Con una media y un calcetín
Miles de personas que se declaran ecologistas, animalistas, progresistas dejan sus convicciones a un lado cada 7 de julio para enfundarse el traje de pamplonica
Hace ya tiempo que llegué a la conclusión de que san Fermín constituye una de las cumbres de la hipocresía en este país. Durante esta ... festividad, miles de personas que se declaran ecologistas, animalistas, progresistas (y otros muchos adjetivos terminados en -ista) dejan sus convicciones a un lado cada 7 de julio para enfundarse el traje de pamplonica y poner rumbo a la capital navarra. Desconozco cuántos de esos individuos que por estas fechas lucen el pañuelo rojo en instagram habrán protagonizado también manifestaciones antitaurinas, pero sí me atrevería a afirmar que la mayoría se ha pronunciado más de una vez en favor de los derechos de los animales.
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¿Por qué entonces acudir a una celebración como esta y, además, presumir de ello en redes sociales? Según mi experiencia, la excusa predilecta es que los Sanfermines no son solo los encierros, sino también la fiesta desenfrenada. Así que, después de todo, resulta que el motivo de que tanta gente se olvide de sus convicciones es, una vez más, el dichoso botellón. Supongo que si simplificamos la ecuación y nos olvidamos de que sin los encierros no habría celebración alguna, irse unos días a Pamplona a beber con los amigos no tiene por qué atentar contra el bienestar de ningún animal (o persona); pero aún así no puedo evitar pensar que, para hacer botellón, quizá no sea necesario viajar cientos de kilómetros ni promover unas fiestas cuya premisa es incompatible con cualquiera de las ideas antes mencionados.
Recuerdo la genial frase de Groucho Marx, «estos son mis principios, pero si no le gustan, tengo otros» (que en su momento me pareció de lo más hilarante), porque en días como estos aprecio con más claridad la triste verdad que encierra. San Fermín es solo la punta del iceberg. Recordemos que, pese a lo concienciados que estamos sobre la salud mental, hay quienes aprovechan la más mínima ocasión para criticar el físico o la vida privada de los demás; que hablamos de respeto y empatía, pero se normaliza que cada año los universitarios reciban a los nuevos estudiantes a base de romperles huevos en la cabeza, entre otros tratos vejatorios; o que por más ecologistas que nos proclamemos, lo cierto y verdad es que las calles de Pamplona han amanecido toda la semana convertidas en un vertedero (daños colaterales del botellón que tanto veneramos). Ejemplos todos que darían para otro artículo y que ilustran cómo nuestros intereses personales a veces consiguen situarse por encima de todo lo demás.
En fin, la verdad es que la excusa podría ser cualquiera: que la fiesta fomenta el turismo; que mientras no acudas a las corridas no las promueves; o que las tradiciones están para respetarlas (las que nos convengan, claro). Uno puede elegir de este catálogo la que estime más oportuna para mantener la conciencia tranquila mientras conduce a los toros hasta la plaza donde después se verán las caras con sus verdugos. No importa el cómo, pero «a Pamplona hemos de ir con una media y un calcetín».
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