Hemos empezado a ver la cara oscura de novedades que en principio parecían buenas: los móviles en las aulas, los paneles solares en campos que ... habían sido siempre de cultivo, y ahora el turismo que azota no sólo a nuestro país, sino a casi todos los del mundo. El capitalismo se ha vuelto trashumante. De pronto, todo el que gana un sueldo quiere gastarlo viajando. Sin embargo, el turista de 2025 es un turista de parque temático. La aventura es ya imposible en el mundo. Para vivir aventuras hay que ser o Sandokán, o Elon Musk: la aventura de no montarse en sus propios cohetes. Ahora el turista es de chiringuito, y lo es porque sólo tiene dinero, no porque necesite conocer mundo, o buscar la flor azul de Enrique de Ofterdingen. Quien va a Machu Picchu lo hace para hacerse la foto, igual que el japonés que viene a ver la Sagrada Familia. El turista vive en Instagram, o en Facebook, y las conversaciones que establece con el mundo son para dilucidar si los demás, y él mismo, presumen de lo que carecen.
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Ya no tenemos cultura para comprender lo que vemos, así que sólo vamos a verlo, a hacerle fotos, a meter nuestra memoria en un disco duro que nunca consultaremos, porque no tenemos tiempo, igual que no lo tenemos para leer, o para descubrir el significado de lo que es viajar. Los grandes cruceros que atracan en los fiordos noruegos, o en la isla de Íos, no van llenos de gente que quiera adentrarse en la soledad de los tiempos antiguos, o visitar la tumba de Homero. Van a no hacer nada, a que se lo den todo hecho, a tomar cervezas a cincuenta metros sobre la superficie del mar, porque tomarlas a pie de playa es de pobres. El turismo que padecemos nos está quitando nuestra forma de vivir, además de echarnos de los centros de las ciudades. Es un turismo diseñado por los lobbys del despilfarro, que son cadenas de montaje en las que la cultura, que debería ser el gran acontecimiento de cualquier viaje, se ha convertido en lo único que desprecia el que tiene dinero, porque la cultura es inasequible.
El turismo actual, que llega en forma de plaga, como la langosta a las llanuras del Sahel, es producto de una falta de diálogo entre el hombre y los lugares que visita. En todos esos lugares, que antes tenían su carácter, su magia, ahora se montan los mismos hotelazos, las mismas contraseñas compartidas y el mismo perfil que adoptan todos los que pasan por ellos, arracimados y exhaustos. La masificación supone una pérdida de esas experiencias que antes valían para quienes las vivían. Muchos turistas van a Estambul para refugiarse en el McDonald's. La inmensidad del mundo en que vivimos nos ha recluido en una celda de cuatro metros cuadrados, la misma que tenemos cuando estamos trabajando. Creo que no hay escapatoria: el dinero ha creado una esclavitud multitudinaria que hay que aceptar. Habría que despertar de esta pesadilla, y descubrir que la única aventura posible es con un libro en la mano. Sólo así podremos luchar contra pulpos gigantes, como el capitán Nemo. Renunciar a la cerveza y al pincho de tortilla. Eso sí que sería una aventura.
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