Midiendo las palabras

Egopolítica digital

En el tema del presidente y su antaño fiel escudero, donde se mezclan indiscreción, lenguaje soez y humor chismoso, la cosa empeora cuando aparece la egopolítica

Ana Zafra

Lunes, 19 de mayo 2025, 08:13

Por curiosidad y falta de tiempo suelo apuntar palabras que me resultan nuevas. Posteriormente, intento informarme de su uso para, quizás, incorporarlas a mi vocabulario ... o que, al menos, me sirvan para ganar algún quesito del Trivial. Dicha anotación ha pasado de su ubicación habitual –servilleta de bar o trozo de cartón perdido en un bolsillo– a ese marcapasos vital sin el cual ya no somos nadie: el móvil.

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Hace poco, conocí la palabra «egopolítica». En mi afán investigador saqué el teléfono, la tecleé y tropecé, cómo no, con la tiranía del corrector que, tenaz, se empeñaba en cambiármela. «Ecopolítica», escribía. «Geopolítica», volvía a ofrecer, y así hasta que, letra a letra, comprobé que, finalmente, mi voluntad terminaba imponiéndose a la del aparato.

Resulta que mi labor de prospección filológica ulterior coincidió con la difusión de las conversaciones de wasap entre Pedro Sánchez y Ábalos y, comoquiera que el destino parecía aunar ambos datos, me dio por pensar que «egopolítica» –política del «ego», es decir, de la figura de un político por encima de ideologías y otras mandangas trasnochadas– junto al uso desmedido de la tecnología eran, sin duda, el signo de nuestro tiempo.

Decía la máxima aristotélica que «uno es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras», máxime cuando esas palabras están por escrito «flotando» en un mundo virtual infinitamente replicable y que a saber en manos de quién acabarán cayendo.

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Quien no haya largado cotilleos que tire la primera piedra. Claro que esas cosas mejor en la intimidad y sin wasap por medio. ¿Quién no ha sufrido alguna vez la traición digital del corrector mandando un «salido» en lugar de un saludo? ¿Quién no ha desenfundado la tecla alegremente y ha enviado el mensaje equivocado a la persona errónea? Recuerdo una Navidad en la que un compañero, serio y anodino, mandó al grupo del trabajo una Mamá Noel solo con gorro cuyo recuerdo aún me ruboriza. La borró rápidamente, pero nuestra forma de mirarle ya nunca fue la misma.

En el tema del presi y su antaño fiel escudero, donde se mezclan indiscreción, lenguaje soez y humor chismoso, la cosa empeora cuando aparece la egopolítica –ya he colocado la palabreja–. «El que se mueva no sale en la foto», decía Guerra, «pero sí en el wasap», diría Sánchez, es decir, el que no esté de acuerdo que no me toque los… ideales –creo recordar–. No es delito, pero calificar de pesado o hipócrita al compañero con quien apareces abrazado en la foto de campaña suena a falsedad y queda feo.

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Lo peor es que ya hemos asumido que así es la política. Ayuso desgastando el emoji del cuchillo para Pablo Casado; Feijóo sufriendo ataque de granos ante el de la paella valenciana; políticos ultra-feministas abusando del de la berenjena; banderas de España encabezando insultos a españoles…

Preferiría pensar que todos son, en realidad, mensajes inocentes cambiados, como en mi caso, a veleidad del corrector digital.

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