Hoy puede ser un gran día, tan grande como el 11 de julio de 2010. Si entonces la España de Iniesta «de mi vida» ganó ... el primer mundial de fútbol masculino, hoy puede alzarse con el primero femenino la España de Alexia Putellas, Aitana Bonmatí, Jennifer Hermoso, Salma Paralluelo o Irene Paredes.
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Ni los más optimistas esperaban que la selección del cuestionado Jorge Vilda llegara tan lejos. El enfrentamiento previo, tras la eliminación en cuartos de final ante Inglaterra en la Eurocopa del año pasado, entre una quincena de jugadoras con el seleccionador y la Real Federación Española de Fútbol no hacía presagiar nada bueno. Las aguas volvieron a su cauce en primavera, cuando varias de las rebeldes enterraron el hacha de guerra y se declararon convocables. Iniciado el Mundial de Australia y Nueva Zelanda, todo ha ido fluido, y las nuestras, porque yo al menos las siento como nuestras, hoy pueden cobrarse la revancha frente a las temibles inglesas y coronarse reinas del mundo. Con todo, pase lo que pase en la final, ya han triunfado.
Han triunfado no solo por sus éxitos deportivos; tampoco solo porque han logrado hacer popular y mediático un deporte, el fútbol femenino, que hasta antier, como quien dice, era casi marginal y hasta mal visto por los 'biempensantes', pues, como decía la veterana central Irene Paredes ayer, se les hacía sentir que el fútbol no era su lugar. Han triunfado también y sobre todo porque son un referente, un ejemplo de que ya no hay techo de cristal que se les resista a las mujeres y un símbolo de que la revolución de las revoluciones del siglo XXI, la feminista, avanza imparable, aunque a veces sea a trompicones, teniendo aún que burlar múltiples obstáculos e incluso divisiones internas, como las causadas por leyes como la trans o la llamada del 'solo sí es sí' en nuestro país. Sin olvidar que aún debe afrontar serios riesgos como el vendaval reaccionario que amenaza con cercenar sus derechos, esos que tanta sangre, sudor, lágrimas les ha costado. Porque, aunque silente, esta revolución es también cruenta, si bien las víctimas son siempre las mismas, ellas.
No obstante, pese a lo mucho avanzado, todavía queda mucho camino por recorrer hasta la igualdad real, y no solo legal, entre hombres y mujeres. Ellas aún cobran de media menos que los hombres. Ellas aún se ven obligadas más que ellos a trabajar a tiempo parcial, pedir excedencias o sacrificar sus carreras profesionales para cuidar de hijos y familiares. Ellas aún dedican más horas que ellos a las tareas domésticas. Ellas aún no se pueden sentir seguras al pasear solas de noche por la calle. Ellas aún no solo son víctimas de macromachismos, sino también de los micro, más invisibles y sutiles. Botón de muestra han sido unas declaraciones del presidente de la FIFA, Gianni Infantino, en las que soltó que las mujeres que «eligen las peleas correctas» pueden «convencernos a los hombres de lo que tenemos que hacer» para lograr avances. «Con los hombres, con la FIFA, encontrarás puertas abiertas. Simplemente empuja las puertas», remató. No tardaron en lloverle los zascas. «Llevamos décadas luchando contra este tipo de tonterías», le replicó en redes sociales Jacqueline Annel, popular comentarista de Sky Sport.
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En definitiva, ellas aún deben rayar la excelencia para triunfar y romper techos de cristal. Por ello, tiene razón mi compañero de faena Pablo Calvo cuando dice con ironía que habrá verdadera igualdad de género cuando una mujer mediocre sea presidenta del Gobierno, porque nos sobran los ejemplos de machitos con más tachas que dotes que han blandido el bastón de mando con más pena y pene que gloria.
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