Hoy se cumplen 78 años del bombardeo atómico sobre Hiroshima. El 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó sobre la ciudad japonesa la bomba ... bautizada con terrorífica ironía como 'Little Boy', equivalente a 13 toneladas de TNT. Tres días después, arrojaría otra bomba similar, denominada 'Fat Man', sobre Nagasaki. Se estima en casi 250.000 las muertes causadas por los dos mortíferos artefactos. Seis días después, el 15 de agosto, el imperio nipón anunció su rendición y puso fin a la Segunda Guerra Mundial.
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Esta luctuosa efeméride coincide con la proyección en los cines de 'Oppenheimer', magistral 'biopic' sobre el considerado padre de la bomba atómica dirigido por Cristopher Nolan. La película esta basada en el libro 'Prometeo americano: el triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer', publicado en 2005 y escrito por Kai Bird y Martin J. Sherwin. El título de esta monumental obra, en cuya lectura estoy enfrascado ahora, alude al titán Prometeo, que robó el fuego a los dioses del Olimpo y se lo entregó a los humanos. Pero cuando Zeus se enteró, ordenó a Hefesto que clavara su cuerpo al monte Cáucaso. Allí Prometeo pasó muchos años encadenado y todos los días un águila caía sobre él y le devoraba el hígado, que volvía a crecerle durante la noche.
Los autores presentan al genial y controvertido físico teórico judío como un Prometeo moderno, que tras dar a los hombres un poder divino tal como la capacidad de autodestruirse, fue víctima de la caza de brujas rojas del marcartismo en los años 50 del pasado siglo, en plena Guerra Fría, por sus pasadas amistades comunistas y filiaciones izquierdistas que le llevaron, incluso, a contrubir con dinero a la causa republicana durante la guerra civil española.
Halcones como Lewis Strauss, presidente de la Comisión de Energía Atómica (CEA) estadounidense, no le perdonaron a Oppie, como lo llamaban sus amigos, su oposición a partir de 1949 al desarrollo y uso de armas nucleares, en especial de la bomba de hidrógeno, mucho más potente y letal aún que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
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Oppenheimer llegó a creer que las bombas atómicas lanzadas sobre Japón acabarían con todas las guerras una vez vistos sus devastadores efectos. Pero se equivocó, aunque es cierto que si la Guerra Fría no llegó a ser caliente fue porque las dos superpotencias en liza sabían que ninguna la ganaría, como en las tres en raya, y terminarían destruyéndose mutuamente.
Tras la catástrofe nuclear nipona, el científico americano viviría atormentado por los remordimientos. Su caso evidencia que la neutralidad de la ciencia es un mito y que esta no se puede separar de la ética. Sin embargo, no pocos hombres de ciencia se comportan como el Maestro Pietrochiodo, personaje de la novela fantástica 'El vizconde demediado', de Italo Calvino. Pietrochiodo es un carpintero que construye horcas e instrumentos de tortura los más perfeccionados posibles tratando de no pensar para qué sirven, al igual que los científicos y técnicos de hoy que construyen armas de destrucción masiva o dispositivos 'inteligentes' cuyo destino y mal uso social prefieren ignorar. Su único interés es «hacer bien su oficio», pero, como advierte Calvino, eso no puede bastarles para quedar en paz con su conciencia.
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En 'Ética y ciudadanía', el filósofo FernandoSavater señala la cuestión nuclear: «La verdadera ciencia, la ciencia que podemos llamar una ciencia buena, es la ciencia que toma en cuenta la subjetividad, que toma en cuenta lo razonable y de ahí que se previene contra esa cosa que normalmente oímos decir 'todo lo que pueda hacerse se hará'. Hay muchas cosas que pueden hacerse y no deben hacerse. Hay cosas que racionalmente se pueden hacer aunque no es razonable hacer».
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