El aceite de palma es una grasa aprobada para uso humano por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), pero que tiene un nivel elevado ... de ácidos grasos saturados en comparación con otros aceites de consumo habitual. Precisamente las autoridades sanitarias recomiendan una baja ingesta de este tipo de grasas, ya que en exceso son perjudiciales para la salud y pueden provocar serios problemas cardiovasculares. Otros aceites como el de oliva, girasol o colza tienen un perfil lipídico mucho más saludable, con contenidos por debajo del 20% de estas grasas. El mayor problema es que tiene una gran cantidad de ácido palmítico, mucho más escaso en otros aceites, que le da ese plus de riesgo.
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A pesar de ello ha sido en las últimas décadas una de los aceites más demandados en el mundo. Se ha consumido en elevadas cantidades en las economías desarrolladas, como la europea, no de forma directa, sino como parte de la composición de muchos alimentos procesados de alto nivel de consumo. Sin embargo en 2017 la gran distribución empezó a buscar alternativas para reducir e incluso eliminar el uso del aceite de palma en los alimentos que comercializaban en sus lineales. Con ello dieron respuesta a una demanda social, consecuencia de una intensa actividad previa de carácter científico, político y medioambiental. Hay que recordar que además de la cuestión nutricional, una de las grandes críticas internacionales al uso masivo de este aceite se centró en el problema de la deforestación que generaba en los países productores.
Aunque este ingrediente no ha desaparecido, es cierto que se ha reducido de forma sustancial en varias cadenas de distribución. De hecho, sigue siendo el aceite que más se importa en nuestro país, con alrededor de dos millones de toneladas anuales. También es importante destacar que el total del aceite de palma que se comercializa en la Unión Europea está certificado como sostenible, lo que ha supuesto un gran cambio en el controvertido conflicto medioambiental arriba mencionado.
Ahora, la crisis generada por la guerra en Ucrania en el mercado del aceite, con la reducción radical de la oferta de aceite de girasol, ha hecho que se vuelva a poner sobre la mesa la necesidad de reactivar la compra de aceite de palma. En el caso de España, se han perdido las 500.000 toneladas de aceite de girasol que se importaban desde Ucrania y que representaban más del 60% de nuestras compras en el exterior.
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Es cierto que existen otras alternativas, como el aceite de soja, el de colza o el mismo aceite de oliva. Lo que sucede es que sus características no son iguales, no solo desde una perspectiva organoléptica, sino también físico-química, por lo que adaptar los procesos de elaboración a sus peculiaridades requiere tiempo, puede suponer un alto coste y, por tanto, afectaría al precio final del producto. Pero además se podrían producir otros dos efectos colaterales, por un lado que el consumidor no acepte de forma generalizada el cambio por la variación de sabor y textura, pero también por este previsible aumento de precio. Por otro lado, podría desequilibrar el siempre sensible mercado del aceite de oliva, que vería aumentada su demanda, con el impacto positivo que podría tener para el productor por el aumento de los precios en origen, pero incrementando el precio de la cesta de la compra. Pero también el posible abandono de algunos mercados de exportación que rápidamente podrían sustituir el aceite español por el de otros países productores, competencia nuestra.
En todo caso, una decisión que no va a ser tan sencilla, porque en los países de origen también han saltado las alarmas por la subida de los precios del aceite de palma en un 7%, como consecuencia del aumento de la demanda exterior. Por un lado este incremento en las cotizaciones ya es de por sí un hándicap importante que puede limitar el cambio. Por otro lado, Indonesia, como principal país productor, ha prohibido su exportación para garantizar su autoabastecimiento.
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