El tiempo es oro. Bien lo saben Google, Meta, Microsoft, Apple, Amazon, el chino ByteDance (creador de TikTok) o Elon Musk, el propietario de la ... red social X (antigua Twitter), quien no desentonaría como archivillano en la saga de James Bond. Por ello, todos ellos codician nuestro tiempo y se afanan por robárnoslo. Con ese espurio fin, bombardean nuestras pantallas con contenidos basura que captan nuestra atención hasta abducirnos, porque cuanto más pegados estemos al móvil, la 'tablet' o el ordenador más datos recopilan sobre nuestros gustos y disgustos, pensamientos y sentimientos, filias y fobias. Y cuanto más saben de nosotros, más platos precocinados acordes a nuestras preferencias nos sirven para mantenernos enganchados. Todo ello se traduce, por supuesto, en dinero para ellos vía ingresos publicitarios o venta de nuestros datos al mejor postor, sea privado o público.
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Dichos contenidos basura los devoramos con insaciable deleite como una hamburguesa o una pizza porque son adictivos y gratis. Es la razón de que sea tan complicado competir con ellos para los medios de comunicación prestigiosos, esos que, cual restaurantes de postín, sirven información de calidad, más elaborada y saludable, pero que lleva más tiempo procesarla y es menos adictiva y más cara. De resultas, cuanto más consumimos esos contenidos basura e instantáneos, más queremos, para perjuicio de nuestra memoria, concentración y salud mental. Lo estamos viendo, sobre todo entre los más jóvenes. De ahí, por ejemplo, que la Comisión Europea haya anunciado que investigará a TikTok por no proteger a los menores de su diseño adictivo.
Con todo, tal es el poder de los grandes emporios tecnológicos que siempre hallan un resquicio legal o nuevas maneras de hacerse con nuestros datos. Ahora lo último de lo último es lograr nuestros datos biométricos, como la voz, las huellas dactilares o el iris del ojo, por ser puerta de entrada al resto de nuestra información personal. De hecho, en los últimos días hemos visto colas de jovenzuelos vendiendo su iris por un puñado de criptomonedas. «Cuando eres mileurista, todo te conviene», se justifican algunos. La precariedad los hace vulnerables a los Shylock del siglo XXI.
La gran paradoja es que el exceso de información genera desinformación. «Cuanto más sepa una civilización, más cerca estará de la ignorancia y del vacío», afirma el protagonista de 'El profesor A. Dońda', del polaco Stanislaw Lem. En ella, el tal Affidavit Dońda, un científico con mala reputación, predice con acierto el colapso informático del mundo saturado por la sobreabundancia de información. La moraleja de esta fábula distópica y satírica, publicada en 1973, recobra hoy más vigencia que nunca. El temido efecto 2000, ¿recuerdan?, fue un aviso.
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No obstante, creo que más que el sistema informático mundial lo que está al borde del colapso por saturación informativa es nuestra consciencia colectiva y nuestra conciencia social, porque el abuso de las nuevas tecnologías de la información favorece el desarrollo de lo que el filósofo francés Éric Sadin llama el individuo-tirano. Como explica Johann Hari, autor de 'El valor de la atención', la democracia es una forma de atención colectiva sostenida, «y no es coincidencia que estemos teniendo la mayor crisis de la democracia en el mundo desde 1930 al mismo tiempo que tenemos esta crisis de atención individual», porque «una población que no puede prestar atención y pensar profundamente no puede ser, a largo plazo, una democracia».
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