No hubo sorpresas. Feijóo llegó al Congreso, vio y perdió. Ahora es el turno de Sánchez, que cuenta con apenas dos meses para lograr la ... reelección. Si no, volveremos a las urnas el 14 de enero. Y el césar socialista ya sabe por experiencia que las repeticiones electorales las carga el diablo. El problema, el de casi siempre, el catalán. Depende de los independentistas, que andan enzarzados en una pugna y puja por capitalizar la negociación con el PSOE y pueden acabar como Alonso y Hamilton en 2007, cuando compartían equipo pero, víctimas de su insana rivalidad, perdieron el mundial en la última carrera.
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El 23-J ya recibieron un apercibimiento de los electores, quienes, en cambio, premiaron con creces a Sánchez por desinflar el suflé catalán. Mas, pese a obtener menos diputados, ERC y Junts tienen más poder de presión. Cosas de la aritmética parlamentaria. Y el prófugo Puigdemont ha pasado de felón al deseado y ha llegado con una lista de la compra encabezada por la amnistía, a la que a cuatro manos con Junqueras ha añadido a última hora el referéndum. Y ahí los socialistas han puesto pie con pared, por ahí no pasan. No obstante, Sánchez nos ha dado ya muestras sobradas de que en política las circunstancias y necesidades obligan a menudo a cambiar de opinión, que no mentir, oiga. Puro Maquiavelo... o Felipe González.
Los socialistas, no obstante, creen que lo del referéndum son «fuegos de artificio» y confían en que los secesionistas terminarán por conformarse con la amnistía, pues, si se repiten las elecciones, se arriesgan a que esta vez sí PP y Vox sumen mayoría absoluta y se acabó lo que se daba.
La amnistía ha soliviantado a la añeja guardia socialista. Admito que también me suscita dudas, si bien más que sobre su constitucionalidad, sobre su oportunidad. Aunque encaje con calzador en la Constitución, no tengo claro si apaciguará más los ánimos en Cataluña y el resto de España, pues el problema catalán al final es el gran problema español, es la cuña que divide al país antes y después de Franco. No creo que la amnistía sea una condena de la Transición como ha espetado Alfonso Guerra, un Robespierre que ahora va de Danton. Tampoco que sea una condena de la democracia entera, como sostiene alguien con tanto 'seny' como Javier Cercas. Creo que podría reforzar nuestra democracia si realmente ayudara a reconciliar de nuevo a las dos Cataluñas y, por extensión, a las dos Españas.
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La cuestión es que, para ello, los amnistiados tendrían que reconocer que cuando menos embaucaron a una ciudadanía catalana más ilusa que ilusionada y la embarcaron en un viaje a ninguna parte a sabiendas. Por ende, deberían prometer que no lo volverán a hacer. Mas lo que oímos de Puigdemont, Junqueras y compañía, que confunden democracia con demagogia, es todo lo contrario y que el único que se equivocó fue el Estado español «represor».
Para más inri, si hay alguien más peligroso que un malvado es un estúpido, al que Carlo M. Cipolla define como aquel que daña a otros sin sacar provecho alguno o incluso perjudicándose. Y eso es Puigdemont. Lo demostró en octubre de 2017. A veces los inteligentes y los malvados caen en la tentación de aliarse con un estúpido con el fin de manipularlo. Cipolla avisa que eso acabará en desastre, pues subestiman el potencial nocivo del estúpido, que es irracional e imprevisible. De resultas, aunque saque adelante la investidura, Sánchez estará a merced de un mono con dos pistolas. ¿Susto o muerte?
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