Ha muerto Chema

Trágica noticia para una generación. Lo de trágica es un tópico, que los periodistas usamos con singular alegría cada vez que hay un suceso, no digamos ya si es un accidente. En topicolandia, los incendios son pavorosos, los marcos incomparables y los accidentes trágicos. Pero esta vez lo de trágico parece acertado, a tenor de las reacciones ante la noticia.

El silencio no es precisamente lo que mejor define el ambiente habitual de la redacción. Pero en el momento en el que Cristina alzó la voz y se impuso sobre el teclear de unos y otros, nadie hablaba. La edición digital de este honorable periódico le daba la noticia, y ella la comunicaba al resto, como es norma cuando sucede algo excepcional. A viva voz. O a voz en grito, mejor. «¿Ostias, ha muerto Chema, el de Barrio Sésamo, el panadero». Y lo dijo dos veces más.

Efectivamente, Chema, el panadero de Barrio Sésamo, las ha espichado. Como tantos otros, el maldito cáncer, que a todos acaba salpicando. Después, se fueron ampliando detalles. Estaba casado con Espinete (con la chica que interpretaba el papel, se entiende). Tenía 51 años. Y tras ser Chema, el panadero simpaticón y horterilla, había seguido ganándose la vida como actor. Tenía un nombre en el circuito teatral y su currículum incluía papeles más o menos transcendentes en varias películas. Chema el panadero está en el recuerdo de una generación entera, que podría ceñirse a quienes nacieron entre 1975 y 1980. A ella pertenece una de las nuevas ministras de Zapatero. Y gente joven que acumula tardes de Barrio Sésamo y bocadillo de Nocilla, adictos a Don Pinpón, Espinete, Julián el quiosquero, Coco, la Jaca Paca y Pepita Pulgarcita.

La ventaja de los niños de hoy es que se entretienen con personajes inmortales, con ídolos de videojuego, con monigotes a pilas que no padecerán cáncer. Y eso es asunto gordo. Porque lo que sucede en esos años acompaña para siempre. Porque la infancia nunca muere.