Sexo y comportamiento
Son los cuerpos (sexys) de las hembras humanas los que son referidos por sus congéneres en las revistas de sociedad y tertulias televisivas, mientras que de los machos se resaltan otras características. Da la impresión de que son las hembras las que compiten por los machos, que se reservarían así la capacidad de mostrarse exigentes
Opinar en nuestros días sobre conceptos tales como sexo y género se ha convertido en un asunto comprometido o, incluso, imprudente, ya que las tensiones ... que generan los debates inherentes al tema no invitan precisamente a participar en los mismos. Al margen de los fundamentalismos irredentos, una buena parte de estas tensiones proviene de la confusión que ambos términos suscitan en la población en general e incluso en sus apóstoles y misioneros más significados, generalmente políticas y políticos (y adláteres). Creo, sin embargo, en la conveniencia, si es que no la obligación moral, de que cualquier persona exprese sus ideas al respecto (aún sin ser expertos, como el que suscribe), especialmente si está poseído por la lógica que ha practicado en su profesión. Mejor aún, si carece de adscripción ideológica, al menos remunerada o subvencionada de facto, que pudiera hacer peligrar su perseguida objetividad.
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Desde sus humildes orígenes, los Sapiens se han interesado por su propia reproducción y la de los seres vivos que le rodeaban. En nuestro linaje eucariota (algas, hongos, protozoos plantas y animales) la reproducción sexual, basada en la existencia de dos sexos, macho y hembra, se inventó hace unos 2.000 millones de años, y es indudable que la innovación tuvo éxito, a juzgar por su distribución casi universal. Como cualquier otra característica compleja, el sexo ha evolucionado por múltiples derroteros, contribuyendo siempre a la producción del mayor número de descendientes viables posibles. Las nuevas combinaciones genéticas que surgen en cada generación son inevitablemente enjuiciadas por la selección natural.
La división de los individuos en dos sexos deriva del tipo de célula germinal que produce cada individuo. En la mayoría de las especies existentes en la naturaleza, especialmente en mamíferos, los rasgos biológicos de cada sexo están basados en diferencias genéticas codificadas en los cromosomas sexuales, típicamente XY y XX, únicas diferencias entre los zigotos macho y hembra respectivamente al comienzo de la vida. Son los cromosomas sexuales los que hacen que el embrión genere ovarios (XX) o testículos (XY), que a su vez especifican tanto la clase de célula germinal (óvulos o espermatozoides) como el tipo y nivel de hormonas testiculares y ováricas que serán producidas. Los genes de los cromosomas sexuales y las hormonas gonadales influencian casi cada tejido del cuerpo del individuo, causando diferencias en su desarrollo y función, y son responsables de los rasgos sexuales, tales como la anatomía genital, tamaño corporal y algunas conductas.
La diversificación impuesta por la evolución hace que en biología las cosas tiendan a ser complejas. De ahí la extrema variabilidad fenotípica de los propios seres vivos en los que cada individuo es diferente de cualquier otro. Y el sexo no podía escapar a esta norma. El alto número de genes específicos del sexo y sus intrincadas interacciones durante el desarrollo, en combinatorias prácticamente ilimitadas, conducen a la variabilidad entre individuos del mismo sexo relativas a sus órganos y rasgos sexuales, así como a sus conductas y performances reproductivas. Pero un individuo dado, produce bien espermatozoides o bien óvulos. No existe inter-sexo a este respecto. Los sopapos que propinaba la boxeadora argelina XY a sus rivales olímpicas XX ilustran las consecuencias de sustituir la biología por el buenismo progresista.
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La evolución biológica ha creado conflictos de intereses entre ambos sexos, manifestados en las funciones de cada uno de ellos en los procesos reproductivos y de crianza. Ello ha conducido a la consiguiente implementación de las estrategias reproductivas que observamos en el mundo animal (monogamia, poligamia, harenes, promiscuidad, etc). En general, en la naturaleza, los machos son más promiscuos y pronos a malgastar sus espermatozoides, que son producidos en una cantidad prácticamente ilimitada. Las hembras, por su parte, no pueden permitirse comprometer aleatoriamente los escasos óvulos que producen a ritmo lento, y han desarrollado estrategias para implicar al macho en la crianza de la prole. Estrategias que son adaptativas y que, dentro de cada especie, se mantienen más o menos estables a lo largo de las generaciones.
Una de las innovaciones evolutivas que ha cooperado al éxito reproductivo ha sido el dimorfismo sexual, manifestado en las diferencias morfológicas entre los machos y las hembras de múltiples especies, hasta el punto de que, en algunas de ellas, difieren más entre sí que lo que cada uno de ellos lo hace con miembros del mismo sexo de especies cercanas. Estas adaptaciones incluyen ostentosos atractivos sexuales que ayudan a los machos a competir por la posesión de las hembras, a las que la evolución ha reservado la potestad de seleccionar a los pretendientes. El mundo animal actual es pródigo en ejemplos, especialmente en las aves y los mamíferos. Los impresionantes plumajes de algunas aves solo se explican como consecuencia de la predilección de las hembras por los machos que más bellos colores exhibían ¿Existe algo parecido en humanos? Podría ser, pero a la inversa. Nuestras hembras parecen haber adquirido rasgos sexuales secundarios tanto naturales como protésicos capaces de coadyuvar el deseo sexual natural del macho, lo que las ha otorgado un papel más activo en la selección sexual a nivel biológico y social. Efectivamente, no pocos biólogos del comportamiento han advertido que los equivalentes a los atributos masculinos antes señalados son lucidos por las hembras humanas en forma de maquillaje, uñas y pestañas postizas, peinados primorosos, etc. Son los cuerpos (sexys) de las hembras humanas los que son referidos por sus congéneres en las revistas de sociedad y tertulias televisivas, mientras que de los machos suelen resaltarse otras características. Da la impresión de que son las hembras las que compiten por los machos, que se reservarían así la capacidad de mostrarse exigentes. Si esta fuera la situación real, parece probable que las culturas y las ideologías que cobijan estas conductas hayan trabajado sobre rasgos biológicos preexistentes retroalimentándolos y complicándolos hasta alcanzar la situación actual. Situación inédita en el mundo animal que, como todo lo humano, merece una reflexión particular.
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