Cuando Dios inventó el sudor como método de ganarse el pan se supone que lo hacía en contraposición al Paraíso, donde no era necesario mover ... un músculo para que los árboles proveyesen y las cítaras tañesen música celestial. Con el tiempo y la sabiduría infusa por una manzana, hemos progresado hasta llegar a trabajar ejercitando casi exclusivamente nuestras neuronas –cualquiera lo diría, viendo como va el mundo– en lugar de pasarnos el día cavando la tierra para conseguir sus frutos. Por eso, y por llevar la contraria, el diablo inventó los gimnasios.
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El mundo del gimnasio es tan variado que podríamos extraer un estudio de la condición humana a poco que nos fijásemos en sus acólitos.
Están, por ejemplo, los devotos de los Gym –Fitness, Wellness, Power– que han hecho del ejercicio una doctrina reverencial. Los gimnasios, cuanto más caros mejor, están poblados de cuerpos, eminentemente jóvenes o, al menos, convencidos de serlo en busca de la perfección áurea. Adoradores del santo músculo, visten ropas especialmente diseñadas para cada deporte, van pertrechados de aparatos que controlan sus biorritmos y se mantienen a base de bebidas isotónicas, batidos de proteínas y smoothies. Practican crossfit, pole, barret, cardio... Invierten su tiempo libre –algunos hasta sacrifican horas de sueño– en llevar su cuerpo al límite, con tal de alcanzar el bíceps perfecto y la tableta abdominal planérrima y hay quienes han establecido allí su reino particular donde presumir de lo conseguido y adiestrar a los neófitos.
Y luego estamos quienes, como servidora, se apunta a las escuelas municipales en busca, no ya de la eterna juventud, sino de, al menos, acallar su sedentaria conciencia. Solo hay que fijarse para vernos pulular, especialmente por las mañanas, esterilla al hombro, vestidas, la mayoría, con camisetas promocionales y discretas mallas. En algún pabellón polideportivo o casa de la cultura, nos congregamos una hueste de mujeres –raramente algún hombre, quizás porque tal gineceo le resulta poco testosterónico– rozando, casi todas, la provecta edad y sin otra aspiración que la de movernos un rato y, si acaso, pasar algunas risas al tiempo que intentamos un humilde yoga o pilates.
Mientras una monitora escultural trata de coordinar lo incoordinable, el resto, en lucha con el reuma o la lumbalgia, sin nada ya que demostrar, afrontamos con el mejor humor nuestros fallos, hacemos lo que podemos y asumimos que los michelines, lejos de molestar, ayudan cual almohadilla.
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Con las piernas en alto, tipo calamar relleno, a veces me da por pensar que aquello debe de ser el 'carpe diem'. Esa joven explicándonos cómo conseguir unos glúteos tersos mientras quienes ya dejamos atrás la insolente belleza de la juventud asumimos que la redondez del culo es, seguramente, la última de nuestras preocupaciones. Allí todas somos hermosas: las arrugas son los caminos de la experiencia, las canas, hilos de luz interior y las carnes, terrenos mullidos donde acoger a quien amamos.
Y la tableta de chocolate, mejor, claramente, acompañada de churros.
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