La 30º cumbre del clima que comienza hoy oficialmente en Belém (Brasil) medirá, en este contexto histórico, no solo cómo evoluciona el compromiso de los ... países concernidos en la lucha contra una emergencia global que no retrocede porque no lo hace –antes al contrario– el calentamiento del planeta. También permitirá calibrar, en vísperas de que este diciembre se cumpla el décimo aniversario del emblemático Acuerdo de París, un duelo sobrevenido: el que libran aquellos estados cuyos gobiernos otorgan credibilidad a los dictámenes científicos y han introducido en sus programas el combate contra la crisis climática y aquellos otros, encarnados ahora por los Estados Unidos de Donald Trump, que abrazan un negacionismo de consecuencias nefastas pero también capaz de seducir a sectores sociales dispares. Poco puede hacerse ante el escepticismo de quienes, por convicción, por interés o por irresponsabilidad, se elevan como un muro impertérrito frente a los estragos del sostenido deterioro medioambiental. Pero está aflorando un rechazo hacia las políticas verdes que encuentra su caldo de cultivo en la ciudadanía que se siente excluida del debate e incluso castigada por el impacto socioeconómico de esa estrategia. Y es preciso rebatir con pedagogía y medidas la identificación de la agenda climática como algo propio de las élites.
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