Hace unos días se celebró el Día Mundial de la Alimentación; uno de tantos, ya que entre días mundiales e internacionales, son más de los que hay en nuestro calendario. En todo caso, nos da pie a dedicar un poco de tiempo a reflexionar sobre el asunto en cuestión. En el tema que hoy nos ocupa, el enfoque alimentario es muy diferente dependiendo del lugar desde donde se mire. Poco tiene que ver la visión de un ciudadano o de un gobierno de un país en vías de desarrollo que la de los que pertenecen a las economías avanzadas. En el primer caso, la alimentación tiene un objetivo de subsistencia, donde una gran mayoría de la población persigue tener alimentos suficientes en el plato. Los gobiernos planifican para poder obtener subsistencias que permitan paliar su habitual déficit alimentario. Por otro lado, los ciudadanos de países desarrollados demandan variedad de alimentos y formatos más orientados a un enfoque experiencial y, de forma más reciente, obtenido con modelos productivos lo más sostenibles posibles desde una perspectiva medioambiental, de salud y de bienestar animal.
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Además, este día mundial se ha celebrado este año en un contexto muy especial, como es el impacto de la pandemia, que ha provocado el mayor aumento del hambre a nivel mundial de las últimas décadas. Según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) más del 9% de la población mundial pasaron hambre en 2020.
Un factor común a todas las economías, aunque influya de diferente manera, es el precio. En la última década han subido de forma continuada. Según la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el pasado mes de septiembre eran un 33% más altos que un año antes. Uno de los factores más relevantes es el repunte del coste energético, especialmente significativo en estos últimos meses. A este incremento del valor de un factor tan determinante como es la energía, hay que añadir el cambio en el tejido productivo y de transformación que se ha producido como consecuencia de la pandemia y de la ralentización de la demanda. Ahora, con el crecimiento del consumo, la oferta debe volver a ajustarse, pero, entretanto, presiona los precios al alza. Otro factor clave derivado del incremento del precio de la energía, en particular del gas, es el significativo encarecimiento de los fertilizantes, un input imprescindible para la agricultura de todas las latitudes. En nuestro país la industria alimentaria ya ha anunciado que no podrá asumir durante mucho tiempo este incremento de costes, por lo que es de prever que la cesta de la compra se encarezca en el corto plazo, con el consiguiente impacto en la inflación.
Pero al margen de las coyunturas sanitarias, económicas, políticas y sociales, la realidad es que somos una especie en continuo crecimiento, con un medio físico cada vez más saturado y con importantes desequilibrios medioambientales. Para salir de este atolladero no hay una solución fácil, y desde luego serán muchos los factores que pueden influir en ello. Quizás hay dos que son esenciales, por una lado la tecnología, y por otro la concienciación. Con respecto al primero de ellos, las modernas tecnologías desarrolladas en el campo de la mejora genética agrícola y ganadera, de los tratamientos fitosanitarios, de la maquinaria agropecuaria, de los piensos, de los fertilizantes, de la gestión del agua, etc. deben contribuir a producir más volumen de alimentos con menor consumo de recursos. Pero eso no sería suficiente si los diferentes eslabones de la cadena alimentaria, en especial el consumidor final, no asumen el enorme reto alimentario que tenemos por delante, y adoptan decisiones de consumo racionales, fundamentadas en la razón y la ciencia, y no en corrientes de opinión que emanan en la mayoría de los casos de ese magma que en la actualidad representa la información virtual, que en muchos casos desinforma.
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