Las fiestas navideñas van tocando a su fin y la sobredosis de consumo alimentario, algo habitual en estas fechas, está suponiendo un importante balón de ... oxígeno para muchos subsectores agrícolas y ganaderos que, debido a la estacionalidad de sus productos, generan en este periodo vacacional buena parte de sus ingresos anuales. Pero no solo los clásicos productos navideños que a muchos les puede venir a la cabeza, como los mariscos, turrones, mazapanes, el cava con el 30% de sus ventas anuales en este periodo, etc. También otras producciones como el lechazo, el cochinillo, los ibéricos, solomillo, e incluso el propio vino, un sector para el que estas fechas suponen más del 18% en valor del consumo anual.
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Un efecto colateral es que los amigos de lo ajeno encuentran un excelente caldo de cultivo para aprovechar el trabajo bien hecho de otros, y estafar al consumidor con productos falsos, más o menos bien imitados. Es el llamado fraude alimentario, que puede ocurrir en cualquier época del año, y la Navidad no es una excepción, aunque ahora se reproduce. Pero no solo es una estafa económica, ya que pagamos por un producto que no vale su precio, sino que también puede tener consecuencias graves para la salud de las personas, especialmente si son alimentos perecederos como la carne o el pescado. Por eso es importante, no solo en Navidad, el tomar algunas medidas que lo eviten, como comprar alimentos en lugares de confianza, evitar comprar alimentos a vendedores ambulantes o en lugares no autorizados, asegurarse de que lo alimentos tengan bien indicada su fecha de caducidad y no la hayan superado, etc.
La realidad es que el fraude alimentario supone cada año un elevado lastre para nuestra economía. Se estima que a nivel global representa un coste entre los 30.000 y 40.000 millones de euros, y la Comisión Europea establece cifras que solo en Europa rondan los 10.000 millones de euros. Además estima que el 10% de los alimentos y bebidas se ven afectados por el fraude. Todo ello sin contar los costes indirectos derivados de la gestión sanitaria de los no pocos afectados por intoxicaciones, o el enorme daño reputacional a las marcas falsificadas, mucho más difícil de calcular.
En este contexto, también de marcado carácter estacional, la fuerzas de seguridad del Estado han estado particularmente alertas y activas, de cara a minimizar el fraude alimentario, en particular la Guardia Civil a través del Seprona. Persiguen con especial intensidad tanto infracciones administrativas como los más serios delitos contra la salud pública.
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Cambiando de tercio pero también relacionado con la Navidad, al menos con esta, una de las consecuencias de la crisis y del aumento del coste de la energía, ha sido el repunte de los alimentos navideños preparados para comer, en particular de los asados, que requieren un uso prolongado de electrodomésticos de alto consumo, como es el horno. Para algunos puede parecer una minucia, pero no lo es tanto cuando uno revisa su factura del mes. Los preasados empiezan a coger fuerza y cochinillos, corderos, pulardas, pavos, patos y capones, entre otros animales típicamente navideños, han entrado en muchas casas listos para ese último golpe de calor que permite consumir el plato en su adecuado punto de cocinado y de crujiente.
Todo ello condicionado por una cierta escasez de oferta, como es el caso del cochinillo, en donde muchos lechones perdieron esta cualidad al ser engordados aprovechando el repunte de los precios; o lo derivados del pato, como el foie, cuyos precios se han encarecido más allá de lo habitual en estas fechas, por la escasez de patitos provenientes de Francia, consecuencia de la gripe aviar. Un sector en el que también recogen en las fechas navideñas y prenavideñas, entre un 30-40% de sus ingresos anuales.
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