Ni víctimas ni amenazas: redefinir la infancia migrante
Tribuna ·
Los menores no acompañados han madurado a la fuerza, enfrentándose a contextos violentos y a condiciones socioeconómicas extremas y han tomado decisiones difíciles con la esperanza de encontrar seguridad y oportunidadesEn un mundo donde la certidumbre se ha desvanecido, los menores migrantes no acompañados se han convertido en protagonistas inesperados, desafiando nuestras concepciones sobre la ... infancia y la migración. La crisis climática, los conflictos interminables y el colapso económico configuran un panorama que los sociólogos llaman «post-normalidad»: una era de incertidumbre constante, donde lo improbable se convierte en lo cotidiano y las respuestas antiguas se muestran insuficientes. En medio de este caos, las vidas de estos niños nos obligan a mirar más allá de los prejuicios y estereotipos.
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Las cifras del Ministerio del Interior no dejan lugar a dudas: en 2023, el número de personas migrantes que llegaron a España de manera irregular aumentó un 82%, pasando de 31.219 en 2022 a 56.852. De este total, más de 5.000 eran menores de 18 años, lo que representa un aumento del 117% respecto al año anterior. Sin embargo, detrás de estas estadísticas frías y contundentes se esconden miles de historias de vida.
Así ocurre en la serie 'Dieciocho', una ventana a esta realidad, que arroja luz sobre experiencias que suelen quedar invisibles en el debate público. A través de la historia de Moha, un joven que dejó Marruecos en busca de algo más que un techo donde dormir, y de Cèlia, una adolescente española con sus propias luchas internas, la serie muestra cómo un simple encuentro en la cocina de un comedor social desmantela los clichés más arraigados. Es en este espacio íntimo donde surge la chispa del contacto humano, iluminando la soledad y el aislamiento que marcan la vida de muchos menores migrantes. 'Dieciocho' nos enfrenta a nuestras contradicciones: defendemos los derechos de la infancia, pero al mismo tiempo levantamos barreras cuando esos derechos nos obligan a cuestionar nuestras políticas migratorias.
Mientras, el debate político y mediático simplifica esta realidad a dos extremos. Por un lado, los discursos de odio presentan a estos menores como una amenaza; por otro, una visión paternalista los reduce a víctimas indefensas. Pero ambas perspectivas nos impiden ver la verdad: estos menores no encajan en nuestra idea convencional de la infancia. Han vivido procesos de maduración forzada, enfrentándose a contextos violentos y a condiciones socioeconómicas extremas. Han tomado decisiones difíciles, como cruzar desiertos o enfrentarse a traficantes de personas, decisiones que muchos adultos no se atreverían a tomar. Negarles esta capacidad de decisión es menospreciar la fuerza y valentía que han demostrado. Sí, son menores, pero también son supervivientes que han huido de sus países con la esperanza de encontrar seguridad y oportunidades. Pero el peligro no termina al llegar a su destino; es solo el inicio de una nueva batalla contra la discriminación, la precariedad y la indiferencia de una sociedad que a menudo prefiere ignorarlos.
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Nuestra respuesta a estos men
No son problemas por resolver ni casos de caridad que atender. Son oportunidades para crecer como sociedad
ores refleja una profunda incapacidad para aceptar la incertidumbre del mundo actual. Nos aferramos a una nostalgia por la estabilidad perdida, atrapados en un ciclo de miedo alimentado por la política y la desinformación. No basta con rechazar los discursos de odio que los presentan como una amenaza, ni con adoptar una actitud paternalista que los coloca como víctimas pasivas. Ambos enfoques perpetúan un abismo entre 'nosotros' y 'ellos', concediendo a lo autóctono una falsa legitimidad y superioridad moral frente a lo foráneo. Necesitamos construir un marco narrativo más justo, que reconozca la complejidad de estas historias y vea la diversidad como una fortaleza.
Por eso, en el Día Mundial de la Infancia, no podemos conformarnos con gestos simbólicos y declaraciones vacías. Este día debe ser una llamada a la acción, una oportunidad para repensar nuestras políticas y actitudes hacia estos menores. No son problemas por resolver ni casos de caridad que atender. Son oportunidades para crecer como sociedad, para cuestionar nuestras ideas preconcebidas sobre justicia social y democracia. Debemos preguntarnos si estamos dispuestos a construir una comunidad que sepa manejar la incertidumbre, que acepte la diversidad y no recurra al miedo como respuesta automática.
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La presencia de menores migrantes no acompañados en nuestras ciudades y pueblos no es simplemente una cuestión migratoria. Es un recordatorio de que el mundo está cambiando y que nuestras viejas categorías ya no bastan. Estos menores nos desafían a reconsiderar nuestra idea de ciudadanía y de pertenencia. No se trata solo de acogerlos, se trata de aprender a integrarnos nosotros mismos en un mundo que es diverso, impredecible y lleno de nuevas posibilidades.
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