Opinión

Trabajo penoso

El zurdo ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 22 de septiembre 2024, 07:49

Para Karl Marx el trabajo en las sociedades capitalistas es alienante. Según el filósofo alemán, el trabajador no recoge el valor de lo que produce, ... es decir, la plusvalía, y esta explotación lo priva de sus herramientas artesanales. El trabajador, en consecuencia, siente que su trabajo no le pertenece. Esta es la alienación económica que genera alienación política y que se puede sintetizar en la cita: «Somos esclavos de trabajos que odiamos, para poder comprar cosas que en realidad no necesitamos».

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Por su parte, Michel Foucault considera que alienación es sinónimo de enfermedad mental. Para el pensador francés, el alienado se siente a sí mismo como un extraño, siente que ha perdido su libertad, su voluntad y su pensamiento. Esta alienación psicológica no es más que la consecuencia de las contradicciones sociales mismas en las que el hombre está históricamente alienado. Estas mismas contradicciones de la sociedad burguesa constituyen la alienación social.

Las estadísticas vienen a dar la razón a ambos. El número de bajas laborales relacionadas con la salud mental no ha cesado de aumentar desde la pandemia de covid. Este diario publicaba el pasado lunes que el Ministerio de Seguridad Social registró el año pasado la cifra récord de 600.814 incapacidades temporales por «trastornos mentales y de comportamiento», el triple que hace cinco años. Y este 2024 va camino de batir esa plusmarca, pues solo en el primer semestre los médicos españoles dieron 337.362 bajas laborales relacionadas con la salud mental, un dato que supone un 10% más que en el mismo periodo de 2023 y que ya supera al total anual alcanzado en 2016 y 2017. Mas, con ser ya preocupantes, estas estadísticas pueden quedarse cortas, pues los expertos consideran que «infraestiman el número real».

Estas cifras nos están advirtiendo de que las contradicciones que detectó Marx en el capitalismo, lejos de resolverse, se han agudizado. El capitalismo industrial decimonónico ha dado paso a un turbocapitalismo que ha acelerado nuestras vidas hasta hacerlas insostenibles. Y eso incluye al trabajo, que cada vez es más exigente y hay que ejecutarlo al esprint. O dicho de otro modo: cada vez hay que hacer más cosas en menos tiempo.

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A ello se suma que las nuevas tecnologías, aunque han traído beneficios, como el teletrabajo, también ha contribuido a difuminar la frontera entre el tiempo laboral y el de ocio y descanso, al dificultar la desconexión entre uno y otro.

Todo ello ha multiplicado los casos de estrés, ansiedad, trastornos del sueño, depresión o síndrome del trabajador quemado ('burnout'). Eso refleja que en nuestra sociedad del rendimiento y el cansancio, como la ha bautizado el filósofo Byung-Chul Han, para un creciente número de trabajadores el trabajo no es un oficio, sino un suplicio, es decir, mantiene su sentido etimológico: trabajo deriva del término latino vulgar 'tripaliāre', que significa 'torturar', que a su vez deriva de 'tripalium' (instrumento de tortura compuesto de tres maderos). Así, más que un modo de vida, es un medio para ganarse la vida, lo que el sociólogo John Holloway llama «trabajo abstracto», que antepone al «hacer útil creativo». El primero es alienante y el segundo es liberador. El primero cosifica al trabajador, lo deshumaniza, y el segundo da sentido a su existencia, construye su identidad. El primero se realiza por obligación; el segundo, por vocación. Sin embargo, el segundo no interesa al capitalismo porque tiene valor pero no precio.

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