Las Minas: el patrimonio ninguneado
La docena de inmuebles protegidos sobrevive entre la admiración casi sentimental de unos pocos, el olvido de la mayoría y la compañía cercana de la basura El título de Bien de Interés Cultural resucita la huella de 110 años de actividad minera en Aldea Moret
PPLL
Domingo, 5 de junio 2011, 03:35
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Al fondo del relato de Francisco hay un poso de orgullo evidente. «Cuando en Cáceres iban a la plaza a por agua, nosotros la teníamos de los depósitos», cuenta. Sentimientos aparte, lo que el hombre constata es una realidad objetiva, que está en los libros. Más aún: en el DOE (Diario Oficial de Extremadura) del viernes 27 de mayo, en el decreto 90/2011, el que declara Bien de Interés Cultural (BIC) al Poblado Minero de Aldea Moret.
Esos depósitos a los que alude Francisco Luis López Naharro son los que en su día construyó la Compañía de Aguas de Cáceres, fundada el 21 de enero de 1899. Un siglo, una década y dos años después, esos enormes contenedores de piedra siguen ahí, con una de sus torres de acero bien visible, como una metáfora ilustrativa sobre lo que fue, lo que es y lo que puede ser. Hasta hace unos meses, adosada a la torre había una escalera, que con el paisaje verde y amarillo y las vías de tren como marco, ayudaba a configurar una escena de lo más fotogénica. Tanto que de hecho, hay algún profesional de la cámara que ha elegido ese sitio, entre todos los que ofrece la ciudad, para ambientar sus cálidos retratos.
Pero alguien debió de apreciar algo mucho menos poético, más prosaico en esas escaleras y decidió llevárselas. Las robó. También arrampló con una parte del mecanismo que hacía de filtro. Probablemente, quien lo hizo ni siquiera necesitó permanecer con el ojo despierto para detectar pronto una presencia no deseada, porque el sitio, los depósitos, la torre, la escalera están a tres kilómetros del centro de la capital, en un lugar por el que es más fácil ver rondando a una oveja que a una persona.
En ese paraje alejado de todo bullicio se levanta un conjunto arquitectónico desconocido para muchos cacereños y radicalmente diferente a lo que el turista pueda ver en su recorrido típico por la Ciudad Monumental. No son palacios, ni iglesias ni murallas. Hay viviendas, calles, pilares... Están las minas Abundancia (hoy reconvertida en centro de interpretación), María Estuardo, san Salvador y Esmeralda, el almacén de superfosfatos con el edificio La Fosa, el embarcadero (moderna sede para empresas inaugurada hace unas pocas semanas), la iglesia de san Eugenio, el malacate... En definitiva, lo que queda de 110 años (de 1864 a 1974) de actividad minera en Aldea Moret. Una sucesión de construcciones singulares que acaba de merecer la distinción de BIC por parte de la Junta de Extremadura, con la categoría de Lugar de Interés Etnológico.
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«Un complejo único»
En ese conjunto, merece un punto y aparte el poblado minero, «un complejo único», en palabras de Francisco Luis Gómez, hijo de un tornero ajustador que trabajó en las minas y ahora dueño de una ferretería en Aldea Moret de nombre El Torreón, que es como se conocía popularmente a la mina san Salvador. Francisco es, además, el presidente de la asociación de vecinos del poblado minero de Aldea Moret.
Él y su familia son una de las 16 que aún siguen durmiendo cada día en este entramado de calles sin asfaltar y casas con jardín, ese punto del callejero cacereño que parece vivir de espaldas al resto de la ciudad. O quizás sea más acertado escribirlo al revés, o sea, que subsiste mientras al resto de la ciudad le resulta ajeno.
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De hecho, algunas de las particularidades del poblado minero de Aldea Moret le sitúan al margen de la capital. En él, la iluminación es prácticamente la misma que había hace ochenta o noventa años, cuando aún se trabajaba en los doce pozos de extracción que llegó a tener. Es más: a día de hoy, la corriente sigue siendo de 125 voltios. Las calles están sin asfaltar, se embarran cada vez que llueve un poco más fuerte de lo normal, y ante cualquier contingencia, son los propios residentes los que tienen que solucionarlo, y no el Ayuntamiento.
«El principal problema que ha tenido el poblado ha sido que era un recinto privado, al que no podía entrar nadie más que los residentes; eso ha hecho que en cuanto se abrió, empezara a haber actos vandálicos, y ha hecho también que la gente lo conociera tarde», reflexiona el dirigente vecinal.
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Que el acceso estuviese vedado durante años era lo propio de un recinto privado, que en sus mejores años llegó a tener cine, cantina, parque, iglesia, colegio y hasta campo de fútbol. Hoy, en sus calles no hay farolas, y los vecinos, hijos y nietos de ex trabajadores de las minas de fosfato y hierro, no pagan la luz como cualquier cacereño al uso, sino que están sometidos a la tarifa de energía eléctrica industrial. Eso significa «pagar noventa euros aunque no hayas estado en casa», detalla Francisco Luis Gómez, comprometido con la causa del poblado minero desde el minuto cero. Se apuntó a la asociación vecinal en cuanto se creó, a mediados de los noventa. «Nació después de que Ercros vendiera una parte de los terrenos a Placonsa, como una reacción para protegernos», recuerda.
La idea de la constructora de levantar un centenar de viviendas unifamiliares en el poblado -el plan establecía que a cambio de que las máquinas echaran abajo su casa, cada residente recibiría una de esas unifamiliares- despertó la conciencia colectiva. Se creó la asociación, y más tarde, una plataforma autodenominada 'Salvemos el poblado minero'. Después, otros colectivos se sumaron a la causa. Entre ellos, la Asociación de Vecinos Santa Bárbara o la Asociación Sociocultural Aldea Moret. En la mente de todos ellos hubo desde el principio un horizonte claro: la declaración de Bien de Interés Cultural.
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De ahí que Francisco la salude ahora como «la garantía de la salvación». El texto que da marchamo de oficialidad a ese título debe ser motivo de orgullo para quienes, como él, están detrás de una vieja reivindicación. La Junta de Extremadura considera que estamos ante «una muestra coherente y completa de una actividad industrial extractiva de la fosforita». «El conjunto -argumenta la consejería de Cultura y Turismo para la concesión del título- constituye un singular y relevante ejemplo de alto valor patrimonial, tanto por su valor testimonial como por su singularidad arquitectónica».
Lástima que la docena de inmuebles incluidos en la catalogación lleven años viviendo entre la admiración casi sentimental de sólo unos pocos y el olvido de la mayoría. Y en algunos casos, con la compañía cercana de la basura.
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La vieja chimenea
Comprobarlo es tan sencillo como darse un paseo por lo que queda de las minas. A un minuto andando de la Esmeralda -la pieza mejor conservada de todo el conjunto, con la chimenea de los viejos hornos que aún se conserva- hay varias casas en ruinas. De ellas quedan las fachadas descompuestas, repletas de grafitos y asaltadas por la inmundicia. El suelo es un catálogo que habla de quiénes frecuentan el lugar y para qué: 'litronas' de cerveza, cristales rotos, ruedas de bici, ropa, trozos de papel de aluminio, la carcasa de un televisor de la marca Sony...
Lo preocupante es que esa escena no constituye una excepción. A dos minutos a pie de allí, junto a los restos de la mina María Estuardo, hay un foso que en su día fue profundo. Hace tiempo que se lo comieron los escombros. «Es que ahí iban los camiones a descargar cosas de las obras», dice un paisano que pasea por la zona, bastón en mano.
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Lo que él cuenta, lo que relata el presidente vecinal, el testimonio de un vecino del poblado minero que lava el coche a la una de la tarde un día laborable, lo que explica su padre, que sigue la escena... Todo eso, más lo que devuelven los ojos al caminar entre ruinas, abriéndose paso por pastos de metro y medio de alto, dejan claro que la huella de casi un siglo de actividad minera en Aldea Moret ha quedado reducida a unas colección de piezas singulares ahora rescatadas por la administración en forma de título, pero despreciadas durante su último medio siglo de vida, que es el último medio siglo de vida de Cáceres.
Es un patrimonio ninguneado, del que sólo parecen haberse ocupado los sensibles a este tipo de riqueza, y sobre todo, quienes están ligados a ese paisaje por los lazos del sentimiento. Que deben de ser fuertes, porque pese a las calles sin asfaltar, a los 125 voltios y a que las averías las tengan que arreglar los vecinos, Francisco lo dice alto y claro: «Aquí -afirma-, se vive de maravilla».
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