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Opinión

En el Día de la Hispanidad

PUNTO DE MIRA ·

AGAPITO GÓMEZ VILLA

Sábado, 12 de octubre 2024, 23:24

Maravillas como Cáceres, Trujillo y Salamanca», escribe Pániker, aquel talento oceánico. Pues eso, que nada mejor que partir de Trujillo para lanzar la primera andanada ... sobre la Hispanidad, tal que hiciera el profesor Ramón Carnicer, inimitable personaje, en su 'Viaje por Extremadura'. Hela aquí: «Ningún lugar tan a propósito como Trujillo para traer de nuevo a la luz la acción colectiva más sensacional de la historia de España, la más trascendente y significativa también de cuantas registra la historia universal: el descubrimiento y colonización de América».

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Ni que decir tiene que el profesor Carnicer no rehúye ninguno de los innumerables aspectos de tamaña hazaña: «Aquella acción, se intentó desvalorizarla, desde sus comienzos, con el relato de crímenes, depredaciones y abusos… olvidando que eso mismo se ha producido en todas las invasiones y colonizaciones, y bajo todo tipo de regímenes». Para acabar diciendo: «Frente a esa suma de horrores, asombra, hace medio milenio, la legislación española de Indias, la tempranísima aparición de misiones, escuelas, hospitales, universidades, imprentas, sistema administrativo a imagen de la metrópoli…

No hace falta que me recuerden que si me pillaran los indigenistas, me colgarían por los pies. Pero yo no soy el autor de los entrecomillados, aunque bien podría serlo: aquella vez que estuve en Perú, me vino a las mientes el siguiente pensamiento, interiores de la catedral de Lima: «Si esto no es España, que venga Dios y lo vea».

Lo que yo no me explico es cómo los miles de Lópeces Obradores no han profanado ya la tumba de un americano de Massachussets (la del profesor Carnicer les queda más remota) y quemado todos sus libros: Charles F. Lummis: «La acción de los españoles fue la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la historia». No se lo digan a nadie: yo creo que no lo han hecho porque, en su analfabetismo, no tienen ni idea de la existencia del personaje: periodista, historiador, poeta, fotógrafo, hispanista, bibliotecario… ¡defensor de los derechos de los amerindios!

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Total, que de perdidos, al río: como español y como extremeño, estoy dispuesto a inmolarme junto al historiador americano y al profesor Carnicer. Ahí voy.

Como español: «Ninguna otra nación-madre dio jamás a luz a cien Stanleys y cuatro Julios Césares en un siglo (el XVI): Pizarro, Cortés, Valdivia y Jiménez de Quesada» (Lummis).

Como extremeño: «¿Qué región española puede exhibir más títulos que Extremadura en la empresa americana? ¡Qué insoportable vanidad hincharía a otras regiones y aún naciones poseedoras de semejante repertorio humano!» (Carnicer). ¡Madre mía! ¡Si Pizarro y Cortés hubiesen sido vascos, o catalanes!

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Y ya para acabar, la traca final: mucho antes de que se inventase la figura del Defensor del Pueblo, existió el Protector de los Indios. Toma ya indigenismo.

(A propósito: parece ser que fue Fidel Castro, listo como el hambre, y más malo que el sebo, el que, recién caído el muro de Berlín, herido de muerte el comunismo, reunió a todos los Evos Morales del continente, y puso en marcha tan venenoso invento.)

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