Tribuna

¿Y si los iberoamericanos nos uniéramos?

¿Qué ocurriría si esta comunidad dispersa decidiera actuar unida, con una visión geopolítica común en momentos como los actuales de tanta incertidumbre y conflictos? Lo que tendríamos no sería solo una unión cultural, sino una de las potencias económicas y diplomáticas más relevantes del planeta

Camino Limia

Ganadera de raza merina y exconsejera de Gestión Forestal y Mundo Rural de la Junta de Extremadura

Viernes, 27 de junio 2025, 22:37

La Leyenda Negra de la historia de España en América, tan difundida por ingleses, franceses, criollos y españoles, aún contando hechos ciertos, exageró desmedidamente los ... abusos de la colonización española en América. Aún hoy el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, o el expresidente de México Andrés Manuel López Obrador insisten en ello. Evidentemente que se cometieron errores, pero también logros como el mestizaje (único en el mundo a tal escala) y las leyes protectoras de los nativos, en el contexto histórico que no puede interpretarse con los parámetros del siglo XXI, como así reconocen historiadores de ambos lados del Atlántico.

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Pues bien, la historia que muchos usan torticeramente como herramienta para dividir no va a conseguir quebrar lo que el idioma, la cultura y el corazón han mantenido unidos. Hoy, más de 520 millones de personas en el mundo comparten el idioma español. Si sumamos a los lusoparlantes –con Brasil como gigante suramericano– hablamos de una comunidad con más de 800 millones (el doble que Estados Unidos y 350 millones más que la Unión Europa). ¿Qué ocurriría si esta comunidad dispersa –desde México hasta Argentina, desde España hasta Guinea Ecuatorial– decidiera actuar unida, con una visión geopolítica común en momentos como los actuales de tanta incertidumbre y conflictos?

Lo que tendríamos no sería solo una unión cultural, sino una de las potencias económicas y diplomáticas más relevantes del planeta. El producto interior bruto conjunto superaría los seis billones de dólares, con vastas reservas de recursos naturales estratégicos: litio en el triángulo suramericano (Argentina, Bolivia, Chile), petróleo y gas en México, Venezuela y Argentina, agroindustria de exportación en el Cono Sur, y las mayores reservas de agua dulce del mundo. Una población joven, creativa y culturalmente alineada sería la base de un mercado interno de escala continental, con ventajas tecnológicas y comerciales extraordinarias.

El verdadero punto de apalancamiento geopolítico intercontinental lo daría la participación activa de España y Portugal. Su posición dentro de la Unión Europea y la OTAN ofrece acceso directo a centros de poder global que ningún país en Iberoamérica tiene hoy por sí solo.

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A pesar de la dirección errática eventual de nuestra política nacional, no podemos negar el potencial estructural de España –infraestructura, tejido empresarial, redes de influencia, idioma, proyección global– sigue intacto. Lo que se necesita hoy es una visión que supere al cortoplacismo partidista y recupere el lugar natural de España como punto de anclaje y puente entre Europa e Iberoamérica.

La fuerza cultural del mundo hispano ya está demostrada: la música urbana domina el mercado global, el fútbol es religión internacional, y el idioma español (tercero del mundo) continúa creciendo a ritmo sostenido. Pero este poder simbólico necesita estrategia. Sin unidad política, sin integración económica y sin un marco diplomático común, todo este capital cultural se diluye en favor de otros.

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Sí, hay diferencias ideológicas entre países, hay heridas abiertas con respecto al pasado colonial, y hay desconfianzas que no se borran con discursos. Pero si no salimos de ese ciclo de resentimiento y dispersión, seguiremos siendo meros proveedores de materias primas, mano de obra barata y entretenimiento para otros. Nunca protagonistas de nuestro propio destino.

La integración iberoamericana del siglo XXI no necesita caudillos ni discursos nostálgicos. Necesita instituciones sólidas, cooperación real, liderazgo serio y objetivos comunes. Una comunidad de naciones soberanas que se reconozcan como parte de una civilización compartida, con intereses que van más allá del orgullo nacional.

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¿Y si dejáramos de mirarnos con recelo y empezáramos a construir una estrategia inteligente? Tal vez el sueño de una potencia iberoamericana no sea una fantasía romántica, sino la oportunidad histórica que estamos dejando pasar por seguir entregando nuestro futuro a quienes solo piensan en sobrevivir políticamente a costa del enfrentamiento permanente, interno y con el exterior.

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