Cazatesoros

A la última ·

Cuando pierda lo que me queda de memoria, releeré estas columnas y me acordaré de la mujer que buscaba tesoros enterrados en la arena

Miércoles, 10 de septiembre 2025, 00:21

Cuando me piden fuego, doy lumbre con un humilde mechero de propaganda. Ya me gustaría a mí sacar un encendedor de postín para dármelas de ... señora bien, pero no tengo ninguno. Para qué, si lo voy a perder. Porque todo lo pierdo. Y no una vez, sino varias: las gafas, el móvil y las llaves, la Santísima Trinidad, desaparecen durante un rato cada pocos días para reaparecer sin previo aviso, como el tipo que se va a por tabaco y, veinte años después, vuelve viejo y enfermo para que su santa lo cuide.

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He perdido el tiempo, oportunidades, los nervios y, algunos sábados por la noche, hasta la dignidad. Lo único que no pierdo es el apetito, mira tú por dónde. Rendida de antemano, ni siquiera le ato los huevos a San Cucufato, como hacía mi abuela. Simplemente, dejo de buscar. Pero hay gente que busca lo que pierden los demás: este verano, paseando muy temprano por una playa recién planchada, me topé con una mujer que llevaba un detector de metales. Se entregaba a la tarea con una concentración quirúrgica. Andaba despacio, y cada pocos metros, cuando sonaba un pitido que solo ella podía oír a través de unos auriculares, se paraba y excavaba la arena con una pequeña azada. Supuse que el mar, que siempre acaba devolviendo el pasado, habría recompensado su esfuerzo con un par de chapas oxidadas y alguna moneda con la cara de un rey que ya no reina.

Decía la escritora Nina Bawden que «una buena razón para escribir novelas sobre la base de tu vida es que tienes algo para leer en la vejez». Cuando pierda lo que me queda de memoria, releeré estas columnas y me acordaré de la mujer que buscaba tesoros enterrados en la arena. Ojalá encuentre un Dupont de oro, y no mi mechero de Toldos Heredia. Lo perdí en agosto.

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