajo que hace dudar de su afirmación anterior. «Son ya años y esto te da tablas –ríe– al final hay quienes se han convertido en amigas y también vienen aquí a charlar», se explica Isabel.
Clientas y amigas, porque el público femenino es apabullante mayoría. En la mañana del viernes, a excepción de un hombre que ejercía de acompañante sin acercarse al mostrador, todas las personas que entraban en la mercería eran mujeres. Muchas de ellas, a lo largo de estos años han encontrado un espacio para comprar, pero también para conversar. La familia y las comuniones de los nietos de este fin de semana; los puestos de trabajo de los hijos; las bodas en los próximos meses; las obras en casa, y hasta las gallinas de un 'campito' y los huevos que vende su propietaria se cuelan en las charlas de esa última mañana. «Voy a echar de menos este trato cercano», confiesa Isabel.
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También desde el otro lado: «Qué penita me da», se despedía una clienta al cruzarse a la entrada de la mercería con Cristina, que iba con su hijo, la otra excepción masculina de la jornada. «No te creas, también vienen hombres, porque cada vez cosen más», aseguraba Isabel tras los besos a su nieto.
Pese al cierre del negocio, la propietaria de Mercería Satén le iba dando su número de teléfono a las pocas clientas que no lo tenían cuando salían de la tienda. «Por si necesitan algo en estas semanas, porque tengo hasta final de mes para vaciar el local», justificaba mientras señalaba hacia las mesas, el mostrador, alguna silla y un banco de madera. «Lo que no venda lo acabaré donando a asociaciones que hacen clases o talleres de costura con sus usuarios», volvía a mirar a su alrededor Isabel.
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