Sanidad herida, vocación sangrante

Marcos Conde Gallego

Estudiante De Segundo Curso Del Grado De Medicina Por La Universidad De Extremadura

Martes, 25 de noviembre 2025, 01:00

A veces me doy cuenta de lo extraño que es hablar de las condiciones que enfrentan los médicos desde donde yo estoy: 2º de Medicina, ... sin haber hecho todavía una guardia de 24 horas, sin haber sentido en la piel el cansancio que describen los residentes, sin haber visto la madrugada desde la ventana de un hospital. Y aun así, algo dentro de mí se remueve. Aunque todavía no haya vivido ninguna de esas experiencias, ya empiezo a comprender el peso real de la vocación… y también su fragilidad.

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Yo llegué a la facultad con una ilusión casi ingenua. Quería aprender, quería ayudar, quería formar parte de algo más grande que yo. Tenía la convicción de que la vocación era una especie de escudo invisible, algo que te protegía del frío del sistema, del dolor, del cansancio, de la política. Hace un año escribí 'Mi vocación no está en venta', al ver por primera vez las batas tiradas en el suelo el 13 de junio de 2025. Ahora, en segundo empiezo a descubrir que nadie te avisa de que la vocación también puede sangrar.

La huelga del 15 de noviembre no la convoca un colectivo cansado, la convoca un colectivo herido, humillado y abusado. Profesionales que llevan años cargando un sistema sobre sus hombros a costa de arrebatarles su propia vida y, sin embargo, es dirigido por políticos que no pisan un hospital desde hace tiempo. Y es imposible no mirar directamente a la ministra Mónica García. No porque sea el objetivo fácil, sino porque representa algo que me duele: la traición silenciosa a una profesión que ella misma juró defender.

La huelga de médicos la convocó un colectivo herido, humillado y abusado

A veces la escucho hablar del Estatuto Marco y siento que habla de otra realidad. Ella, que un día estuvo en un box, ahora diseña reformas desde un despacho enmoquetado en la Casa Sindical, muy lejos del olor a guantes, del sonido rítmico de un monitor o del temblor de un paciente que espera un diagnóstico. Parece haber olvidado que una bata blanca pesa más que cualquier cargo político. Que no simboliza poder, sino responsabilidad.

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Observo todo esto desde las aulas. Desde los apuntes, las prácticas, las horas interminables de estudio. Aún no sé lo que es una guardia, pero ya sé lo que es ver la desesperanza en ojos que deberían inspirarme seguridad. Sé lo que es escuchar a adjuntos decir que no pueden más, a residentes admitir que ya no recuerdan vivir sin agotamiento, a profesores advertirnos de que el sistema espera de nosotros más de lo que puede pedirnos un país decente.

Y mientras tanto, el Gobierno insiste en que todo está bajo control. Que la huelga es una reacción exagerada. Que la reforma es necesaria. Pero yo, desde mi asiento de estudiante, veo otra cosa: veo cómo la vocación se utiliza como moneda de cambio. Como si profesar un profundo sentimiento de cuidar, de acompañar o de consolar fuera suficiente para aceptar cualquier cosa. Como si 'querer ayudar' fuera una condena a la resignación.

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A veces me pregunto qué futuro me espera. Si quienes ya están dentro se sienten abandonados, agotados y despreciados, ¿qué pasará cuando llegue? ¿De verdad alguien cree que la vocación es inagotable, que nunca se rompe, que siempre alcanza?

Por ello, a pesar de que todavía no haya hecho una guardia, tengo claro que no quiero heredar un sistema sanitario agónico. No quiero entrar en un hospital por primera vez como médico sabiendo que quienes debían protegerlo lo dejaron desangrarse por desidia, por incompetencia o por pura soberbia ideológica.

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Al final, detrás de cada decreto mal pensado, detrás de cada reforma improvisada, detrás de cada gesto de arrogancia, hay algo que sí entiendo: que mis futuros compañeros, profesores y mi generación pagamos las consecuencias.

Somos nosotros quienes tenemos sobre nuestra cabeza más horas de flexo que de sol, quienes veremos marcharse a profesionales brillantes porque el Gobierno decidió que escuchar era opcional. Somos nosotros quienes tendremos que reconstruir lo que otros han destruido desde un despacho donde jamás se escucha un monitor cardiaco.

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Al mismo tiempo que se abusa de los que aquí se quedan o tenemos intenciones de quedarnos por apego a nuestras familias, raíces y tierra; los médicos desfallecen, el sistema colapsa y la población sufre. Y mientras el Gobierno de España ignore la vocación que sostiene la sanidad pública, nosotros seguiremos alzando la voz. La vocación no es infinita, pero nuestra determinación sí.

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