Esta semana, servidora se halla como dividida. «Dicotómica», podríamos decir.
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Siento, por un lado, el peso de la historia 'grande', empeñada en recordarnos que hace ... cincuenta años murió aquel dictador que gobernó España durante casi cuarenta, mientras intento, por otro, seguir persistiendo en la levedad de nuestra historia 'pequeña', la cotidiana, la de cada cual. La que escribe quien cada día se levanta a trabajar; quien intenta vivir de lo recolectado; quienes tapan a sus padres por las noches y destapan a sus hijos por las mañanas para salir con ellos, agarrados de la mano, sintiendo su sueño y su calor y todos los 'nadie' que perseveramos en seguir adelante defendiéndonos del aguacero de intranquilidad que últimamente arrecia con gran fuerza.
Querría hablar de sinónimos amables. Decir, por ejemplo que otoño es sinónimo de melancolía, castañas o lumbre en el hogar. O que respirar es lo mismo que sentir alivio y notarse vivo. Pero solo encuentro antónimos feos.
Quiero decir 'convivencia' y solo hallo 'critud'; 'tolerancia', pero encuentro 'fanatismo'; 'bienestar', pero crece 'pobreza'. Frente a 'diálogo' surge 'confrontación' hasta hacerme temer que desemboquemos en el antónimo de 'paz'.
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Igual me aliviaría mirar atrás. Recorrer el camino que iniciamos hace cincuenta años y comprobar que las dificultades se vencen si hay voluntad. Convencerme de que, si entonces supimos, aún recordaremos cómo dejar de pelearnos. Rememorar la alegría de un pueblo que quería volver a abrazarse. Que se llenaba la boca pronunciando el nombre de España, saturado de la misma ilusión con que uno empieza a amueblar la casa nueva.
Libertad, Democracia, eran campos en barbecho que deseábamos arar y de cuyos surcos hemos ido recogiendo buenas cosechas. Comenzamos a vivir en colores. Quisimos convencernos de que todos eramos bien admitidos a la mesa de la patria y que, si nos apretábamos un poquino, cabríamos propios y extraños, diferentes o anodinos, los de arriba y los de abajo. Y que habría pan para todos.
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Y así fuimos trenzando la historia reciente. La nuestra, la pequeña y la grande, esa que nos puso en el mundo sin complejos, la que nos hizo sentirnos orgullosos de nuestro origen. La que, ilusa, nos persuadió de que el futuro solo podía ser mejor. Y en este juego de palabras extrañas, me pregunto qué falló. Por qué convertimos los sinónimos que unían en antónimos que dividen. Por qué de 'otro' igual a 'congénere' pasamos a 'forastero' y de 'forastero' a 'amenaza'. De 'bandera' como 'abrigo' a 'trapo que intimida'. De 'patria' cual 'madre amantísima' a 'suegra odiosa', pues en lugar de considerarla de nuestra sangre la hemos tornado en madre política, injusta y selectiva. Y por qué 'respirar' se ha convertido en 'expeler odio' en este otoño que huele casi a dinamita.
Puestos a inventariar antónimos en vez de aquella 'muerte' de entonces prefiero celebrar la 'vida' de ahora, mejor que 'revancha' prefiero 'justicia' y más que 'glorificar el pasado' prefiero intentar 'remendar el futuro'.
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