La oveja merina negra
JUAN SERNA
Jueves, 28 de enero 2010, 01:10
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HE tenido el privilegio de tener tres grandes amigos amantes de las merinas que me ayudaron a conocer y valorar a esta raza ganadera, transmitiéndome sus conocimientos según las vivencias de cada uno.
De Cesáreo Rey, maestro de trashumantes, aprendí el manejo de un rebaño en tránsito por las cañadas de Extremadura a los pastos del Norte durante tres años, que es la aventura más intensa y apasionante que he vivido. Nunca conocí a nadie más sabio, fuerte y generoso. Algún día tendré que ordenar y escribir esos recuerdos.
De Manolo Arancón, trashumante evolucionado a ganadero moderno, que supo adaptar su explotación a los nuevos sistemas de manejo, sanidad y alimentación de los últimos tiempos, conservando los conocimientos que adquirió en su vida profesional, aprendí el buen uso que hacía de los recursos que estaban a su alcance y, sobre todo, el instinto que tenía para comprar y vender, lo que le permitió hacer un patrimonio importante y legar a sus hijos la mejor ganadería de merino que habrá hoy en España.
De Alberto Oliart, la cultura que acompaña al mundo del merino, las referencias históricas y técnicas de la raza, y el empeño de un hombre perteneciente a una burguesía ilustrada por defender la pureza del merino y su conservación, a lo que ha dedicado bastantes años de su vida. Todo ello acompañado de la creación de un rebaño de excelentes cualidades y de la tarea de hacer de embajador internacional de la importancia ganadera y gastronómica de los productos procedentes de esta y otras razas de la dehesa.
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En mis andanzas de más de veinte años con ellos descubrí, colaborando con Jesús Garzón, la situación de extrema gravedad en que se encontraba la variante racial del tronco merino, que denominamos merina negra. El representante más ancestral de los ovinos del mundo se encontraba en grave peligro de extinción. Apenas quinientos ejemplares dispersos en distintos núcleos en España y unos diez mil en Portugal exigían una acción rápida, antes de que la situación fuera irreversible. Hubo que luchar para que el Ministerio de Agricultura la incluyera en el catálogo de razas en peligro de extinción, y a partir de ahí la Asociación Nacional de Criadores de Merino incluyera una reglamentación específica de apoyo a esta raza.
Estamos hablando de un animal de gran belleza y rusticidad cuya conservación está siendo posible gracias a la sensibilidad y esfuerzo de ganaderos privados, algunas personas y entidades, y también al esfuerzo de selección realizado por la Consejería de Agricultura.
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Recientemente he visitado el CENSYRA y otros núcleos de propietarios particulares entre los que hay que destacar el esfuerzo que están realizando dos ganaderías que conservan gran parte de los efectivos que existen en España: la de María Luisa Bravo, en los Llanos de Siruela, con cerca de doscientos animales y la de Ramón Martín, en la Dehesa de Cabeza Rubia, en Alconchel con más de cuatrocientas. En datos de hoy parece ser que pueden quedar unas mil merinas negras en España y unas veinte mil en Portugal
Ahora que estamos poniendo en valor nuestros recursos naturales y locales, y que el desarrollo rural y regional cobra cada día más importancia, con las buenas perspectivas y relaciones que tenemos con Portugal, sería posible y deseable que, utilizando INTERREG y otros instrumentos financieros de las distintas Administraciones, se instrumentaran iniciativas de desarrollo compartidas, para que una raza tan singular y representativa de la historia ganadera de la Península Ibérica no se vea abocada a su desaparición y se convierta en una fuente de empleo y cooperación entre regiones que tenemos tanto que compartir.
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