La noche de Reyes, seguramente, uno de los regalos recibidos por más niños y adolescentes ha sido un teléfono móvil, que ejerce sobre ellos un ... embrujo similar al de la bola de cristal que daba título a un programa infantil mítico y cuya sintonía, cantada por Alaska, tiene una letra que se me antoja hoy premonitoria, porque parece hablar de mismísimo artefacto que hipnotiza a nuestros hijos: «Te sientas enfrente y es como el cine / todo lo controla, es un alucine / es como un ordenador personal / es la Bola de Cristal».
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Como reza el pegadizo estribillo de este himno de mi infancia, «qué tiene esta bola que a todo el mundo le mola», en la que «se ve todo como muy real». Y es que el móvil es el soma de las nuevas generaciones, esa droga consumida por la gente en 'Un mundo feliz' (1932), la novela distópica de Aldous Huxley, cada vez que está deprimida para evadirse. Una droga «agradablemente alucinante» a la que se tiene acceso sin ningún control. Es más, el sistema fordiano que describe Huxley fomenta su consumo para controlar mejor a la población.
Al igual que el soma, el abuso del móvil y las tecnologías abole la voluntad y el pensamiento crítico de nuestros menores, al fomentar en ellos el gusto por lo banal y lo vulgar y el culto a la ignorancia, del que los nacionalpopulismos han hecho bandera disfrazándolo de antiintelectualismo.
Como explica en una entrevista con 'El País' el estadounidense Joe Clement, profesor de secundaria y coautor de 'Screen Schooled' ('Educado en la pantalla'), «la tecnología asesina la curiosidad», porque ya no tienes que pensar, y genera adicción. «Cuando lees en tu teléfono todo el tiempo, entrenas tu cerebro para leer solo dos o tres frases y tu cerebro necesita luego una nueva estimulación. Cuando intentas reenfocarte, olvidaste dónde estabas y el contexto. Así que no estás entendiendo el significado completo de lo que lees», diagnostica.
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Este efecto es similar al que provoca otra herramienta de control en 'Un mundo feliz', la hipnopedia, consistente en insuflar opiniones e ideas a los ciudadanos durante las horas de sueño desde niños, a base de repetirles frases cortas que memorizan como papagayos, sin comprenderlas, con el fin de estandarizar su personalidad y volverla conformista. No obstante, la diferencia es que las pantallas ejercen ese efecto embrutecedor y homogeneizador causando insomnio, amén de sedentarismo y problemas de salud mental. Y lo preocupante es que esos problemas no paran de aumentar porque los niños tienen acceso a las pantallas a edades cada vez más tempranas. Según el INE, en España siete de cada diez menores entre 10 y 15 años tienen móvil y el 95,1% de los de esa edad utilizan internet. A ello se suma que cada vez pasan más horas enganchados. Según el informe GEM 2023 de la Unesco, desde 2010 se ha duplicado el tiempo diario que los adolescentes pasan conectados en España, Francia e Italia.
El que las pantallas sean tan adictivas tiene su razón de ser en que cuánto más se engancha la gente, más rastro deja de datos personales con su actividad 'online', datos que sus recopiladores (públicos y privados) utilizan como método de control o venden al mejor postor. De ahí que se incentive su uso. Como concluye Huxley en 'Un mundo feliz': «Una dictadura perfecta tendría apariencia de democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos amarían la servidumbre».
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