Almendralejo ha sido noticia esta semana por un hecho preocupante que parece escrito por los guionistas de la serie 'Black Mirror': las fotos de falsos ... desnudos de chicas de 11 a 17 años generadas con una 'app' de inteligencia artificial (IA) y difundidas por WhatsApp y Telegram por una decena de compañeros de instituto. El caso ha disparado las alarmas no solo porque evidencia los riesgos del mal uso de las nuevas tecnologías en la educación sexual y la salud mental de nuestros niños y adolescentes, sino también porque nos alerta del peligro que corre la verdad y lo cada vez más fácil que es fabricar y viralizar mentiras que pueden arruinar la vida de cualquiera y hasta tumbar gobiernos.
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En esa jungla que es internet, el porno acapara la inmensa mayoría de los llamados 'deepfakes' (imágenes, vídeos, audios e incluso textos falsificados con IA), pero también se están utilizando en otros ámbitos como la ciberdelincuencia o la política y el periodismo. El Instituto Europeo de Normas de Telecomunicaciones lo advierte en un informe: «Debido a los avances significativos en la aplicación de la inteligencia artificial a la generación y modificación de datos, han surgido nuevas amenazas que pueden conducir a riesgos sustanciales en diversos entornos que van desde la difamación personal y la apertura de cuentas bancarias utilizando identidades falsas (mediante ataques a los procedimientos de autenticación biométrica) hasta campañas para influir en la opinión pública».
Las redes sociales son las autopistas en las que proliferan y por las que circulan a la velocidad de la luz 'deepfakes' y bulos, lo que supone un desafío hercúleo especialmente para los de mi gremio, los periodistas, porque son una legión creciente quienes se informan solo a través de Facebook, Instagram, X (antigua Twitter) o TikTok. A ello se añade que la precisión y la verosimilitud de los contenidos falsificados con IA mejoran constantemente, siendo cada vez más difícil diferenciar un vídeo, una imagen o un audio falsificado de uno real, pues es más arduo comprobar si un contenido es veraz que propagar falacias.
Como consecuencia, también aumenta la desconfianza del público en los medios de comunicación. Al acostumbrarse a recibir contenidos engañosos, los ciudadanos dudan cada vez más de la fiabilidad de toda noticia que consumen e incluso llegan a descartar como falaz lo que es cierto. De resultas, se resiente la credibilidad de los medios. Y estos, en su afán por ganar audiencia ante la competencia desleal de las máquinas de fango y redes sociales, tropiezan en más ocasiones de las deseadas empujados por las prisas por dar la noticia antes que nadie aunque no esté lo suficientemente contrastada, lo que contribuye a mermar aún más su crédito.
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Como reacción a estos peligros, los Estados se han puesto manos a la obra para regular el uso de la inteligencia artificial. La Unión Europea ultima una ley. Estados Unidos tiene la misma intención. Pero China se les ha adelantado y tiene una norma en vigor desde agosto, según la cual todos sus sistemas de inteligencia artificial generativa deberán crear contenido «verdadero y fiel a la realidad» y estarán al servicio de los «valores centrales del socialismo». Esa puede ser la contraindicación del exceso de regulación, que el uso de la IA pase de estar descontrolado a estar monopolizado por un Gran Hermano que acabe manipulándola para imponer su verdad. En 2017 ya advirtió el zar ruso, Vladímir Putin, que quien controle la inteligencia artificial dominará el mundo.
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