La huella judía en Extremadura
Juderías importantes del norte extremeño fueron las de Cáceres, Coria, Guadalupe, Hervás y Plasencia. En la franja central, Alburquerque, Badajoz, Mérida y Medellín. Del sur, Azuaga, Fregenal, Burguillos del Cerro, Jerez, Llerena, Segura de León, Zafra… fueron receptoras principales de los judíos
ANDRÉS OYOLA FABIÁN |
Lunes, 26 de mayo 2008, 14:11
El año de 1492 no solo fue el año del fin de la Reconquista y del Descubrimiento de América, sino también de la expulsión de una gran masa de españoles, cuyo delito imperdonable fue el ser de raza judía. Ese año se convirtió en bisagra entre el mundo propiamente judío español y el judeoconverso, ambos con profundas incidencia en la historia y la cultura españolas. Tras las expulsión y saqueo de las juderías y, en muchos casos, de la destrucción sistemática de toda huella judía, a pesar de todo, la impronta dejada durante siglos (podían presumir los judíos de estar presentes en la península desde los primeros siglos de nuestra era), no podía borrarse de la noche a la mañana.
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En 1996 un buen estudioso de las minorías étnicas históricas de nuestra tierra, el profesor Fernández Nieva, avisaba de «lo mucho que aún queda por hacer» en lo referente al conocimiento de la presencia y herencia judía en Extremadura, «si queremos saber de las raíces hebreas en Sefarad y por tanto de nuestras raíces extremeñas». Afortunadamente han menudeado estudios parciales o locales que van enriqueciendo el conocimiento de la presencia hebrea en Extremadura, especialmente en el apartado de la difícil identificación de individuos y familias de estirpe o adscripción judeoconversa. Así Serrano Mangas (2004), tras un estudio documental modélico, ha sido capaz de identificar al autor de la ocultación de la conocida Biblioteca de Bancarrota. Igualmente R. Caso Amador y J.L. Fornieles Álvarez (2001) han estudiado y fijado el tan debatido origen judío del genial Benito Arias Montano. También Luis Garraín, cronista oficial de Llerena, (1999) ha podido llegar a establecer, a través de nóminas de penitenciados por la Inquisición, el origen judío del Cronista de Indias, el llerenense Cieza de León; Guillermo Kurtz se ha internado documentalmente en la judería de Badajoz entre el siglo XIII y 1492 (2005). Marciano de Hervás lleva años animando al estudio de la presencia judía en esta población de la Alta Extremadura y, desde ella, en toda la región. Por poner unos ejemplos.
La arquitectura: barrios y sinagogas
Parece que no hay duda sobre la localización de las juderías de gran número de poblaciones extremeñas. En otros casos, aun constando su existencia, no se cuenta con su localización exacta en el entramado urbano de sus cascos históricos. Juderías importantes del norte extremeño fueron las de Cáceres, Coria, Guadalupe, Hervás y Plasencia. En la franja central tenemos noticias de las de Alburquerque, Badajoz, Mérida y Medellín. Del Sur, Azuaga, Fregenal, Burguillos del Cerro, Jerez, Llerena, Segura de León, Zafra, fueron receptoras principales de los judíos que, en los siglos XIV y XV, huyeron de las dura persecuciones a que se vieron sometidos en Portugal y Andalucía. Condenado a muerte, en 1483 tuvo que escapar de Portugal y refugiarse en la judería de Segura de León Isaac Abravanel, teólogo y financiero a un tiempo. En ella estuvo escribiendo comentarios a diversos libros de la Biblia, hasta que fuera llamado por los Reyes Católicos para que se hiciera cargo de las finanzas reales. Sería uno de los encargados de conducir a su pueblo al exilio tras la expulsión de 1492.
¿Dónde y cómo rastrear entonces la huella dejada por los hijos de Abrahán en Extremadura? La mayoría de las poblaciones extremeñas contaron con judería. Una de las mejor identificadas es la de Trujillo, donde cuentan incluso con restos epigráficos referentes a la ubicación de la sinagoga. En lugares como esta misma ciudad, Montijo o Cáceres llegó a haber dos juderías conocidas como la vieja y la nueva. En algunas aljamas extremeñas debió haber más de una sinagoga, como en Badajoz o en Segura de León, donde se documenta la existencia de la sinagoga en la desaparecida ermita de Santa María, no lejos de la actual iglesia parroquial o las ermitas de San Roque y la también desaparecidas de Santa Cruz en la calle de su nombre.
A veces la propia toponimia es delatora de la realidad pasada. Topónimos como Cinoja, o Sinoga ubican a las claras la existencia de una sinagoga. Denominaciones de Calle Nueva, Calle de Santa Cruz, el Toledillo nos ponen también en la pista de la existencia de la aljama o judería. No es casualidad que ermitas, conventos o parroquias con el nombre de Santa Catalina hayan cristianizado una anterior sinagoga en el mismo sitio, casos de Badajoz, Mérida, Llerena, Zafra, Burguillos del Cerro, Fregenal de la Sierra, Jerez de los Caballeros e Higuera la Real. Otras veces es el propio término de judío o equivalentes el que encontramos en topónimos urbanos o extramuros de nuestras villas y ciudades, tales como La Fuente del Judío, finca El judío o la de Matajudíos, Cañada del judío, Fonsario de (u osario) de judíos, Las Marranas, etc.
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Huella humana: los judeoconversos
Más difícil resulta identificar con precisión las estirpes e individuos que tras la expulsión se quedaron como judeoconversos en la península: el cambio interesado de apellidos y residencia, la compra comprobada de limpieza de sangre y la consiguiente manipulación de documentos, hacen difícil su seguimiento genealógico.
Forzados por las circunstancias, miles de judíos prefirieron la conversión real o aparente para seguir viviendo en la tierra de sus mayores. Si por una parte se libraron de la tragedia del exilio, se vieron inmersos en el drama de la ocultación de sus orígenes, siempre con el ojo poliédrico de la Inquisición al acecho de sus andanzas. Denunciados, convictos y confesos en muchos casos, tuvieron que soportar los sambenitos familiares expuestos en iglesias y ermitas para memoria perenne y afrentosa de sus orígenes. Solo el lento paso del tiempo pondría fin a esta tortura social. A pesar de todo ello, podemos decir que fueron fermento fértil de la sociedad extremeña en campos como el de la literatura o la teología, la medicina o las finanzas, la enseñanza o cualquier otra rama del saber. Ahí están el ya citado Benito Arias Montano, de saberes universales; el poeta épico zafrense Cristóbal de Mesa o los Peñaranda de Llerena-Bancarrota. Otros siguen en el punto de mira de los investigadores: Francisco Sánchez El Brocense, Pedro de Valencia, los médicos Arceo de Fregenal o Sorapán de Rieros, el zafrense y ajedrecista Ruy López de Segura, el indiano y mercader Alonso de Paz, de Fregenal de la Sierra, los Ramírez de Prado, con raíces y presencia en las poblaciones de Llerena, Zafra o Segura de León. Entre estos últimos los hay escritores como Lorenzo y Catalina Ramírez, obispos, como Marcos, hermano de Lorenzo; mercaderes como el padre de ambos, Alonso. Y un largo etcétera.
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La huellas en el folklore
El folklore, más que de huella de la presencia judía, es testigo del reverso de la medalla: el antijudaísmo popular de la sociedad extremeña. Se apela con frecuencia a las buenas relaciones entre los miembros pertenecientes a cada una de las tres religiones del Libro en la Península. No creemos que fuera tan idílica dicha coexistencia. Aunque útiles los judíos de Sefarad para reyes y nobles a la hora de organizar el cobro de los impuestos, por lo mismo no estaban bien vistos ni apreciados por el pueblo llano que tenía que soportar las cargas tributarias. Otras veces fueron personajes que hoy podríamos llamar fundamentalistas, como Ferrán Martínez, el arcediano de Écija en 1381, los que azuzaron a las masas contra estos vecinos incómodos. En cualquier caso, sobre los judíos no dejaron de caer disposiciones legales restrictivas a lo largo de toda la Edad Media, tanto en lo referente a sus oficios artesanales y cobratorios, como sobre sus barrios y viviendas e incluso en tema tan particular como el de su vestido. La presión sobre los seguidores de Moisés fue constante y en aumento hasta terminar en el día fatídico de la expulsión o en la alternativa de la más dramática conversión forzada por las circunstancias
Hasta tiempos no muy lejanos la liturgia de la Iglesia recordaba en sus oraciones del Viernes Santo al pueblo deicida de Israel. Su traducción popular se puede observar en el conocido Paso de la Cruz. Ladialéctica se presenta en la dicotomía defensores de la Cruz y sus atacantes, los hebreos o judíos: Feria, Fuente del Maestre, Valverde de Burguillos o Almonaster la Real en Huelva mantienen la tradición de dicho Paso. El Peropalo de Villanueva de la Vera es, al decir de los estudiosos, la manifestación más antijudía del folklore extremeño. Otras de menor rango como la conocida cancioncilla «Que llueva, Que Llueva, la Virgen de la Cueva» en versión recogida en Segura de León, terminaba con un confesado deseo Que caiga un chaparrón. Que se mojen los judíos y mi padre no.
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En la misma población, a la cohorte romana y de alabarderos que intervienen en distintos momentos de la Semana Santa, el pueblo les denomina con aparente impropiedad los judíos.
La cocina judía y su rastro
Frente a la simplicidad de la cocina cristiana, parece que en las cocinas judías se desarrollaba un cierto esmero a la hora de cocinar las verduras y envolver con masas muy trabajadas carnes y confituras: albóndigas o las empanadillas, que admitían la dualidad dulce y salada y se consumían como postre o plato principal, siguen presentes en nuestras mesas. En la cocina levítica también destaca el gusto por las especias y los sabores ácidos. Uno de los platos más sublimes de las mesas judías era el hamín o potaje de «jodíos», lo que en Castilla se conocía como adafina o cosa caliente. Es el genuino cocido, el botillo leonés, la olla podrida del sur y tantas denominaciones como pueblos haya en España. Los ingredientes básicos del hamín eran garbanzos, verduras y hortalizas de temporada (col, puerros), huevos, carne de vaca, carnero o buey; cebolla, especias todo ello ligado con bolas de pan, el relleno de Ávila. La elaboración era muy simple, pues se introducían todos los ingredientes en una cazuela y se ponían a cocer. Era el plato del Sabbath, que se preparaba el día anterior y se mantenía caliente durante toda la noche sobre brasas, habida cuenta de que durante el Sabbat no se puede trabajar. Las chimeneas que no humeaban en sábado eran sospechosas de criptojudaísmo. Una de las especialidades judías que permanece con rotundidad en nuestras mesas son las empanadillas y las albóndigas, bolas de carne picada (ternera o vaca) que se freían y se condimentaban después en una salsa de harina, almendras, ajo y perejil. Especialidades vegetales muy extendidas en la cocina judía eran las fritadas, que se hacían con calabacines, puerros, espinacas y cebollas, a las que se añadían carnes y pescados. Variante de todo ello sería el pisto, al que el descubrimiento de América añadiría el tomate. Otras especialidades judías que encontramos en nuestras mesas son pescado frito marinado, las rosquillas de anís, almendrados, bienmesabe, herraduras, hojuelas.
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