Fabricación de antivirales en una de las plantas de Roche en Suiza. :: AFP
SOCIEDAD

La historia interminable de la Gripe A

Su apabullante capacidad de adaptarse le convierte en un maestro de la metamorfosis El virus lleva mutando y sobreviviendo, de especie en especie, más de 4.500 años

PPLL

Sábado, 23 de enero 2010, 02:06

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En los últimos 8-10 meses el mundo occidental ha vivido acongojado por el peso agobiante de la avalancha mediática y político-sanitaria referida a la denominada gripe A o pandémica. Ahora, cuando enero del año 2010 está periclitando, las noticias son más tranquilizadoras (cada vez hay menos casos nuevos, las cifras de contagiados son menores de lo previsto y la tasa de mortalidad ha sido baja aunque, sobre dicha tasa, no opinen igual los muertos).

Este desmadre pandémico (un 'pandesmadre') se ha visto acompañado de un fenómeno muy curioso y de difícil explicación: la negativa profesional (sanitarios) y popular a vacunarse contra una infección nueva de evolución desconocida ¡y estando en plena oleada expansiva! Ahora, cuando hay síntomas evidentes de que la riada mediática ha pasado, de que los políticos están sometidos a menos presión y de que la ciudadanía anda distraída con los habituales asuntos crónicos (paro, terrorismo, crisis) o agudos (terremoto de Haití), puede ser un buen momento para exponer algunos datos informativos ajenos al conflicto.

La que sigue es una opinión personal y profesional, fuera de cualquier institución u organismo oficial; pero, como diría el simpático Carlos Arguiñano, con fundamento.

Una familia muy peculiar

Con alta probabilidad de acierto se puede afirmar que, a estas alturas de la historia, el lector dispone de suficiente información sobre la enfermedad, su tratamiento y prevención. Por tanto, no es apropiado insistir en lo ya publicado. Sí puede merecer la pena aportar algunos datos acaso menos conocidos por la mayoría. Información que permite apreciar el perfil agresivo de este imprevisible virus al que, trifulcas aparte, le debemos un merecido respeto.

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El virus A de la gripe, como sus parientes el B y C, pertenece a una familia (Ortomixovirus) cuya característica -de ahí su etimología- reside en la capacidad de romper o penetrar el moco protector de las vías respiratorias. El virus A se caracteriza, desde el punto de vista estructural, por disponer de dos proteínas o antígenos que le confieren capacidad patógena (de hacer daño al hospedador): Hemaglutinina (H) y Neuraminidasa (N). Combinadas entre sí e identificadas con un número subíndice, conforman el carné de identidad de cada cepa vírica individual.

Existen 16 tipos de Hemaglutinina (H1 a H16) y 9 de Neuraminidasa (N1 a N9) conocidos hasta ahora. Las combinaciones posibles de ambos antígenos dan como resultado 144 opciones diferentes. Como norma general, los virus A de los tipos H1, H2 y H3 son los implicados en las epidemias y en su variante más amplia, geográfica y epidemiológicamente hablando, las pandemias.

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Pero no siempre ha sido así. Se han documentado epidemias provocadas por virus del tipo N5 (virus de puro origen aviar) así como otras epidemias menos graves con otros tipos (H7, H9). 'Menos grave' es una forma de suavizar un problema que siempre es, en el mejor de los escenarios, social, sanitaria y personalmente grave. Si sólo se contabilizara el gasto en medicamentos y en el derroche de horas de trabajo y laborales, ya valdría la pena asumir que no es un asunto banal. Cuando se dice que la gripe estacional tiene una mortalidad de 'sólo' treinta y seis mil personas al año en los Estados Unidos de América o de 'sólo' tres mil muertos anuales en España estamos hablando de muchísimos muertos. Cada muerto tiene una cara propia y su biografía es irreemplazable. No se debe hablar de los miles de muertos como si fueran 'simple humo de paja en la imaginación', como dejó escrito Albert Camus en 'La Peste'. Sobre todo a sabiendas de que se dispone de una vacuna (la llamada hasta ahora estacional) bastante eficaz y bastante segura (no hay ninguna totalmente eficaz ni totalmente segura).

Continua mutación

Los virus de la gripe, cualquiera que sea su estructura antigénica (es decir, la combinación H y N), están en continuo intercambio de su material genético (8 cadenas de ARN) y de su aspecto externo (las citadas proteínas H y N), cambiando de identidad a cada poco en una suerte de mercadillo genético. Debido a esa capacidad mutágena, el sistema inmunitario humano (linfocitos y anticuerpos) -eficaz, pero lento- no es capaz de reconocer al nuevo patógeno: cuando sea reconocido ya dejará de ser nuevo, tras haber hecho el daño individual y social correspondiente.

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Este complejo e interesante hecho biológico, ajeno a peleas políticas y mediáticas, que desconcierta y preocupa a los científicos, es la clave de la supervivencia de los virus gripales, la razón de su existencia y perdurabilidad, su esencia biológica, su mandamiento genético. Lo vienen haciendo desde hace 4.500 años (cuando se empezaron a domesticar las aves y surgió la convivencia estrecha -hoy promiscua en Asia- entre los humanos y los patos; luego los gansos, las gallinas y los pavos). En la China, y en su provincia de Guangdong, más que en ningún otro sitio. Lugares que están a unas pocas horas de avión de nuestras casas. Desde entonces, los virus de la gripe, residentes a perpetuidad en el mundo de las aves silvestres y migratorias, han sobrevivido dentro de éstas (en su intestino) sin causarles daño (en calidad de comensales o saprofitos), haciéndolas enfermar sin matarlas (patógenos de baja patogenicidad) o matándolas pronto y en masa (patógenos de alta patogenicidad). El H5N1 de la actual epidemia de gripe aviar, que sigue trabajando a diario, pertenece al tercer grupo.

Las aves silvestres conviven en muchos lugares del mundo, sobre todo en el sureste de Asia, con las aves domésticas (las gallinas y los pavos son sus preferidas), con los mamíferos (cerdos, caballos y felinos, desde el gato hasta el tigre de Bengala) y con los seres humanos. Los virus de la gripe, animados a seguir vivos durante muchos miles de años más, probaron con éxito la posibilidad de pasar de una especie a otra (salto de especie), de adaptarse y de buscar formas de tirar para adelante. También lo hizo el virus del Sida (de los primates al hombre) o el virus Nipah (de los murciélagos a los cerdos y al hombre), el Hantavirus (de los roedores al hombre) y el virus de Ébola (de grandes primates de la selva africana remota al hombre). Así ha sido siempre, así es hoy y así será en el futuro. Muy probablemente mucho más en el futuro: han cambiado las condiciones ecológicas, por la mano depredadora del hombre, incordiando al mundo vegetal, al mundo animal y al mundo viral.

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En la guerra por la supervivencia, los genes de los virus son tan egoístas como los de usted o los míos. Por tanto, la gripe, causada por los virus más mutágenos, es decir, los más egoístas, no ha acabado ni acabará nunca. Recordar esta última frase es fundamental para entender el objetivo del traba jo divulgativo que usted está leyendo en este periódico. A sabiendas de la 'movida' que hay, con investigación internacional en marcha, sobre el posible fraude, corrupción y connivencia entre multinacionales y altos funcionarios de organismos oficiales. Pero, si se confirma, esa sería una pandemia moral para la que no hay vacuna. Ni modifica el planteamiento aquí expuesto.

Estrategias víricas

Además de su apabullante capacidad de cambio (mutagénesis), lo cual le ha hecho merecedor del sobrenombre 'Maestro en metamorfosis' ('Master of metamorphosis'), el virus utiliza una eficaz estrategia para infectar y para difundirse muy rápido y muy bien entre las poblaciones animales y humanas. Por un lado, en el caso del ser humano, y ante la imposibilidad de entrar por la piel (le resulta imposible hacerlo debido a la estructura impenetrable de sus quince capas de células, la más externa de las cuales es la capa córnea, es decir, de células muertas impenetrables), entra por los agujeros de la nariz, lugar donde hay una temperatura y humedad apropiadas a sus necesidades vitales; luego desciende por la tráquea y por los bronquios (viaje mucho más fácil si los cilios defensivos están alterados, cual es el caso de los fumadores habituales).

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Dentro del aparato respiratorio dispone de una amplia superficie mucosa cuya extensión es mayor que la de un campo de tenis. En tan extenso terreno se mueve con suma facilidad. La proteína N le permite atravesar el moco y la proteína H perfora la célula respiratoria subyacente. Logrado esto, se aprovecha de la maquinaria celular (es un parásito intracelular, como todos los virus) para fabricar su propio y nuevo material genético y sus nuevas proteínas. Con esta maniobra mata a la célula invadida y de inmediato se difunde a otras células (en una semana está todo el trabajo hecho).

Si no acaba con la vida del individuo infectado seguirá su camino hacia el futuro. Como necesita salir al exterior en busca de otro hospedador (humano, aviar o mamífero) para seguir multiplicándose, provoca el reflejo de la tos y estornudos en el afectado. El efecto difusor de estos síntomas respiratorios es eficacísimo.

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En cada estornudo y en cada golpe de tos, proyectados a una velocidad superior a los 120 kilómetros por hora y a una distancia de unos 12 metros, se lanzan al espacio cercano cantidades ingentes (miles de millones) de nuevos virus con ganas -y necesidad biológica, no se olvide- de seguir infectando. Iniciada la carrera, en menos de tres días se habrán infectado el 13-15% de los convivientes, luego lo harán otros en la calle, colegios, cuarteles, barcos, asilos, estadios de fútbol, grandes almacenes, hospitales y un infinito etcétera. Surge en poco tiempo (días o semanas) la epidemia y, si salta de un país a otro y alcanza una extensión intercontinental (mundial o no), es la temida pandemia. Porque, no se olvide, por suave que parezca la actual en estos momentos, es una pandemia. Una bomba de relojería. No hay pandemia banal.

Enseñanzas del pasado

La Historia está escrita para que aprendamos de los errores pasados cometidos en cualquier ámbito. Desde finales del siglo XV hasta enero de 2010 se han documentado decenas de epidemias de gripe y más de diez pandemias. Su gravedad varía según la época, el lugar y otras numerosas circunstancias que, como norma, suelen ser agravantes y favorecedoras de un peor pronóstico (guerras, desnutrición, hacinamiento, cambios del clima, falta de medios técnicos, falta de tratamientos, etcétera). No es posible contabilizar los millones de enfermos, los miles de millones de pérdidas económicas y de horas escolares y laborales y los millones de muertos causados por la gripe. Suman más que todas las catástrofes juntas ocurridas a la Humanidad hasta ahora: guerras, tsunamis, terremotos, olas de frío, inundaciones, hambrunas. Sólo la gripe de 1918-19, que afectó a la mitad de la población mundial, mató más que las guerras del siglo XX (hubo dos mundiales) y más que ninguna otra epidemia o pandemia conocida incluida la peste medieval.

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Esta pandemia histórica -la madre de todas las epidemias- fue culpa de un simple virus de las aves que, por razones que nadie conoce, saltó al ser humano tras modificar su conducta. Tal vez ocurrió como en 1997 cuando, en China, el virus de proteína H5 de un ganso y el virus N1 de un pato se recombinaron en una codorniz, el nuevo virus pasó de ella a las gallinas y luego a los humanos. Lo demás es muy conocido. Pero lo que no se quiere entender, posiblemente porque la desconfianza del ciudadano en las autoridades políticas, sanitarias y mediáticas es cada vez mayor, es que la amenaza es permanente. De ahí la comprensible preocupación de la OMS, cuya actuación ha sido menos mala de lo que dicen los críticos, aunque, en mi modesta opinión, debe corregir sus métodos en una época de globalización informativa e informática. Se juega la credibilidad. Es cierto que las condiciones generales del mundo de hoy han cambiado con respecto a épocas pasadas. Esto tranquiliza al personal porque 'así -se suele decir- no se puede repetir lo anterior'. No deben pensar lo mismo los todavía supervivientes de Haití.

Es buen momento para que, desde la serenidad y sin miedos ni alarmismos estériles, la gente de la calle -o, al menos, algún lector de este trabajo- asimile para siempre que los virus de la gripe continuarán 'ad perpetuam' el mandamiento biológico inscrito en su minúsculo genoma de apenas 14.000 letras (frente a los muchos millones del genoma humano) a fin de asegurarse la victoria en la lucha por la supervivencia.

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Están, y seguirán, buscando nuevos hospedadores (ya no son sólo el ser humano, el cerdo y las aves), nuevas alternativas de difusión (además de la vía respiratoria, utiliza la muy eficaz de las manos, contagio por contacto, aprovechando la enormidad de aglomeraciones humanas en cualquier ciudad y la precariedad en la higiene) y nuevos mecanismos moleculares inventados para causar daño en el receptor (ya se han encontrado receptores en la tráquea humana, como en la del cerdo, lo cual permite la mezcla de virus de diferente procedencia para generar especies nuevas). Como ocurrió con el H5N1 entre el ganso, el pato, la codorniz, las gallinas y los humanos en 1997.

Cuando el gran Bocaccio e scribió su 'Decamerón', legó a la Humanidad una extraordinaria obra literaria y también un excelente documento epidemiológico. Describió con detalle la peste de Florencia de 1348 y dejó escrito que la pestilencia 'corría como el fuego por el pasto seco'. La actual pand emia H1N1 es una gripe que ha corrido más rápido que ninguna. Imprevisible (el doble de rápido que la estacional).

Un virus nuevo

El virus es absolutamente nuevo, fabricado de retales de otros previos. Por tanto, no hay inmunidad previa, no hay memoria inmunológica. Sin embargo, parece que las personas mayores de 65 años guardan algún recuerdo por haber pasado gripes previas y, en muchos casos, por haber recibido vacunaciones contra la gripe estacional del momento. Son veteranos. Digamos, en términos coloquiales, que disponen de una especie de 'ahorro pensión' de anticuerpos.

Se acaba de averiguar -otra novedad interesante- que unas células, los linfocitos CD8+ de memoria, son las responsables de este efecto beneficioso, en lugar de los anticuerpos. Tal vez esta es una de las razones por la que las gripes de reciente aparición causadas por virus nuevos atacan en masa a niños, adolescentes y adultos jóvenes (con preocupante entusiasmo por las mujeres embarazadas), carentes de esa memoria inmunológica, sin ahorro pensión. Además, si su capacidad de contagio es alta, como está ocurriendo ahora, la difusión está asegurada: rápida, eficaz y sin límites geográficos. Es fácil entender que, a mayor número de afectados, crecerá el número de complicaciones y el de pacientes con mala evolución. Y más muertos.

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Si, por otra parte, como está demostrado, el nuevo virus puede provocar una respuesta inmunológica (defensiva) en los sanos infectados que puede volverse contra el defendido, surge un muy grave problema: la llamada tormenta de citoquinas (las citoquinas son moléculas que salen a la palestra cuando llega el virus y provocan fiebre, dolores de cabeza y musculares y otros síntomas propios del 'trancazo'). Una tormenta perfecta: origina un daño pulmonar muy grave, con hemorragia intraalveolar masiva, lleva al fracaso respiratorio agudo y, en la mayoría de las ocasiones, a la muerte por asfixia del paciente (incluso en la UVI). Esto está ocurriendo ahora, por fortuna en pocos casos (volvemos a decir que un muerto es todos los muertos y varias centenas de muertos es una barbaridad). Pero resultó una catástrofe real de dimensiones espeluznantes en 1918-19.

Y, aunque pocos en número absolutos, supone hoy más del 60% de los infectados por el H5N1 (gripe aviar). Y, sépase, en Argentina, la gripe H1N1 actual, que algunos se han tomado a broma, ha generado una mortalidad infantil diez veces superior a la estacional. Sin ánimo de añadir más leña especulativa al fuego de la incertidumbre, la realidad epidemiológica es que los virus gripales humanos, porcinos y de las aves, así como el recién llegado H1N1 (dotado del material genético de los anteriores), siguen cruzándose por los caminos de la vida.

Nadie puede asegurar si habrá algo peor o si continuaremos durante cientos o miles de años con epidemias más o menos molestas para cada individuo y para la población en su conjunto. Se puede asegurar, sin margen de error, que la mejor medicina es la preventiva. Este sabio aserto que parece de hoy lo dejaron escrito los chinos hace más de treinta siglos. La medicina moderna dispone de medios para erradicar enfermedades (la viruela ya es historia, la poliomielitis se resiste pero es el siguiente objetivo). Uno de los medios preventivos más eficaces es, precisamente, las vacunas. Sin duda el mayor avance en la historia de la salud de la Humanidad. Es absurdo, y peligroso, dudar de las vacunas. Incluida la de la vieja-nueva gripe H1N1.

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