Colóquese usted donde no se note
No hay nada más español que un pueblo riéndose de los bufones del poder, mientras los bufones del poder se ríen también del pueblo
Decía Chéjov en 1900: «Ahora la gente se vuela la tapa de los sesos porque está harta de la vida o por razones semejantes; en ... otra época, por haber malgastado dinero del erario público». Un siglo después ya no se vuela nada y nos conformamos con un zapatazo a George Bush en 2008 y un puñetazo a Rajoy en 2015. La forma actual de expresar hartazgo político no es el suicidio o la insurrección: es hacer el ridículo.
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No hay nada más español que un pueblo riéndose de los bufones del poder, mientras los bufones del poder se ríen también del pueblo. David Sánchez, cansado de largas jornadas de trabajo en una Extremadura que no espera porque ya aprendió a no pedir, hizo dos cosas: en primer lugar, pensó que no se podía ser feliz viviendo en la tierra más hermosa del mundo y se conformó con teletrabajar a unos kilómetros de ella. En segundo lugar, se marchó como se marcha la culpa, huyendo del bochorno, no del escándalo, y eligió, como tantos otros, contarlo todo: o sea, nada.
El testigo del brete lo recoge un viejo zorro del sistema, que no quiere justicia sino fuero para protegerse contra la imputación por la presunta colocación del hermano del presidente. Para lograrlo, Miguel Ángel Gallardo (MAG) necesitaba una diputada dispuesta a esfumarse en nombre de la democracia. Y la encontró, claro, porque la camaradería siempre es más convincente si el precio es un despacho nuevo. Se dice que un clavo saca otro clavo y, en política, como en el amor, una colocación cura otra. Al final, terminan con tantos líos encima que ya no tapan los escándalos: los entierran bajo otros nuevos, como quien olvida una herida haciéndose otra.
Todo esto resuena poco a democracia y mucho a trámite entre amigos envuelto en la música de siempre: «Lo hago por los españoles y las españolas», no por España. Porque de España, ya se sabe, solo hablan los nostálgicos.
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Con todo, debemos mirar a MAG con pena porque, seguramente, esta no era su idea de saltar a la palestra regional y menos aún a la nacional. De éxito también se muere y de lealtades malentendidas se sobrevive mal.
La gente come, bebe, duerme, y mientras tanto los años pasan y se pierde la vida, sin poesía, sin sentido, sin decencia y, aquí, todo esto y aquello suena a rutina. A costumbre. A país donde los escándalos duran lo que tarda en llegar el siguiente.
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