Suena el chiflo del afilador. Es una mañana fría. El pueblo está como dormido, aunque son casi las diez del domingo. Más tarde, cerca del ... mediodía, las campanas llamarán a misa. Pero ahora solo se oye el ladrido de algún perro a lo lejos, el cacareo de un gallo y el chiflo del afilador. Cuando llega a las calles del pueblo el afilador es como si el tiempo no hubiese pasado. Recuerda a los años 60 del siglo pasado. Dentro de casa está este tiempo de ahora y el tic tac del reloj. Dentro de casa está el presente. Pero fuera, cuando este domingo se escucha el chiflo del afilador, está el pasado. Un pasado en el que habita siempre el otoño. El otoño es el tiempo de la melancolía. Afuera es noviembre y suena el pasado en el nostálgico chiflo del afilador. Un pasado que llega rodando, lento y cansado en las ruedas de la bicicleta del afilador. Oyendo el chiflo del afilador en el silencio del domingo, no existe el presente. Solo existe un otoño de la infancia con acacias y pájaros. Un olivar bajo las estrellas de la madrugada. Un cementerio con cipreses afiliados. El tintineo de la campana del carro de la basura. Las gafas de culo de vaso de Oti, el barrendero. 'La Muda', que pedía sin voz, una limosna, por caridad. Orozco, una especie de mendigo, sucio y con mocos que asustaba a los niños de la catequesis... Cuando suena el chiflo del afilador, pasan hombres en bicicletas hacia su trabajo, y carretas de bueyes, y el carro del trapero, y los primeros Citroën 2 CV, y alguna DKW antigua, y los últimos Ford, altos y negros, con insectos estrellados en el radiador.
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