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Fuego

Los jueves al sur ·

Mané Montes

Jueves, 25 de mayo 2023, 08:47

Nada me duele más que cuando un árbol se muere, por enfermedad o sequía.

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La pasada semana, el miércoles 17, la piel de mi corazón ... se me puso de gallina, justo cuando el partido del Real Madrid, pero no era por el fútbol: de manera casi simultánea comenzaba a arder el monte por Sauceda y La Muela, dos pequeñas pedanías cercanas a Pinofranqueado. Los autores sabían lo que hacían y, pronto, ayudados por el fuerte viento que en ese momento reinaba, su acto terrorista culminó perfecto.

El fuego se extendió por toda la margen izquierda del río Árrago calcinando sin piedad 12.000 hectáreas de bosque, convirtiendo lo verde en un paisaje en blanco y negro. Carbón, cenizas, incertidumbre, miedo, impotencia y llanto sentían esos paisanos desalojados de hasta tres pueblos, refugiados en un polideportivo en Moraleja. Pensaban en sus casas, sus recuerdos, sus animales y su forma de vida. Tres días duró el viento y tres noches el miedo, sin poder hacer nada, impotentes, más de 400 efectivos, la UME y 14 medios aéreos solo podían usar el método de «tierra quemada» como cortafuegos.

El presidente Pedro Sánchez suspendió su viaje de campaña ante tal catástrofe y las autoridades pedían colaboración ciudadana para identificar el coche que vieron alejarse del foco del incendio en la Muela. El conformismo, el miedo y la ignorancia son los encubridores de ese malparido terrorista climático.

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Un anciano comentaba resignado «que ya tocaba», que cada cierto tiempo había incendios porque había que dar de comer a todo el mundo. Supongo que se refería a las madereras, a las que el pino quemado les sirve igual, o quizás, se refería a esas brigadas de prevención de incendios, que, a golpe de talonario y peonadas, limpian el monte para dejarlo sin combustible. No hace tanto, el 6 de agosto de 2015 casi 9.000 hectáreas ardieron, esta vez en Sierra de Gata, comenzando en Acebo.

¡Y repoblaron con pinos! Robles, castaños, encinas, madroños, fueron despreciados en favor de los otros. No puede ser que la política ambiental de este gobierno autonómico, ni de ninguno, pase por repoblar con pinos, auténticos polvorines, bombas de relojería, granadas de mano en forma de piñas y resina a modo de nalpalm.

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Antes el ganado surcaba y hacía veredas además de mantener a raya el pasto, se limpiaba el monte, se quitaban escobas, pero ahora no te dejan tocar ni una piña caída. Hoy, casi una semana después del terror, ese anciano que mira su tierra ahora negra y abrasada ha pasado del terror a la indignación, del desasosiego a la ira.

Seguro que sabe quien ha sido el «hijo de la grandísima…» que ha cometido la hazaña, pero su ley de silencio, su «ya tocaba» o el «será así» mantienen sus labios apretados.

Ahora las lluvias arrastrarán la negrura hacia las cristalinas aguas de las piscinas naturales, imanes de atracción turística a esa tierra, pobre pero bella, mancillada por el tizón que devolverá el asqueroso cartel de «Tierra sin Pan».

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