El domingo pasado conducía por una carretera italiana muy cerca de Milán con la prudencia acentuada que aconseja hacerlo en un país ajeno y con ... un coche de alquiler. Era una carretera rural, salpicada de pueblos pequeños donde abundaba el minifundio, los tractores de mediano tamaño, las empresas de servicios agrícolas y los anuncios de plaguicidas y fertilizantes.
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A unos cuarenta kilómetros de Milán me crucé con varios grupos numerosos de moteros que anunciaban una concentración. Algo más adelante multitud de carabinieri y muchos agricultores que enarbolaban pancartas con diversos lemas, por lo que pensé que la concentración motera era, en realidad, una manifestación reivindicativa de alguna asociación agraria, porque el ambiente me sonaba a algunas que he vivido de cerca.
La abundancia de carabinieri era creciente, las pancartas también. De pronto, en varias de ellas un nombre: Salvini. En concreto, «Salvini, Premier», y en apenas sin darnos cuenta nos metimos de lleno en la travesía contigua a un multitudinario mitin del líder de la Liga a una semana de las elecciones italianas. Junto a la valla, decenas, tal vez cientos de moteros con sus cascos en la mano, sus chupas de cuero, sus camisetas negras, sus pañuelos en la cabeza y sus largas barbas. Grupos de agricultores, pandillas de mujeres. Nada me cuadra cuando pienso en lo seguidores de Matteo Salvini.
Es un síntoma significativo, por mucho que sea cierto que la abstención ha resultado determinante. Una buena parte de los asistentes al mitin no representaban lo que imaginamos cuando hablamos de la derecha más dura o, si lo prefieren, la ultraderecha. Allí había gente que seguramente ha votado a la izquierda en otro tiempo y que ahora ha girado completamente.
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Los resultados electorales se pueden analizar de todas las formas posibles y siempre habrá quien vea una explicación diferente por disparatada que sea. Los titulares de los diarios de ayer nos llevaban a la catástrofe, anticipada por cierto por Francia, Hungría o Polonia. Incluso Suecia, modelo de desarrollo y políticas sociales. Ahora Italia, después de que la propia Meloni diese el famoso discurso del sí y el no en las elecciones andaluzas junto a Vox.
Es inevitable mirar de puertas para adentro, observar de reojo al partido de Abascal en España y hacerse la pregunta de quiénes van a votarlo de entre aquellos que supuestamente no lo harían jamás, esos que pueden darle el gobierno, los moteros de turno, los hombres y, ojo, las mujeres rurales que han luchado toda la vida, que votaron al felipismo sin pensarlo y que ahora ven peligrar el bienestar que trajo el bipartidismo.
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Uno se pregunta si no será que los cinturones sanitarios han ido ahogando hasta la muerte el arco electoral, haciendo que las grandes coaliciones para aislar a la ultraderecha la acaben convirtiendo en la única alternativa de gobierno cuando cunde el desencanto, la puerta de salida, la escapatoria a la desesperación del hundimiento económico, el paro, la guerra injusta y hasta el calentamiento global.
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