Ucrania es Europa
Putin quiere apropiarse de esta nación soberana, que un día no lejano fue parte de la URSS, con argumentos del siglo XIX pero con herramientas de matar del siglo XXI y mucho me temo que el expansionismo voraz del sátrapa no se sacie con la conquista de Ucrania
Lo hemos oído tantas veces que ya forma parte de nuestras vidas. «Europa no se hará de una vez», proclamó Schuman, y esas siete palabras ... sonaron en su día a gloria en medio del fragor inacabado de una Europa derrotada, deprimida, triste y pesimista. La historia que sucedió después es bien conocida. Se trataba del reto ilusionante de levantar una Europa unida y en paz, y para conseguirlo debería jugar un papel fundamental la producción del carbón y del acero. El uso tanto del uno como del otro era necesario para la reconstrucción material y su control imprescindible para evitar un uso bélico porque –afirmaba Schuman– «la solidaridad de producción que así se cree pondrá de manifiesto que cualquier guerra entre Francia y Alemania no solo resulta impensable sino materialmente imposible». De este modo surgió la CECA y después vendrían la Europa de los seis, la Europa de los nueve, la Europa de los diez y de los doce... y así hasta la Europa de los veintiocho que se quedaron en veintisiete, una comunidad que aspiraba a ser una unión forjada a golpe de diálogo con interminables reuniones políticas. Muchos impulsos, muchos retos por cumplir, alguna deserción pero, en líneas generales, se avanzaba aunque fuese en zigzag.
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El proyecto de una Europa unida surgió ante todo como una vacuna que debería inmunizarnos ante una futura guerra que, dado nuestro historial, bien podría repetirse. Y no es que el virus bélico haya mutado porque, con ligeras variantes, siempre es el mismo, y si no basta con que recordemos el Acuerdo de Munich de 1938. Entonces la región de los Sudetes, perteneciente a Checoslovaquia, era pretendida por la Alemania nazi bajo el pretexto de que la mayoría de sus habitantes eran de lengua alemana y que se adentraba en territorio germano. El 30 de septiembre de aquel año se reunieron los jefes de gobierno de Alemania, Italia, Francia e Inglaterra para acordar satisfacer los anhelos del Tercer Reich de anexionarse los Sudetes, pacto que sería el único modo –dijeron los incautos Chamberlain y Dadalier– de evitar una guerra. Cinco días después Chamberlain defendió el acuerdo ante la Cámara de los Comunes obteniendo la frontal oposición de Winston Churchill con la conocida sentencia: «Os dieron a elegir entre el deshonor o la guerra; elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra». Siendo grave aquel acuerdo, aún lo era más el hecho de que se adoptara inaudita parte, esto es, sin la presencia del país afectado, Checoslovaquia, a quien no se le permitió tomar parte en las negociaciones pese a que otros estaban repartiéndose vergonzosamente su territorio, al que fragmentaban y regalaban a un tercero. La consecuencia fue, además de la anexión, el exilio de numerosas familias y la decepción más absoluta del pueblo checo, encabezado por su presidente Edvard Beneŝ, ante la cobardía de las potencias europeas que se plegaron a los deseos de Hitler. Pero como la voracidad del ogro es siempre insaciable, once meses después Alemania invadió el resto de Checoslovaquia.
Tristemente pueden comprobarse ciertas similitudes con la actual situación en Ucrania. Putin quiere apropiarse de esta nación soberana, que un día no lejano fue parte de la URSS, con argumentos del siglo XIX pero con herramientas de matar del siglo XXI y mucho me temo que el expansionismo voraz del sátrapa no se sacie con la conquista de Ucrania. La única diferencia que encuentro entre Hitler y Putin es el bigote.
La UE no ha dudado en facilitar ayuda militar a Ucrania porque lo que está en juego no es solo Ucrania sino la propia existencia de la UE
El vaticinio del primer ministro ucraniano, Volodímir Zelenski, días antes de la agresión fue muy duro: «Esto no va a ser una guerra de Ucrania y Rusia, esto va a ser una guerra europea, una guerra en toda regla». Lamentablemente, algunos vaticinios están condenados desde su pronunciamiento a convertirse en realidad, pero a diferencia de lo que sucedió en 1938, en esta ocasión la Unión Europea ha sabido reaccionar al unísono con un conjunto de medidas diversas y contundentes, consciente de que se halla en un punto de inflexión histórico en el que su proyecto de convivencia se pone a prueba. Europa no se hará de una vez pero ahora, ante la dura prueba a la que está siendo sometida, se está haciendo de una vez. La Unión Europea supo arracimarse en torno a un proyecto de paz y para preservar la paz no ha dudado en facilitar ayuda militar a Ucrania porque lo que está en juego no es solo Ucrania sino la propia existencia de la Unión Europea y de un modo de vida que nos hemos dado basado en los principios y valores que compartimos: en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, en el trato parejo de las naciones grandes y pequeñas, en la voluntad de mantener la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas del Derecho internacional, en promover el progreso social y elevar el nivel de vida de todas las personas, en la seguridad y el derecho a vivir sin amenazas. Ucrania es uno de los nuestros, ha dicho Von der Leyen, y por ello si Ucrania está siendo atacada, también lo está siendo Europa.
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