Adolezco de la bipolaridad de Sabina: soy bastante pesimista con la cabeza y, sin embargo, tengo un corazón optimista. Por eso, la amnistía del 'procés' ... de marras pactada, parece que al fin, por el PSOE, Junts y ERC me produce sentimientos y pensamientos encontrados.
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Mi cabeza piensa que no bastará para solucionar el sempiterno conflicto catalán; es más, cree que abrirá la espita a nuevas presiones de Puigdemont y compañeros mártires sobre Pedro Sánchez, aprovechándose de su debilidad parlamentaria, con objeto de arrancarle más concesiones como el referéndum. Por ende, no garantizará la estabilidad de la legislatura.
En cambio, mi corazón siente que la amnistía ayudará a apaciguar los ánimos nacionales y nacionalistas, pese al ruido generado por la oposición política y mediática, y permitirá al Ejecutivo pasar de pantalla y centrarse en resolver los problemas que afectan a las cosas de comer.
Pero mi cabeza se pregunta si la amnistía es justa, si no vulnera la igualdad de todos ante la ley. La siempre sensata Manuela Carmena resuelve mis dudas en una reciente entrevista en El Mundo: «La amnistía no quiebra el principio de igualdad. Qué va. (...) Hay un desconocimiento de lo que significa la igualdad. La igualdad significa que, ante las situaciones desiguales, las respuestas tienen que ser desiguales. Si me dijeras que en Galicia ocurrió algo por el estilo a lo sucedido en Cataluña y allí se abordó de un modo distinto, vale. Pero es que lo ocurrido en Cataluña es algo absolutamente excepcional. Y como algo singular no es comparable con nada». Y la exalcaldesa de Madrid añade que en el siglo XIX Concepción Arenal ya valoraba los aspectos positivos y negativos de la amnistía: «Entre los primeros, decía que está para superar cuestiones que políticamente ya no se pueden superar. Entre los aspectos negativos, señalaba que se dejan de cumplir responsabilidades por la comisión de determinados delitos. Habrá que valorar unas cosas y otras».
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Y al intentar valorar unas cosas y otras mi cabeza vuelve a dudar, porque el principal beneficiado, al que se ha hecho un traje a medida para blindarlo ante la justicia española (tanto de sus jueces como de sus justicieros), lejos de arrepentirse, se presenta como víctima y no renuncia a volverlo a hacer. Entonces recuerdo la primera amnistía de la Historia, la decretada por el líder demócrata Trasíbulo en Atenas en el 403 antes de Cristo tras derrocar en un guerra civil a la oligarquía de los Treinta Tiranos. Trasíbulo restauró la democracia y, según nos cuenta el historiador romano Cornelio Nepote, propuso una norma para que nadie fuera acusado ni multado por hechos ya pasados a la que se llamó «ley del olvido». También acordó que nadie debería ser desterrado ni condenado a que se confiscaran sus bienes, excepto los tiranos, que fueron exiliados en Eleusis. Es decir, la amnistía de Trasíbulo no alcanzó a los cabecillas.
Ese tipo de amnistía hubiera dejado fuera a Puigdemont, pero entonces Sánchez no hubiera contado con el apoyo de sus siete diputados. Con todo, mi corazón se agarra a la esperanza de que el presidente hará de la necesidad (parlamentaria) virtud con dicha medida de gracia a la que antes se negaba, porque, como sostiene Borges en su cuento 'Funes el memorioso', «pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer». Mas mi cabeza me dicta que la amnistía no debe ser una amnesia: olvidar diferencias y penas, de acuerdo, pero sin perder la memoria histórica para no repetir errores.
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