Pues sí, hoy toca escribiros desde mucho más al sur, más concretamente desde Casablanca, donde, gracias a la generosidad y cariño de unos buenos amigos, ... disfrutamos de parada y fonda desde el lunes.
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Esa luz que nos deslumbra ya no es solo una icónica frase del movimiento estudiantil de mayo del 68 sino una realidad de este maravilloso país que no me canso de visitar, país de contrastes, sobre todo, en la ciudad donde tenemos la residencia: Casablanca, famosa por su película homónima que no le hace justicia y donde el pasado año pude ver, en un semáforo, un Lamborghini Huracán al lado de un carro tirado por un burro. Una ciudad convertida en la capital económica del reino alauita, el cual, posiblemente, sea el segundo con mejor economía de África, que no quiere decir ser el más rico.
Desde que llegamos no hemos parado, ya habrá tiempo de hacerlo en la ciudad donde nunca pasa nada. Hemos visitado Essaouira donde nos ha sorprendido la belleza de su playa y la cantidad de parejas francesas mayores, afincadas en esa hermosa localidad en la que disfrutan de un clima benévolo y agradable (está situada en la misma latitud que Madeira) de la facilidad de comunicación sin renunciar a su idioma natal, y de lo económico que resulta vivir allí en comparación con su país de origen, donde la alimentación, el cuidado personal o el transporte cuestan entre un 50 y un 60% más.
Desde allí fuimos a Marrakech, ya la conocíamos aunque no nos cansamos de admirar su belleza. Muy turística y bulliciosa cuando llegamos casi de noche con el tiempo justo de aparcar, instalarnos e inmediatamente dirigirnos a la plaza de Jemaa el Fna (que se pronuncia algo así como «llama al Fran») una plaza que, cada noche, se transforma en un inmenso recinto donde conviven el humo de las barbacoas de los innumerables puestos callejeros, los cuentacuentos y hasta encantadores de serpientes. Un sitio mágico que ha hecho méritos para ser patrimonio inmaterial de la humanidad por la Unesco.
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Tras un sueño reparador en un coqueto riad, despertamos con una llamada a la oración desde la omnipresente Koutoubia, hermana gemela de la Giralda. El olor a sábanas recién planchadas, a sol y a café recién molido no tardó en mezclarse con el de las especias, el cuero y la miel de la medina de la ciudad. El recuerdo de una amiga que nos dejó, también me apareció varias veces y hasta casi podía oír su risa potente y sincera.
Regresamos en coche recorriendo los 245 kilómetros que separan la ciudad roja, el París del sur, con Casablanca. Atravesamos la provincia de Settat con el exotismo de poder ver un país hospitalario, en el que el tiempo discurre más despacio para poder saborearlo con delectación. Observarlo desde la ventanilla de un coche te da una perspectiva distinta del viaje que cuando haces un tour organizado y no puedes parar allí donde quieres.
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Mañana volvemos, no sin antes dormir en Ceuta para regresar a casa con la mochila llena de vivencias y vacía de agradecimientos.
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